: ~~|• DUMB MISTAKE •|~~ :

CAP 01

“¿Otras realidades?” Taehyung pensó que tenía suficientes con la suya.

—¿Y cuándo?

—Mamá dice que dentro de una semana. Ya habló con el instituto. Vamos a tener que ponernos al día después, pero… ¡vamos a estar en California!

Jimin lo decía con un brillo en los ojos que Taehyung no compartía. Para él, Los Ángeles era solo otra ciudad, otro lugar donde sentirse un extraño. A decir verdad, no le emocionaba mucho la idea de subirse a un avión, de estar lejos de su habitación, de tener que hablar con familiares que no veía desde que era niño.

Pero había algo en el tono de su madre —ese tono que se usaba cuando algo era más importante de lo que se decía— que le impedía negarse.

Ese mismo día, cuando volvió a casa, encontró a su madre sentada en la cocina, revisando unos pasajes impresos.

—Va a hacerle bien a la abuela… y a ustedes —le dijo sin levantar la vista.

Taehyung no respondió. Solo tomó un vaso de agua y subió a su habitación.

Miró por la ventana durante horas, viendo cómo el cielo se teñía de naranja y luego de azul oscuro. Pensó en Minho, en las cosas que no dijo, en lo que tal vez nunca entendería. Pensó en Jimin, en su entusiasmo inagotable, en cómo siempre encontraba algo por lo que emocionarse.

Pensó en su abuela, en su risa ronca, en el olor de su perfume viejo. Pensó en sí mismo, en lo que sentía… o en lo que ya no sabía si sentía.

Quizá el viaje era justo lo que necesitaba. No para ver estrellas de cine o surfear en playas de postal.
Sino para respirar diferente, para romper con la rutina que ya no lo sostenía, para perderse un poco… y tal vez encontrarse.

Todavía no lo sabía, pero ese viaje no solo lo llevaría a otra ciudad.

Lo llevaría a otra historia. Una que ni siquiera él se atrevía a imaginar.

-------------------------------------------------- DIAS DESPUÉS ---------------------

Taehyung siempre pensó que su vida era una película… solo que una muy aburrida. De esas películas independientes que nadie ve, en las que todo pasa muy lento y los protagonistas se la pasan mirando por ventanas sin decir nada. Pero esa semana —la última antes del viaje a Los Ángeles— las cosas comenzaron a salirse del guion.

Todo empezó cuando su madre, señora de una energía inquebrantable y listas de tareas kilométricas, decidió que no solo iban a visitar a la abuela… sino que iban a hacerlo con estilo. Y por “con estilo” ella claramente quería decir: con ropa planchada, maletas bien ordenadas, peinados decentes y, lo peor de todo, actitud positiva.

—¡Nada de caras largas, Kim Taehyung! Vas a conocer otra parte del mundo y vas a sonreír aunque te duela la mandíbula, ¿entendido? —le dijo un jueves por la noche mientras le lanzaba una camisa hawaiana directo a la cara.

—Esto parece una cortina, mamá.

—Moda veraniega, se llama. En Los Ángeles usan eso.

—Mamá, eso lo usan los turistas perdidos… o los actores de películas de zombies.

—Pues perfecto, así nadie te secuestra.

Jimin se tiró al piso de la risa mientras comía una bolsa de papitas con la boca abierta.

La casa esa semana fue un desfile de situaciones absurdas. Jimin intentó empacar cinco pares de zapatillas por si acaso. Taehyung olvidó completamente que necesitaba su pasaporte y su madre amenazó con dejarlo en casa si no encontraba su cepillo de dientes favorito (“no me importa si allá venden, ¡ese es el único que no me raspa las encías!”).

Pero detrás de todo el caos, Taehyung sentía algo diferente.

Había una especie de electricidad en el aire. No era emoción, tampoco miedo… era algo más parecido a una pausa. Como si el mundo estuviera conteniendo el aliento antes de algo importante. Él no hablaba mucho de lo que sentía —nunca lo había hecho, ni siquiera con Minho— pero dentro de sí estaba ocurriendo una especie de limpieza emocional.

Por las noches, mientras Jimin dormía con los auriculares puestos y su madre planchaba ropa viendo dramas, Taehyung se quedaba despierto, repasando momentos. Pensaba en todo lo que había cambiado en tan poco tiempo: el club de arte, su relación fallida, la desconexión con sus amigos, su apatía general hacia todo. Y aunque todavía no tenía respuestas, sí tenía preguntas. Y eso, en cierto modo, ya era un avance.

Una tarde, mientras caminaban de vuelta del supermercado —con Jimin quejándose de que su cereal favorito no estaba en oferta—, Taehyung se detuvo frente a una tienda de música. En el escaparate, había un cartel enorme con el rostro de Jeon Jungkook, el ídolo pop del momento, con una sonrisa tan perfecta que parecía photoshopeada.

—Ese tipo da miedo —murmuró, frunciendo el ceño.

Jimin, por supuesto, lo escuchó.

—¿¡QUÉ!? ¡Es Jungkook! ¿Cómo que da miedo? ¡Es el hombre perfecto!

—Nadie es perfecto, Jimin. Ni siquiera tú, aunque te creas BTS versión escolar.

—Primero: gracias. Segundo: tú solo dices eso porque eres un amargado. Jungkook canta, baila, tiene abdominales, hace reír, y encima dona a caridad. Si no lo admiras, es porque tienes envidia.

—No tengo envidia de un tipo que probablemente no puede ni comer hamburguesas en paz sin que le tomen fotos.

—Eso suena como tu fantasía, no la suya.

—Cállate, Jimin.

La discusión terminó en una guerra de gomitas dentro de la cocina, que su madre resolvió gritando desde el baño: “¡Si manchan esas cortinas nuevas, no pisan el avión, malditos!”

Esa noche, Taehyung volvió a mirar por su ventana. Pero, por primera vez en mucho tiempo, no sintió que su vida fuera una película triste en blanco y negro. Tal vez seguía siendo una película rara, sí, pero al menos ahora tenía más colores. Y una trama que se estaba moviendo.

Todavía no sabía qué lo esperaba al otro lado del país. No sabía que su idea de lo que era real, normal o seguro estaba a punto de romperse por completo.

Solo sabía que el viaje estaba a la vuelta de la esquina.

Y por alguna razón, esa vez… no le molestaba tanto.