Ahí estaba él.

Min Yoongi.

Con el cabello ligeramente despeinado, usando una camiseta negra holgada, con un sándwich en la mano y la otra apoyada despreocupadamente sobre la barra. Pero sus ojos, al encontrarse con los de Jimin, se agrandaron en sorpresa.

Ambos se quedaron en silencio.

Yoongi no supo si tragar el bocado o hablar primero.

Jimin, en cambio, endureció su mandíbula. Toda la emoción que sentía al entrar a la mansión se convirtió en tensión. El recuerdo del zoológico lo golpeó de lleno: el encierro, las palabras en voz baja, las miradas intensas, el cosquilleo en el estómago, la traición de Yoongi al haber planeado el encierro... y la sensación de que todo había sido una mentira. Aunque también, contra su voluntad, recordaba lo rápido que había latido su corazón cuando Yoongi lo miraba como si fuera lo único importante en esa habitación.

—¿Qué… haces tú aquí? —preguntó Yoongi, dejando el sándwich sobre el plato como si fuera una bomba a punto de explotar—. ¿Cómo entraste?

Jimin alzó las llaves y las dejó ver.

—Eso debería preguntártelo yo —respondió, con el tono más frío que pudo reunir—. ¿Qué estás haciendo tú aquí? ¿Qué es lo que está pasando?

Yoongi no respondió de inmediato. Solo lo observó, en silencio.

Y fue entonces cuando se permitió mirarlo bien. El rostro serio de Jimin no le restaba belleza, al contrario, lo hacía aún más… impactante. Había algo en esa expresión dura, en la manera en que sus cejas se fruncían levemente, en cómo se sostenía con fuerza a sí mismo, que lo hizo querer acercarse y explicarle todo, aunque no supiera por dónde empezar.

Lo había extrañado.

Más de lo que estaba dispuesto a admitir.

La verdad era que no había dejado de pensar en él ni un solo día. Jimin tenía esa forma de quedarse pegado en la memoria, en los sentidos. Como un eco constante. Como un perfume que nunca se va del todo.

Y ahora estaba ahí, frente a él, y más guapo que nunca. Con esa camiseta blanca que resaltaba el tono de su piel, esos labios rosados que temblaban apenas por la rabia contenida.  Y esos ojos…

Esos malditos ojos que Yoongi deseaba volver a ver brillando como en el zoológico.

Pero Jimin no estaba ahí para sonreír.

—¿Vas a responder o solo vas a mirarme como si fueras tú la víctima? —soltó Jimin, rompiendo el silencio.

Yoongi tragó saliva.

—No sabía que ibas a venir. De hecho… esto es un problema.

—¿Un problema? —repitió Jimin, soltando una risa incrédula—. ¿Yo soy el problema? ¿Por venir a una casa que no es tuya tampoco?

Los ojos de Yoongi parpadearon, incómodos, pero aún sin borrar esa manera intensa de observarlo. Sabía que tenía que responder, pero algo dentro de él le pedía que lo siguiera mirando solo un poco más.

Solo un poco más.

Porque, quizás, esta vez… Jimin no se iría sin escuchar lo que él tenía que decir.

Yoongi no alcanzó a decir nada antes de que Jimin cruzara los brazos y se plantara firme frente a él, con una mirada que no admitía rodeos.

—Ya basta, Yoongi —espetó con impaciencia—. ¿Qué está pasando realmente?

Yoongi parpadeó, tomándose un segundo para procesar el tono de su voz.

—¿Cómo es que las llaves del auto de Jungkook terminaron conmigo? ¿Por qué estabas tú aquí… y por qué no encontré a Taehyung en la playa como se suponía que debía estar? —preguntó Jimin, apretando los labios, dolido, confundido—. ¿Tiene él algo que ver con esto? ¿Y Jungkook? —agregó, alzando una ceja—. Porque todo esto ya no parece una simple casualidad.

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