Capítulo 59: El metro

32 18 0
                                    

Su entorno blancuzco lleno de ramas secas, y frío andante, seguía dando vueltas en derredor suyo

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Su entorno blancuzco lleno de ramas secas, y frío andante, seguía dando vueltas en derredor suyo. Charlotte, con los ojos prisioneros de sus manos, logró ponerse de pie, y haciendo una breve despedida de lo que la rodeaba; la ciudad de Boston, el campus de Lothingham, el cielo grisáceo, sus manos pálidas, su cabello que se notaba repleto de ondas platinas, recuerdos intempestivos de lo que fue su gloriosa niñez, terminando, por alguna razón, con los altos cielos de Manhattan, y memorizando los ojos de Bradley, que la observaban tan dulces como el mismo amor que ella siente por él, corrió impetuosamente, saliendo del campus, y pensando en el metro. En ese santiamén, lo único que deseaba era que la arrollase el metro por medio del carril, dejando su piel bañada en sangre.

Irrevocable e irreversible; por la magnitud de la calle Shattuck, corría en completa velocidad en camino hacía la estación más cercana.

«Quisiera verlo, quisiera verlo, quisiera verlo, por última vez, quisiera verlo, pero no puedo, sus padres deben estar ahí, y... No quiero encontrarme con ellos en este momento, solo quiero morir» pensaba, mientras las ráfagas heladas de Boston se enredaban en su rostro, cuyo llanto imparable, ya era despertador de curiosidades. Una señora de cabello castaño, pasaba por ahí, observándola con perplejidad, otro hombre de mediana edad, frunció el ceño, y al verla correr con desespero, y con el semblante bañado en lágrimas, le gritó a lo lejos:

—¡Oye! ¿Estas bien? ¿Puedo ayudarte?

—¡NO! —gritó apresurada.

Otras miradas más seguían viéndola correr increíblemente veloz y sus huellas marcaban la nieve; sus zapatos se veían como una sombra negra, dado a la absurda velocidad a la que se veían pasar. Si bien, así siguió el camino imparable hacía la muerte, como un exagerado y torpe torbellino.

No obstante, un pequeño pensamiento con unas pocas partículas de esperanza rodó en su mente como agua liviana, en ese momento: «¿Y si no muere? ¿Qué sucedería si no muere y yo muero? ¿Y si despierta de ese estado y se entera que yo morí? Y... ¿Si se mejorara de alguna manera y yo muero en vano? Por Dios, todavía no ha muerto... yo... yo... ¿Qué pasaría si... ? No, pero esta muy mal, esta en coma, por Dios».

Era como si la inmensa ciudad diese vueltas a su aturdido alrededor, mientras que su cabeza estaba a punto de estallar, y la tristeza a punto de hacer que su cuerpo desfalleciese en medio de ese todo invadido por los autos, el aire gélido, el bullicio citadino, los pitos, los tonos blancos, y los vientos furiosos.

Después de correr y correr por unas cuantas calles más (Charlesgate, Mishawum, y Rutherford), su corazón martilleaba incluso más rápido que un jaguar furioso andando por la jungla. En completa alteración, y sin pensar de manera lúcida, contempló su teléfono, y vio un mensaje de Sophie:

Sicretum (algo oculta Salem)  Where stories live. Discover now