Capítulo 63: La quema

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Cumpliendo su promesa: «ni una sola lágrima más», Charlotte observó la noche, que estaba atestada de bulla citadina, y aire helado. No tuvo más opción que comprar un tarro de gasolina y una caja de fósforos en un pequeño supermercado que quedaba a pocas cuadras del aeropuerto, y luego, coger un bus, que se dirigía hacia la calle Shattuck, pasando por toda la calle de Boylston. 

Este vehículo estaba vacío. Ella era la única persona que existía en ese lugar solitario repleto de sillas de un color metálico. Con sus únicos acompañantes: el tarro de gasolina, y la caja de fósforos, observaba las ventanillas, cuyos reflejos rojizos que emanaban los autos que pasaban afuera, eran notorios por los vidrios cubiertos de pavor. La intranquilidad en su cuerpo era bastante perceptible; sus pies se movían de un lado para otro, repasaba un sin fin de veces las manos por su cabello, y también por su rostro, se rascaba hasta las orejas, y su respiración iba más rápido de lo normal. Llegó a un punto en el que lo único que le importaba en el mundo era quemar los cadáveres, y toda esa horrenda escenografía que armó. En realidad, en ese momento ni siquiera recordó la monstruosa probabilidad de que luego de que todo quedase vuelto cenizas, podrían aparecer los Red Helmets, o incluso peor, algunos brujos y brujas, observandola con miradas espeluznantes. Listos para capturarla.

Tratando de no pensar, y percatandose de lo vacío que estaba su estómago —en todo el día solo había tomado una taza de café—, pudo apreciar la calle Shattuck. Los grandes campus de Lothingham ya se veían aterradoramente oscuros.

Pese a la ausencia de lágrimas, el susto ya se dibujó en su expresión, y los martilleos cardiacos resonaban en sus oídos.

Supo que era el momento de pisar tierra firme cuando contempló a lo lejos la gran casa y las siglas que avisaban su fraternidad: KAPPA SIGMA TAU. Al bajarse del autobús, caminó dos cuadras, se adentró en el campus. Un respiro de fortaleza fue oído por todo ese espacio, que lució algo nostálgico. Por la fracción un segundo, recordó su meta, que era graduarse como antropóloga, y por otro lado, su sueño de ser madre; saber lo que se sentiría tener a su hijo en sus brazos. Una lágrima casi resbala de su ojo derecho al recordar que si moría en tal peligrosa misión, eso jamás pasaría. El nudo se apoderaba de su garganta, pero, al respirar el helado aire de la noche, la valentía volvió a recorrer su cuerpo como fuertes vientos que corren frenéticos.

Corrió, corrió con el tarro de gasolina en la mano en dirección al bosque; algunas ráfagas heladas bailaban justo encima de su cabello, su rostro podía sentir de cerca los diminutos copos de nieve. La oscuridad era espantosa e indescifrable así que tuvo que sacar su teléfono con el fin de guiarse por la delgada luz de la linterna. Siguiendo esta luz, con temblores que hacían tambalear sus manos, ya caminaba por medio del bosque, observando unos arbustos enormes con forma de horrorosos espantos, los que avisaban que la cabaña donde reposaban los cuerpos ya estaba cerca. Sus ojos asustados veían algunas formas misteriosas que hacían los bultos de nieve sobre las estructuras, y por supuesto que el aire misterioso de la noche, y los silbidos de los pájaros, no dejaban de zumbar, en medio de esas penumbras inciertas.

Sus huellas se marcaban en la nieve como de costumbre, por sus zapatos converse, los fuertes suspiros eran perceptibles, los martilleos de su corazón eran cada vez más fuertes, hasta que contempló el lugar que buscaba. Y, al parecer, no había siquiera un fantasma rondando por ahí cerca.

«Que nadie sepa que estoy aquí, que nadie sepa que estoy aquí, que nadie sepa que estoy aquí, o por lo menos no antes de que alcance a quemar el hechizo, por favor, por favor, aún tengo la esperanza de salvarlo», era lo que pensaba, apreciando que su corazón iba a una velocidad impetuosa, exagerada, y observando de un lado para otro, rogando por no encontrarse con algún sujeto de traje rojo, alguien con capa negra, o con un atuendo fino y extravagante. En verdad, ni siquiera quería pensar lo horrible que podría ser. Porque, no podía llegar a imaginarlo, no lo asimilaba siquiera en sus pensamientos.

Sicretum (algo oculta Salem)  Where stories live. Discover now