CAPÍTULO 42.

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CAPÍTULO 42.

Narra Mackenzie.

Me desperté con algo caliente sobre mi rostro. Me arrebujé bajo las sábanas aferrándome al clavo ardiendo que constituía los retrazos del sueño. Quise apretar fuertemente los párpados y olvidarme de lo demás. Pero aquel pequeño lapso despareció simular a la rotura de una burbuja de paz.

Gemí débilmente y me froté vehemente los ojos. Poco a poco la consciencia se introdujo en mi lado lógico, volviendo a poner en funcionamiento los pensamientos que debían comandar el cuerpo. Entreabrí los ojos y me lamí los labios decidida a volver a funcionar.

Quise moverme pero una mano me mantenía aferrada de la cintura. Sentí un aguijonazo de miedo que se convirtió en pura vergüenza al ver a Marc tendido junto a mí. Era el dueño de la mano que me retenía junto a él.

Un calor me cosquilleó en el cuello y se retuvo en mis mejillas. Con cuidado de no despertarlo con los nervios aflorando en mi piel me desplacé, rotando sobre el costado hasta quedar lejos de el alcance de su mano.

Mordiéndome los labios me bajé de la cama y me pasé la mano por el cabello rubio revuelto. Durante unos segundos me quedé ensimismada observando al chico mientras dormía. Aún llevaba la chaqueta que parecía deliberadamente incómoda para dormir, pero a Marc no parecía importunarle ya que dormía profundamente.

Haciendo un esfuerzo mayor del que me imaginaba aparté la atención de mi compañero de piso y comencé a caminar fuera de la habitación.

La luz azulada entre la madrugada y la noche inundaba el salón, filtrándose libremente por las persianas subidas. Bostecé con fuerza y avancé a la cocina. Al igual que Marc seguía vestida, pero antes de llevar a cabo las necesidades higiénicas debía cubrir mi estómago vacío.

Preparé el café limitándome a calentar el sobrante que guardaba en tarros de mermelada vacíos en el microondas y dejé las rebanadas tostándose.

No tardé ni diez minutos en engullir la tostada y la taza de café con leche que logró deshacerse de la pesadez propia del sueño.

Dejé otra taza para el chico y descruzando los pies del taburete me decidí a hacer algo con mi aspecto. De seguro nada recomendable para la vista.

Ignorando todo lo que me esperaba dentro abrí la puerta del baño sin la ceremonia de golpearla. En mi defensa declararé que seguía pensando que Marc continuaba dormido como un tronco en mi habitación. Obviamente eso no era así, ya que al asomar la cabeza en el baño le vi.

Por suerte para mi salud  a Marc no le había dado tiempo a desvestirse completamente, ya que conservaba los calzoncillos azules y los pantalones se le enredaban en los tobillos.

De forma inmediata la sangre de mis pies subió precipitadamente a mis mejillas.

Ahogué una exclamación ahogado con los ojos taladrando su ancha espalda.

—¿Buenos días? — Preguntó Marc tan desconcertado como yo.

Haciendo acopio de las riendas de mis hormonas clavé los ojos en suyos verdes, ignorando lo mejor que pude su cuerpo. Que por cierto no estaba nada mal.

—Buenos días – balbuceé atropelladamente rascándome la cabeza. —Lo siento... no sabía que estabas aquí... pensaba que... estabas en mi habitación.

Marc curvó los labios en una sonrisa pícara que mandó un escalofrío que despertó una extraña sensación en mi estómago.

—Ya ves que no. ¿Te ocurre algo? Parece que vayas a explotar.

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora