A pesar de las circunstancias no pude evitar los diminutos escalofríos que reptaron por mis labios con cada roce de sus labios con el lóbulo de mi oreja.

—¿Tienes una goma? —Susurró.

Sin comprender del todo su intención elevé mi muñeca izquierda donde al menos solía llevar cinco gomas. Sentí como una de ellas me era arrebatada.

—Tranquila, mi hermana se marea constantemente, estarás bien. Te cuidaré Mackenzie.

Sonreí ante aquello.

—Técnicamente ha sido culpa tuya.

Una nueva oleada de electricidad se repartió por mi sistema nervioso cuando la risa del chico resonó en mi nuca.

—No  nos cortes el rollo.

Narra Marc.

Por quinta vez Mackenzie se tropezó con el escalón que subía a secretaria. Me separé un poco de ella para evaluar los daños.

Seguía mortalmente pálida y tenía los labios completamente secos. Además intentaba mantener los ojos lo más cerrados posibles, porque yo me había encargado de romper sus gafas.

—¿Por qué no desayunaste más?

Ella bufó por enésima vez ante la enésima repetición de mi pregunta.

—Fui irresponsable con eso, ¡lo entiendo! ¡Pero no me imaginé con que un imbécil me rompiese las gafas!

Puse los ojos en blanco, pero sin evitar que mis comisuras se doblegaran en una sonrisa.

—¿Y si te llevo en brazos?

Mack giró la cabeza tan deprisa que desencadenó dos cosas:

La primera, al encontrarse tan cerca de mí golpearme de lleno con su cabello rubio en los ojos.

La segunda y la más grave lograr que el mareo que intentábamos controlar se incrementase y la chica tuviera que sujetarse en mí para no caerse.

De todas formas esto logró acercarla más, facilitándome gratamente la tarea de pasar un brazo por debajo de sus rodillas y el otro por su espalda, alzándola sobre ellos.

Tan cansada se encontraba que ni se molestó en protestar.

Apoyó la cabeza en mi pecho y la movió hasta que sus labios rozaron levemente la piel descubierta del cuello. Involuntariamente procuré acercarla más contra mí, aunque aquello en dicha situación no fuese posible.

—¿Estás bien? —Murmuré.

Mackenzie asintió lentamente.

—Gracias, Marc.

Una idea perversa comenzó a tomar cuerpo en mi mente. Bajé el rostro hasta que apenas un par de centímetros me separaban de la chica. La chica alzó los ojos, de tal forma sus rizadas pestañas rozasen la piel de su párpado. Tenía las pupilas dilatadas engullendo el azul grisáceo que tanto me gustaba.

—No me las des... todavía.

Arqueó las cejas, escéptica.

—¿Perdona?

No contesté y deposité un pequeño beso cerca de la comisura de sus labios, pude sentir la respiración de la chica agitarse ante aquello disparando mi testosterona.

—Ya verás.

La chica alejó el rostro y cerró los ojos con fuerza.

Decidí posponer aquello y una vez que alcanzamos el umbral de la secretaria la deposité con cuidado en una de las viejas sillas. La secretaria, un lugar cubierto de papel gris y con una sala de espera que destilaba sudor, lágrimas y miedo.

Le acaricié el pelo que se deslizaba suavemente entre mis dedos.

—Iré a buscar a la enfermera.

Ella asintió y me dedicó una sonrisa que provocó que sintiese algo similar a las náuseas, pero de una forma agradable. Como si un petardo petase en mi interior y el hormigueo se extendiese por todos mis miembros. Lamentablemente todos.

Y sí, soy una mierda con los símiles. 

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¡Hey! ¡Hey! ¿Cómo estáis? A los que vivís en España como yo ¿os han dado las notas? ¿Qué tal han ido?

¿Y con mi historia? ¿Os gusta?

Amo a esta parejita.

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Como no tengo nada que hacer o decir que os aporte algo me iré...

¡Bye! Prim ♥

¡Aparta, imbécil!Where stories live. Discover now