Recordaba claramente cómo lo había juzgado la primera vez que lo vio. Una cara bonita, seguro. Demasiado perfecto, demasiado seguro. Demasiado inalcanzable.

Y sin embargo… lo había visto reír con Bam, mojarse los pantalones con el agua del parque, empaparse la camisa sin preocuparse por las cámaras. Lo había escuchado contarle cosas personales, verlo ponerse nervioso, vulnerable. Había sentido su tristeza… y hoy, él le había contado la suya.

Nadie sabía lo de Minho. Nadie, excepto Jimin. Y ahora, Jungkook.

No lo planeó. Solo… salió. Las palabras lo traicionaron.

¿Por qué se sintió tan fácil decírselo?
¿Por qué no se arrepentía?

Cuando llegó a casa, abrió la puerta sin hacer ruido. Pero apenas dio dos pasos, un grito escapó de su garganta.

—¡AY, DIOS!

Jimin apareció de la nada, con una mascarilla verde, una toalla en la cabeza y una túnica blanca.

—¿QUÉ PASA CONTIGO? —gritó Taehyung, llevándose la mano al pecho.

—¡¿Qué pasa contigo?! —rió Jimin, sosteniendo el pote de crema—. ¡Es mi noche de spa!

Taehyung no pudo evitar reír, cubriéndose la boca para no despertar a la abuela. Pero era tarde. Desde la cocina, una voz ronca y divertida se escuchó:

—¿Qué están rompiendo ahora?

Ambos hermanos se asomaron y encontraron a la abuela en bata, con un vaso de leche y galletas en la mano.

—¿Quieren compartir? —preguntó con una sonrisa traviesa.

Lo siguiente fue una de esas noches que quedaban grabadas. Los tres en la cocina, compartiendo leche y galletas, mientras Jimin contaba su versión exagerada de cómo Taehyung había “casi colapsado” al ver su rostro de spa.

La abuela se reía hasta las lágrimas. Taehyung también. Y en medio de la risa, por un momento, el peso de su tristeza se aflojó un poco.

Pero cuando todos se fueron a dormir y el silencio volvió a llenar la casa, Taehyung se acostó en su cama mirando el techo.

Volvió Minho a su mente.

No como una herida abierta, sino como una marca vieja que aún dolía si se presionaba muy fuerte. Recordaba su sonrisa, la manera en que lo abrazaba por detrás mientras él pintaba. Recordaba cómo lo miraba… y cómo ese brillo desapareció.

“No me entiendes, Tae. Siento que no soy suficiente para ti.”

No era justo. Él siempre lo había amado a su manera. Solo que su tristeza no lo dejaba demostrarlo como debía.

Se apretó la almohada contra el pecho.

Y entonces pensó en Jungkook.

En cómo lo miró hoy. En su voz cuando le preguntó con miedo qué le pasaba. En su rostro cuando le confesó lo de Minho. En cómo lo animó, cómo jugó con él y con Bam hasta hacerlo reír.

“¿Cómo puede alguien pasar de incomodarte… a darte paz?”

Taehyung cerró los ojos, confundido. Se sentía cansado, pero sobre todo abrumado. Como si su alma estuviera tambaleando entre el pasado y algo nuevo que no se atrevía a nombrar.

Y sin darse cuenta, se quedó dormido.

Pero su mente no descansó. En su sueño, estaba en un campo enorme de flores doradas, y el sol brillaba con intensidad. Jungkook lo miraba desde unos metros, con la sonrisa más brillante que había visto. Estaba descalzo, con los pantalones remangados y la camisa abierta por el viento.

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