—¿Y qué sería eso?

Jungkook se adelantó, colocándose justo frente a él, caminando de espaldas con torpeza mientras lo observaba, buscando cómo decirlo, con el corazón golpeándole fuerte en el pecho.

—Desde que te conocí… yo… —empezó a decir, con voz baja y titubeante, pero entonces tropezó con algo.

Una planta enorme.

Y desapareció.

—¡Jungkook! —gritó Taehyung, alarmado, corriendo hacia donde lo vio caer.

Se asomó entre las hojas y justo cuando iba a gritar su nombre otra vez, una figura emergió de pronto.

Jungkook saltó sobre él con una sonrisa traviesa, lo abrazó por la cintura y tiró de él con fuerza.

—¡Nooo, espera! —gritó Taehyung, riendo sin querer mientras ambos caían entre las plantas, directo al lago que se escondía tras el follaje.

El agua los envolvió con un chapoteo fuerte.

Ambos salieron a la superficie segundos después, empapados, jadeando entre risas.

—¡No sé nadar! —gritó Taehyung de pronto, fingiendo pánico.

Jungkook, sin pensarlo, se acercó rápido a él, nadando torpemente entre las hojas flotantes del estanque.

—¡Espera! ¡Dame la mano! ¡Taehyung!

Pero antes de tocarlo, Taehyung sonrió con malicia y salpicó agua directo a su rostro, haciéndolo retroceder.

—¡Mentiroso! —dijo Jungkook, riendo mientras se sacudía el agua de los ojos.

—¡Caíste por completo! —soltó Taehyung entre carcajadas.

Y sin más, empezó una guerra de agua entre los dos.

Se salpicaron con fuerza, riendo como niños. Taehyung esquivaba los intentos de Jungkook de atraparlo, y Jungkook se sumergía de golpe para sorprenderlo desde abajo. El sol se reflejaba en el agua y sus risas llenaban el lugar, puras, sin peso, como si el mundo entero se hubiera pausado para dejarlos ser simplemente eso: dos chicos, sin fama, sin pasados dolorosos, sin cámaras.

Solo ellos, agua y libertad.

Y por un momento, solo un momento, nada más importaba.

— CON JIMIN —

Jimin bajó del auto con el corazón latiéndole más rápido de lo normal. Sostuvo con fuerza las llaves entre sus dedos. Él no iba a desaprovechar la oportunidad. No todos los días uno tenía acceso a la mansión de Jeon Jungkook.

Cruzó las puertas con paso firme, pero en cuanto dio los primeros pasos dentro, su expresión cambió completamente.

—Woah… —susurró para sí mismo.

Era… más impresionante de lo que había imaginado. Luces cálidas iluminaban el suelo de mármol brillante, esculturas minimalistas adornaban las esquinas, y un aroma a vainilla suave flotaba en el aire, mezclado con algo más: tranquilidad. Se sintió, por un momento, fuera de lugar, como un fan que se cuela a un mundo que no le pertenece.

—¿Esto es real? —dijo, aún asombrado, girando lentamente sobre sus talones—. Estoy en la casa de Jungkook… Dios, Soon-kan , no va a creerme cuando le cuente esto.

Rió por lo bajo, casi sin creérselo, hasta que escuchó un ruido proveniente de la cocina. El crujido de un pan.

Se acercó lentamente, guiado por el sonido. Pero al llegar y cruzar el umbral, toda su alegría se evaporó de golpe.

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