Capítulo XXXVIII

61 6 2
                                    

Mientras preparo algo de cenar no puedo dejar de pensar en ella. Es que siempre tiene que aparecer a interrumpir la ocasión, esa tal Blanca.

Revuelvo los huevos con el tomate y cebolla, sin dejar de pensar que a ella le debe de gustar mucho él, quizás soy yo quien está interponiendose entre ellos como dice su tonto hermano Alejandro y eso me molesta más.

Gruño de tan sólo pensar en que quedaron juntos y solos en la clínica, sin darme cuenta mi mano toca el borde del sartén, brinco ante la reacción de lo caliente y aprieto mi dedo que se ha quemado.

—¡Ahhh! Que rabia, todo por andar pensando en esos dos.

Pongo música en mi teléfono, y termino de cocinar con más cuidado. Me sirvo y me preparo para cenar en el sofá de la pequeña sala.

—Así estoy bien, no debería de seguir creyendo que estoy enamorada, seguro fue solo una confusión por el tiempo que llevo sola y por la falta de contacto masculino... Sí, seguro ha de ser por eso.

Medito mientras como, con la música que logra calmarme un poco por la molestia que sentía desde que me vine con Pablo. De pronto la música bajó el volumen por un momento, al recibir una notificación de un mensaje, volteo a ver la pantalla y para complementar era del señor Lisandro.

—¡Jah! ¿te acordaste que existo? Que extraño, seguramente ya Blanca se fue ¿no? —resongo y limpio una de mis manos para tomar el teléfono.

Reproduzco el mensaje y este dice lo siguiente:

"Buenas noches, chiquilla. Espero que te sientas mucho mejor de tu espalda, que si no es así tú solo hazmelo saber. Te iba a decir para cenar en casa con mamá, pero ya viste que apareció la loca de Blanca y ni hablar... —resopló—. Recuerda comer bien, y asegúrate de cerrar las puertas y ventanas que eres bien descuidada, eh. Y bueno nada, nos vemos, escandalosa, descansa."

«Ay si, haciéndose el atento. Con todo el mundo parece serlo, estúpido ese...»

No le respondí, me sentía muy molesta como para hacerlo, mientras camino con el plato al fregadero pienso que... «No, mejor le respondo, ignorar es de gente inmadura. Solo que mantendré mi sana distancia, al final somos solo amigos».

"No te preocupes, gracias por todo. Que pases buenas noches."

Listo, con ese mensaje quedó perfecto, siendo madura y seria.

Me voy a mi habitación, pero antes de cerrar la puerta me devuelvo a la sala para verificar que cerré la puerta de afuera y las ventanas. La voz de Lisandro hace eco en mis oídos y me molesta que me guste tanto.

Finalmente introduzco mis piernas debajo del edredón con la temperatura del aire como me gusta, con bastante frío. La cama se siente tan cómoda, demasiado, tanto que al ponerme en posición de dormir simplemente cierro los ojos, pero no pasan ni cinco segundos cuando ya los vuelvo a abrir. Me volteo de un lado al otro, buscando una posición que me haga dormir más rápido, sin embargo mi mente no quiere hacerme caso.

Inquieta estoy.

Me doy por vencida, acostándome boca abajo. No quería aceptarlo pero aparece Lisandro en mis pensamientos, sus manos están recorriendo mi espalda y se siente tan bien... Sacudo mi cabeza y trato de pensar en otra cosa, pero una vez más aparece en el momento en que yo estaba frente a la máquina expendedora en su clínica y él se acercó más lo que debía a mí, quedando mi rostro en un corto espacio con el de él, aunque se bien que no fue a propósito, sin embargo... El ritmo de mi corazón se acelera tan sólo de recordar.

Frustrada me levanto de golpe sentandome en la cama.

«No se que haré, no creo que pueda dormir esta noche...»

***

Al día siguiente me fui temprano al Salón, la señora Ana me había pedido que fuese rápido porque los alumnos de Lisandro se reunirían hoy para un compartir y planificar la presentación que tendrían el próximo sábado, por lo que el Salón estaría bastante lleno, dado a que tanto sus alumnos adultos y niños estarían juntos.

Ya estando allá traté de no acercarme a Lisandro y mantener mi distancia de él, aunque mientras limpiaba o servía mi vista curiosa se topaba sin querer queriendo en Blanca y en él. Ella obviamente no podía faltar, como siempre.

Uno de los niños dejó caer su bebida y fui rápidamente a limpiar el piso con el trapeador. Así aprovechaba a escuchar (otra vez sin querer queriendo) lo que él les indicaba. Él tocaba la guitarra y los sonidos eran exquisitos, como caricias al oído.

Me devolví detrás de la cocina, cerca del baño para lavar el trapeador, cuando estuve a punto de salir escuché la voz alterada de Alejandro, a lo que me detuve ya que tengo entendido que no suele venir aquí.

—¡Me parece el colmo, madre!

—¡Ale hijo! pero si hoy no es el aniversario de tu padre ¿qué haces aquí?

—Lo sé perfectamente, pero precisamente por papá es que vine, fite, ya que nadie parece tenerle algo de respeto al meter a cualquiera al Salón.

—¿Pero que chuminas estás diciendo tú?

—¿Dónde está? ¿Dónde está la mujercita esa? —repetía acelerado—. Que no me iré hasta ver que la hayas sacado de aquí. Que no permitiré que esa siga trabajando en el Salón ¿me has entendido?

Apreté mis labios y me quedé estática. Tenía miedo, me sentía como una intrusa, a pesar de ser solo él quien me atacaba de esta manera tan grosera, era inevitable que me sintiera como una molestia.

Quizás tiene razón y yo solo estoy siendo impertinente.

Salí con el trapeador en la mano, caminando de espacio y aquella mirada sombría y furiosa se conectó con la mía.

—¿No te lo había dicho ya? Pero hay que ver la poca vergüenza que tienes, o creo que no la tienes —se río sarcásticamente—. Te lo diré por última vez, vete. Y no sólo del Salón sino de nuestras vidas, por favor y estoy siendo amable.

—Alejandro, por Dios y qué pamplinas estás diciendo. ¿Estás ebrio o qué cosa?

—Estoy perfectamente, mamá. Así que repito, vete. —No me quitaba aquella mirada retadora de encima.

No sabía qué hacer o qué decir, porque no entiendo el asunto que tiene tan incado conmigo este sujeto ¿qué le hice yo a él? No comprendo, pero me asusta lo que pueda ser capaz de hacer.

—Bien, señora Ana, haré lo que usted diga. —Fue lo único que pude decir.

—A ver, entonces mamá, ya dile que se vaya. —Repitió llevándose las manos a la cabeza, levantando más la voz.

—¿Se puede saber qué te pasa, Alejandro? Que llegas como un loco neurótico. ¿No ves que tengo una reunión? Además hay clientes.

Su sonrisa se hizo más grande, pero de esas que dan escalofríos.

La tensión e incómododidad invadieron el lugar.

—Tú, Lisandro sigue en lo tuyo, este asunto lo resolveremos mamá y yo.

—Hedel tú sigue, hablaré con él...

La señora Ana me hablaba, Alejandro al oírla se alteró mucho más.

—¡Que la saques del Salón, mamá! ¿no entiendes? —alzó la voz, haciendo que todos voltearan a ver llenos de desconcierto e incomododidad.

—Creo que mejor será que me vaya. Hablaremos luego...

Dejé el trapeador y tomé mi bolso para irme. Sin embargo, Lisandro interfirió.

—Tú te quedas quieta Hedel, de aquí no sales. Y ya deja de gritar, Alejandro, que pareces un completo neurótico, además espero que sea la última vez que le hables así a mamá, y a Hedel.

Su tono fue fuerte pero manteniendo un volumen no tan alto, mostrándose capaz de enfrentar los que sea. Mientras que yo, solo quería desaparecer...

Estaba en una situación muy, muy apretada, y más escuchando a Lisandro defenderme, eso era como agregarle sal y limón a la herida que es este sujeto tan obstinado de Alejandro.

Los ojos del corazónWo Geschichten leben. Entdecke jetzt