Prólogo.

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POV MARC.

Que todas las chicas del instituto crean que eres un Dios sexual que se mete en líos tiene tanto ventajas como inconvenientes. Ventajas: tienes una cola de chicas detrás tuyo. Inconvenientes: ¡todo es una puta confusión! Yo en realidad no me tiré a aquella chica en el baño. Sólo se nos fue un poco de las manos nuestra sesión de besos y el anciano director lo malinterpretó. Pero los rumores son fuertes y se arraigan en la sociedad de tal forma que no puede evitar vivir con ellos.

Por eso cuando me levanté aquella tarde de abril tenía mi móvil lleno de mensajes de chicas, más de una insinuándose más de lo necesario.

Puse los ojos en blanco y directamente borré los chats sin molestarme en mirarlos. Me puse en pie pasando perezosamente una mano por mi cabello castaño. Aquella terrible maldición. Madrugar.

Bostecé fuertemente tirando descuidadamente las mantas.

Los números fluorescentes de mi despertador digital marcaban las siete y media. Tenía una hora para despertarme del todo.

Posé mis pies descalzos sobre el frío parqué de mi piso. Mis padres me habían permitido el lujo de vivir sólo con mis recién cumplidos diecisiete años porque nuestra casa no era muy espaciosa y Alba y Claudia aún eran pequeñas.

Aunque con el trabajo de camarero a media jornada que tenía no me llegaba para pagar el alquiler por lo que debería buscar con urgencia un compañero de piso.

Arrastrando pesarosamente mis pies por el suelo avancé hasta el baño donde me permití el lujo de una ducha relajante. Con el pelo aún goteando mi vestí. Con un vistazo al espejo me di por listo. Había heredado los ojos verdes de mi padre y el cabello avellana de mi madre. Y para que mentir. Era guapo.

Agarré mi destartalada mochila me la eché sobre un hombro. Comprobé que llevaba todo y cargué el skate bajo mi brazo. Abriendo la ventana me colé al exterior.

Amaba bajar por la escalera de incendios. Pocas veces usaba las puertas. El viento golpeando mi rostro mientras bajaba saltando los escalones medio oxidados provocaba que mi pecho se hinchase.

Cuando mis desgastadas All Stars (había heredado la obsesión por aquellas zapatillas de mi madre) pisaron el asfalto de la calle dejé rodar las cuatro viejas ruedas de mi monopatín.

Esquivando personas, perros y palomas llegué a la cafetería de la esquina. Ni me hizo falta bajarme ya que mi bolsa estaba preparada en una de las abandonadas mesas de fuera. Dejé la cantidad exacta de dinero tambaleándose en la mesa antes de que mis dedos se prendiesen en el plástico tirando de él.

Iba a gran velocidad por la vida cuando una chica se me puso en medio. Demasiado tarde para frenar tuve tiempo de saltar del skate tropezando por la fricción. La joven se dio la vuelta a tiempo de ver como mi cuerpo chocaba contra ella.

Mis manos quedaron en el suelo. Mi rostro a centímetros del suyo. Sonreí de medio lado. Era rubia de pelo corto y un largo flequillo que tapaba sus cejas. Tenía los ojos gris tormenta que me miraban sorprendidos. Sentía su respiración agitada impactar contra mi rostro.

-¿Qué hay nena? -saludé.

Ella frunció los labios al tiempo que la frente provocando que una arruga graciosa se hundiese en ella.

-Quita de encima - espetó ella poniendo sus manos sobre mis hombros intentando apartarme.

Me levanté sacudiendo el polvo de mis vaqueros.

-Marc. Tu ángel caído -me presenté.

Ella me miró asqueada.

-Capullo.

Sólo me dirigió aquella palabra antes de darse la vuelta y continuar su camino.

Me encogí de hombros.

Ella se lo perdía. Además. ¿Qué probabilidad había que volviesen a verse?

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora