Capítulo 4. Coincidencias.

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Capítulo 4. Coincidencias.

Narra Marc.

Aquel día de clases dio su fin como tantos otros: con el metálico zumbido del timbre. Aliviado barrí los libros de la mesa con el brazo haciendo que en desorden cayesen en mi mochila. Me la cargué al hombro pasando una mano por mi cabello. Hugo seguía revisando las filas de pupitres. Buscaba a su amada. Puse los ojos en blanco profiriendo un bufido.

—Déjalo tío, seguro que tenemos noticias pronto —Farfullé agarrando su capucha y tirando de la tela hacia arriba.

Él me miró frunciendo el ceño.

—Para ti es fácil, no escaseas de atención femenina que digamos.

Le di un amistoso empujón en el pecho.

—Anda. Vamos. Tengo que trabajar.

Mi amigo al fin cedió asintiendo y agarrando sus cosas. Sabía que el tema de la nota le había dejado especialmente tocado, pero mientras que la chica no nos diese otra pista no podíamos hacer nada. La nota, para rematar, estaba escrita en ordenador.

En cierto modo prefería el lío que se traía Hugo. A mí ninguna venía con esas finezas, más bien iban demasiado a saco; cosa que, en la mayoría de los casos, resultaba patético. Y todo se debía a aquel malentendido. Jamás me había tirado a una chica en los servicios. De hecho seguía virgen. Pero nadie creyó eso cuando al abrir la puerta del cubículo Carlota había perdido la camiseta y yo tenía los pantalones bajados. Diré que esa niña se coló mientras hacía aguas mayores, lo que en parte me impidió dar toda la versión. Que puta vergüenza.

—¡Marc!

Parpadeé emergiendo de los pensamientos que zumbaban en mi cabeza. Desvié mis ojos hacia él enarcando una ceja, dándole a entender que le escuchaba.

Por ahora.

—Te decía que si le entro a la nueva — Dijo Hugo rascando nerviosamente su nuca.

Un momento.

Un momento, por favor.

¡¿Qué coño?!

Aspiré una bocanada de aire ladeando la cabeza hacia mi amigo, aparentando tranquilidad. De todas formas, ¿a mí qué más me daba?

—¿Te gusta? — Arqueé las cejas.

Él rió.

—Está buena, pero es para que la chica salga más rápido, ¿entiendes?

Asentí despacio. Entendía el punto. Era dar celos para aumentar el interés.

—Puedes intentarlo...

»Aunque no será tan fácil.

Quise decirlo pero me contuve. Mackenzie parecía ser una chica complicada.

Continuamos andando por fuera del instituto. La primera ya se hacía notar desterrando el helado ambiente invernal por uno más suave. Con el skate sujeto bajo el brazo golpeaba el agrietado suelo con la dura suela de mis All Stars, a pesar de las protestas de mi madre sólo disponía de un viejo par rojo; al parecer ella tenía tantas que mi padre dudaba que no asaltase la fábrica por las noches.

Durante el corto trayecto que había del instituto al local donde trabaja conversamos de distintas cosas, la verdad, después del lío que me traía no sabía que iba a hacer sin mi mejor amigo.

—Buena suerte, hermano —Impactó su mano contra la mía en un amistoso choque.

Sonreí.

—Gracias. Intenta no pensar en eso y centrate en la fiesta de Alicia.

Él sacudió la cabeza riendo entre dientes.

Cuando se hubo marchado me dirigí detrás de la barra, saludando a mi jefe y al par de camareros de aquella pequeña cafetería familiar. Me coloqué el delantal negro como único uniforme y me apoyé en la barra.

Normalmente no había mucha clientela, por lo que era mucho más tranquilo que el resto de trabajos que me ofrecieron. Entrecerré los ojos conforme mis labios movían el palillo dental que había cogido. Apenas tres mesas estaban completas.

Entonces la pequeña campanita situada sobre la puerta anunció un nuevo grupo de clientes. Aburrido dirigí mi vista hacia allí.

Era el chico aquel chico con gafas que siempre estaba acompañado de la castaña amante de los libros. Ambos se compenetraban en sus rarezas y parecían a gusto sólo disfrutando de su compañía, por eso me sorprendió que el grupo fuera de tres. Fijé mi atención en la tercera persona que les acompañaba y no pude evitar sonreír divertido.

Había otra cosa que había heredado de mi padre: las coincidencias.

Me separé de la barra, indicando al resto que yo me encargaría y me hice con el pequeño blog para apuntar las comandas.

A paso resulto me dirigí hacia ellos. Irene fue la primera en verme, golpeó suavemente con su codo al chico y hizo un gesto de cabeza para señalarme; mientras tanto yo había llegado a la mesa.

—¿Qué van a tomar? — Pregunté automáticamente.

Mackenzie que se encontraba sumergida en la carta alzó los ojos. Ladeé mi sonrisa intensificando mi mirada sobre ella.

—¿Puedo sugerirla algo? —Pronuncié divertido.

Ella frunció los labios.

—No, creo que nada de su carta me convence. —Dijo categóricamente apartando un mechón rubio de su cara.

—Tal vez le interese el especial. Es... muy personal.

Comprobé con satisfacción como un leve rubor cubrió sus mejillas.

—Tampoco.

—Una pena —la guiñé el ojo.

Mackenzie bufó y clavó de nuevo su vista en la mesa, huyendo de mis ojos.

Bien, punto para mí.

Narra Mackenzie.

Imbécil. Capullo. Cabrón.

Sólo se me ocurrían esas palabras cuando Marc dejó lo que Jimmy e Irene pidieron en la mesa. Parecía divertirle sacarme de mis casillas. Y sólo quería meterle un dedo en el ojo cuando se comportaba así.

Y, encima, mi tendencia a sonrojarme hacía que estuviese en desventaja. No era justo que tuviese esos ojos verdes ni ese rostro angelical...

Un momento. Yo no dije eso.

Sacudí la cabeza luchando por posar de nuevo mis pensamientos en un terreno fuera de peligro.

—¿Qué fue eso? —Murmuró cuando el camarero se hubo ido.

Enfoqué mis ojos en él, arqueando las cejas confusa.

—¿Qué fue el qué?

Irene sentada a su lado chasqueó la lengua mientras llevaba su humeante taza de chocolate caliente a sus labios.

—¿Conoces a Marc Siles? — Insistió Jimmy.

Dudé en contestar haciendo que mis labios se entreabriesen sin saber muy bien lo que formular.

—No lo conozco – Terminé contestando – Sólo le vi en el pasillo y me indicó como ir a mi clase. Pero es un capullo arrogante.

Los ojos castaño de Irene se posaron en mí, abandonando su tarea de engullir el chocolate. Al parecer esa chica sufría un problema con el cacao, a mí me gustaba pero a ella...

—Y además tiene un buen historial. En primero le encontraron... bueno, haciendo “eso”— Hizo comillas con los dedos —En los baños.

—Asqueroso —mascullé.

—Dicen que tiene un piercings en la lengua. Ojalá pudiese comprobarlo.

Pasé por alto aquel comentario de Jimmy y regresé a la pantalla de mi teléfono móvil. Los mensajes sin contestar de mi padre seguían allí, tendría que buscar un piso para pasar la noche cuanto antes. Sólo esperaba que aquel papelito con la dirección no me defraudase.

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora