Y, por alguna razón, mientras pensaba en todo eso, su mente vagó de nuevo hacia Jungkook.

Era absurdo comparar a Minho con Jungkook.
Eran diferentes en todo sentido.

Minho era impulsivo y sencillo.
Jungkook era complejo, roto en lugares que nadie parecía ver.

Y sin embargo... había algo.
Una sensación conocida.

Tal vez era la forma en que ambos luchaban contra sus propios fantasmas.
O la forma en que, incluso sonriendo, sus ojos delataban la tristeza.

Taehyung bebió un sorbo de café frío, pensando en los silencios compartidos la noche anterior.
Pensando en la forma en que Jungkook, sin querer, había logrado atravesar sus defensas.

Era peligroso.
Taehyung lo sabía.

Había prometido no volver a poner su corazón en un lugar donde pudiera romperse tan fácilmente.

Y sin embargo, aquí estaba.
Sintiendo una leve punzada en el pecho al recordar la risa de Jungkook.
El calor de su mirada cuando se permitió bajar la guardia.

Se reprochó en silencio. No debía confundir las cosas.
Sólo había sido una charla. Una coincidencia.

Pero mientras el día avanzaba y Jimin finalmente bajaba las escaleras riendo por algún meme tonto en su teléfono, Taehyung sabía que esa charla se había incrustado dentro de él, como una semilla que, inevitablemente, empezaría a crecer.

Y eso, más que cualquier otra cosa, le asustaba.

Porque había aprendido de la peor manera que las cosas que uno más deseaba...
eran también las que más podían herirte.

Jimin bajó las escaleras arrastrando las pantuflas, con el cabello revuelto y una sonrisa soñolienta.

—¡Huele a café! —exclamó, acercándose como un cachorro entusiasmado.

Taehyung le pasó una taza sin decir nada, ocultando una sonrisa en la curva de sus labios.
Había algo reconfortante en la manera sencilla en que su hermano alegraba las mañanas.

La abuela apareció poco después, con su bata floreada y su cabello perfectamente recogido.

—Mis niños hermosos —dijo, abrazándolos a ambos con esa calidez que parecía llenar la casa entera.

Taehyung la sostuvo unos segundos más de lo necesario, permitiéndose absorber el cariño.
La abuela siempre había sido un refugio silencioso para él, alguien que nunca pedía explicaciones ni exigía sonrisas cuando no las había.

—¿Me ayudan a mover las macetas del patio? —pidió la mujer, guiñándoles un ojo.

—¡Claro! —respondió Jimin antes de que Taehyung siquiera pudiera abrir la boca.

Así pasaron parte de la mañana: cargando plantas, riendo cuando Jimin casi dejó caer un rosal en miniatura sobre su propio pie, y escuchando las anécdotas infinitas de la abuela sobre sus amigas del club de lectura.

Hubo un momento particularmente gracioso cuando Jimin, en su torpeza habitual, tropezó con una manguera y cayó de espaldas, llevándose una maceta consigo.

—¡Un nuevo récord! —gritó Taehyung entre carcajadas, viendo a su hermano cubierto de tierra.

—¡Abuso familiar! ¡Me están bulleando! —protestó Jimin, pero su risa contagiosa llenó el patio.

La abuela también se reía, tapándose la boca como si aún no se acostumbrara a sus nietos revoloteando a su alrededor.

Para Taehyung, esos pequeños momentos eran tesoros silenciosos.
Instantes donde podía respirar sin la presión de ser más de lo que era.

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