Las palabras salieron sin filtro. Sin intención de impresionar. Solo… nacieron. Jimin lo miró como si no hubiera escuchado algo así jamás. Como si esa frase, sencilla y torpe, fuera la más linda que alguien le hubiera dicho en mucho tiempo.

Y luego, el momento cambió.

Porque Jimin no apartó la mirada. No se rió. No hizo ninguna de sus típicas respuestas espontáneas. Solo se quedó ahí, inmóvil, con los ojos clavados en los suyos.

Ambos se inclinaron.

Lento. Como si el aire entre ellos se encogiera. Como si sus pensamientos se volvieran un mismo hilo tembloroso. Yoongi se sintió temblar por dentro, pero no de miedo, sino de… deseo. No uno físico, sino emocional. Quería saber cómo se sentía ese beso. Quería saber si todo lo que estaba naciendo dentro de él tenía sentido.

Los labios de Jimin estaban a milímetros.
Su aliento se mezclaba con el suyo.
Sus ojos, abiertos, expectantes.

Un segundo más… solo uno más…

—¡¡Ey, bro!! ¿Estás aquí?

La voz irrumpió como una piedra rompiendo un cristal.

Jimin se alejó de golpe, como si el calor lo quemara. Yoongi cerró los ojos un instante, frustrado. No por la interrupción, sino por lo que habían estado a punto de descubrir.

La puerta se abrió, y un hombre con uniforme del zoológico apareció.

—¡Sabía que estabas aquí! Mi jefe me dijo que alguien había cerrado mal la sala, pero cuando vi la hora, me imaginé que seguías con tu “plan secreto”.

Yoongi frunció el ceño.

—Hyung…

—Ya, ya, no te hagas. Me contaste anoche que querías quedarte “accidentalmente” con ese chico que te gustaba. ¿Era él, no?

Silencio.

Un silencio brutal.

Yoongi no pudo ni voltear a ver a Jimin, pero lo escuchó levantarse. Rápido. Cortante. Cuando al fin alzó la mirada, Jimin ya no lo miraba. Tenía el rostro rojo. Por vergüenza, por furia, por decepción. O todo al mismo tiempo.

—¿Planeaste esto? —preguntó, con la voz contenida, pero dolida.

—No. No así. Yo no sabía que nos iban a encerrar, yo…

—¿Sabías que querían cerrar esta sala?

Yoongi dudó.

Jimin asintió con incredulidad.

—Claro que sí. Qué estúpido fui —soltó, y le dio la espalda.

—Jimin, no fue así. Te juro que…

—Llévame a casa —dijo, sin mirarlo—. Ahora.

Yoongi sintió una punzada en el pecho. Esa clase de dolor que no tiene forma ni nombre. Esa sensación de haber arruinado algo valioso con un error tan estúpido.

Durante el camino de salida, nadie habló.

Jimin no se despidió del personal. Ni de Yoongi. Solo caminó con pasos duros hasta el auto, cerró la puerta con fuerza y clavó la mirada en la ventana. Le dolía. A Yoongi también.

Y en su mente, lo único que podía repetir una y otra vez era:

No era así como quería que esto pasara. No así. No haciéndote sentir como si fueras solo parte de un plan.

Porque Jimin no era eso.

Era la única persona con la que Yoongi había querido quedarse, incluso sin planearlo.

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