Capítulo 32: Lauren Polanski

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El reloj del auto marcaba exactamente las dos de la tarde

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El reloj del auto marcaba exactamente las dos de la tarde. Charlotte, que acababa de ajustarse el cinturón de seguridad, puso las manos al volante sin tener ni la menor idea de a dónde ir. Lo único que rondaba su cabeza, repleta de ideas locas y disparatadas, era dónde conseguir la sangre de niño, el anillo de matrimonio, las ramas de árbol de veinte centímetros o las cinco muelas de perro. Posiblemente, podría idear un plan para intentar conseguir alguno de estos ingredientes antes de que terminara el día.

«Pero, ¿cómo puedo robarle el anillo de matrimonio a una persona?», pensaba, observando las calles cubiertas de nieve. En ese instante, un gran letrero que decía "Starbucks Coffee" la hizo detenerse en su camino incierto. Decidió ordenar a través del drive-thru.

—Buenas tardes, por favor, quisiera un capuchino pequeño —dijo Charlotte, hablando en dirección al altavoz.

—¿Desea algo más? ¿Algún acompañamiento? —respondió la voz de un chico.

—No, así está bien.

—Serían un dólar con sesenta y ocho centavos —informó el chico.

En ese momento fugaz, cuando Charlotte abrió la billetera, consciente de que solo tenía tres dólares, fue como si estuviera alucinando. De repente, una gran cantidad de billetes llenaba el espacio donde antes solo había unos pocos dólares miserables. ¿De dónde había salido todo ese dinero? ¿Sería una magnífica obra de Edland? Fuera lo que fuera, ella se quedó boquiabierta por unos segundos.

—Serían un dólar con sesenta y ocho centavos —repitió la voz del chico tras el altavoz, al percibir el extraño silencio.

Charlotte rozó los billetes con sus dedos y se dio cuenta de que eran reales. Sin saber cómo reaccionar, se quedó pensativa por unos segundos, hasta que decidió pedir algo más.

—Oye, también quiero un croissant de mantequilla y un sándwich de pavo —agregó, aún atónita.

Minutos más tarde, recogió su pedido después de avanzar hasta la ventanilla; aquel café caliente para combatir el frío, el croissant recién sacado del horno, y el sándwich de pavo que parecía una gloria para su estómago hambriento. Justo antes de retomar su camino, notó el mensaje escrito en el vaso de café:

«Disfruta los 900 dólares
P.D: ve al supermercado».

Tal vez el chico sonriente que llevaba una gorra verde había sido poseído por un momento mientras escribía el mensaje. Casi sin poder cerrar la boca ni un solo segundo, Charlotte saboreó el café y observó el horizonte; los copos de nieve seguían volando por el aire, y aunque estaba algo confundida, una extraña sensación de felicidad la invadió al ver que, después de todo, los novecientos dólares sí eran reales, estaban ahí, justo en su billetera. Con este dinero pudo pagar el croissant y el sándwich de pavo, que parecían haber sido enviados de alguna forma por la Comunidad Sicretum. Tal vez fue magia de Edland, de Connor o probablemente de Abigail Wolff. Esto la hizo pensar que había vendido su alma al mismísimo demonio desde que decidió unirse a ellos y hacer uso de la magia negra. Sin embargo, no pudo evitar pasar la mano por su cabello, mientras esbozaba una ligera sonrisa.

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