Pero en el fondo, algo estaba cambiando.

Porque a veces, el verdadero comienzo de un día no está en el sol que se levanta, sino en el momento exacto en que dos almas, separadas por el miedo, deciden buscarse otra vez.

El olor del arroz recién cocido y el té de cebada llenaba la pequeña cocina, envolviéndolo todo con una calidez que casi hacía olvidar que estaban lejos de casa. La abuelita que los había acogido, amable y risueña, les servía con dedicación mientras murmuraba palabras que Jungkook apenas lograba comprender del todo. Pero las entendía igual. No con la cabeza, sino con el pecho.

Agradeció en voz baja y comió con tranquilidad fingida, aunque dentro suyo, todo era un torbellino.

Dormir había sido un alivio engañoso. El cuerpo descansó, sí, pero la mente… no. Desde la conversación con la señora de la noche anterior —aquella que ahora se desvanecía en su memoria como si hubiera sido un sueño extraño—, algo se había removido en él. No sabía por qué esa mujer le había inspirado tanta confianza. No sabía por qué sentía que, después de hablar con ella, una parte de su culpa se había hecho más liviana… y al mismo tiempo, más urgente.

Después del desayuno, subieron al auto alquilado. La carretera los esperaba con su silencio rural y las curvas tranquilas que parecían conducirlos a todas partes y a ninguna.

Yoongi iba al volante, serio, con una mano en el manubrio y la otra sujetando una botella de agua medio vacía. En la radio sonaba una canción tradicional coreana a bajo volumen. Ambos guardaban silencio, pero no era uno incómodo. Era el tipo de silencio que existe entre quienes llevan demasiado tiempo conociéndose como para necesitar palabras constantes.

Hasta que Yoongi lo rompió.

—Entonces, ¿qué vas a hacer cuando lo encuentres?

Jungkook desvió la vista hacia la ventana. Los campos pasaban a su lado como fantasmas verdes y amarillos.

—No lo sé… —respondió, casi en un susurro.

—¿"No lo sé"? —repitió Yoongi, sin apartar los ojos del camino—. Hyung, has arriesgado tu carrera, tu imagen pública, todo. Estamos aquí, en mitad de un pueblo que ni sabías que existía hace una semana. ¿Y no sabes qué vas a hacer?

Jungkook se frotó las manos, incómodo.

—Tengo muchas ideas, hyung. He pensado en cartas, en canciones, en pararme frente a él y simplemente… pedirle perdón. He pensado en explicarle todo desde el principio. En decirle que no dejé de pensar en él ni un solo maldito día. Pero ninguna de esas ideas me parece suficiente.

Yoongi asintió con un leve gruñido. No lo presionaba, solo lo escuchaba.

—Siento que no importa lo que haga… nunca va a ser suficiente para borrar lo que hice. Lo herí, hyung. Lo hice sentir que no valía nada cuando en realidad era lo único que me hacía sentir vivo. Y ahora estoy aquí… sin saber siquiera en qué parte de este maldito pueblo podría estar. Ni si quiere verme.

Yoongi se detuvo en una luz roja. Se giró apenas, mirándolo de reojo.

—Entonces deja de pensar en qué "borrar", y empieza a pensar en qué vas a construir. No hay plan perfecto, Jungkook. No tienes que hacer una obra de teatro. Solo tienes que ser tú. Ser sincero. Si él te ama, lo va a notar.

El semáforo cambió. El auto avanzó.

Jungkook tragó saliva.

—Tengo miedo, hyung.

—Lo sé —respondió Yoongi, bajando el volumen de la radio—. Pero ese miedo es señal de que esto importa. Y si te importa, no pares. Aunque no sepas a dónde vas.

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