Capítulo XL

60 8 13
                                    

Lisandro se había empeñado en no dejar mi cabeza en paz. Me refiero a que, desde que hizo como de mi fisioterapeuta personal no he dejado de pensar en él, tanto que ya había olvidado que Antonio se me había declarado y no obstante, que me había robado un beso.

No fue un beso tan grande, solo beso mis labios. Pero, había olvidado por completo esa situación y lo mucho que me molestó, además que como compañeros de trabajo sería incómodo.

Así que mejor será que aclare con él las cosas para no tener una roca inmensa de incomodidad encima, aplastándonos.

Iba llegando a Tier1, y pude ver que quien estaba terminando de entrar era Paúl, así que apresuré el paso porque alguien, tenía también, explicaciones que darme.

—¡Hola, hola, amigo mío. Enga pa' acá!

Paúl mostró sus dientes al escucharme y se acercó a darme un beso en ambas mejillas.

—¿Y eso, nena? ¿En qué momento te dieron el seminario andalú?

—¿Te parece poco el convivir a diario con ustedes? En fin —me centré a lo que iba— me puedes explicar ¿cómo es eso que Lisandro Nariño habló contigo?

Se rió de manera pícara, y caminamos despacio hasta detenernos.

—Por esa entonación y esa mirada preocupante... ¿acaso es él quien te hace suspirar? Apuesto a que...

Sonreí y me delaté.

—Listo. Hedel... ¿En serio? —su expresión se volvió seria y asombrada.

—Mira, eso no importa. No me has contestado mi pregunta. —Me crucé de brazos.

—Mmm —me miró con recelo y continuó—, el vino a buscarte pero no estabas, entonces me presenté y le pregunté quien era para cualquier cosa, decirte y ya sabes... La cosa es que hablando descubrí que es el fisioterapeuta que atiende a mi mejor amiga, así que pensé que te tratarías con él, porque pasas todo el día aguantándote el dolor de espalda, hija.

—Entonces fuiste tú...

—No sé a que te refieres, pero que digo la verdad, eh. —Levantó sus manos mostrando inocencia.

Empecé a pellizcar en broma a Paúl por su cintura y vimos pasar a Antonio, allí mantuve mi postura erguida.

—Oye, —Paúl se puso detrás de mi, susurrando a mi oído— ese anda muriéndose por tí ¿has hablado con él?

Me voltee quedando frente a él.

—Ya lo hizo. Ya me dijo lo que sentía, pero...

Sus ojos se abrieron de forma exagerada.

—¿Pero qué, mujer?

—A mi no me gusta él.

Él puso sus ojos en blanco.

—A ver Hedel. No me digas, no me digas que rechazaste a Antonio porque te gusta el fisioterapeuta ciego.

No sabía que decir, porque era la verdad, aunque esperaba que Paúl fuese más comprensivo, pero sonaba como si no estuviese de acuerdo.

—Ese silencio tuyo ya me respondió todo. ¿¡Estás loca!? —susurró exaltado— que pareces tú la que está ciega. ¿Por qué te gusta el, a ver? Disculpa que diga esto, pero... Qué rara eres, Hedel. Dejas a Antonio, un tipo trabajador, buena onda y hasta popular con las chicas, por un hombre que es ciego. ¡Ni siquiera sabe cómo eres!

Mordí mi labio inferior desviando mi mirada, mientras lo escuchaba. Tomé aire y le respondí.

—Bueno me voy, tengo trabajo que hacer.

Los ojos del corazónWhere stories live. Discover now