Capítulo XXXIV

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***Narra Lisandro***

Me regresé al Salón porque había dejado unos papeles con información importante en braille de la que Pablo no iba a saber diferenciar, así que tuve que venirme con él. Cuando llegamos todo estaba muy tranquilo, no habían clientes porque de ser así me hubiesen dicho algo. Una música de fondo en volumen suave era lo único que se podía escuchar.

—¡Escandalosa, que he llega'o! Vine a buscar unos papeles con una información que necesito...

Hice silencio cuando no escuché nada. Al encontrar lo que buscaba lo dejé sobre la mesa y me acerqué al mostrador, me parecía extraño el ambiente, al hacerlo pude escuchar unos sollozos... Mi mente se alertó junto con mi cuerpo, y sin pensarlo más me dirigí guiándome por los sollozos que a medida que me acercaba se hacían más fuertes.

Hedel lloraba, ella estaba llorando en el baño.

Escucharla hizo que mi pecho se hundiera, y me sentí tan agradecido de haberme regresado para entonces poderla ayudar a levantarse de esa caída emocional tan triste por la que pasa...

—Hedel, levántate. —Repito sosteniendo mi voz lo mejor que puedo.

—Lisandro...

Seguía sosteniendo mi mano, la suya está algo nerviosa, puedo sentirlo, está fría y algo húmeda.

Cuando ella ya estaba de pié fue que no pude esperar más y la atraje a mí en un cálido y consolador abrazo.

—No puedo creer que Romina ya no esté, que me haya dejado... La extraño, la necesito, estoy har... —su voz se alteró sobre mi pecho, llorando descontrolada. Hundiéndose en una tristeza que solo el tiempo podrá calmar.

—Ella nunca te dejará. Será eterna siempre que la lleves en tú corazón y mente, como un viaje. —Pasaba mi mano por sus cabellos, acariciandole para que se tranquilizara— Cuando te viniste estabas tranquila, a pesar de no verla físicamente, la llevabas siempre en tú corazón.

—Es diferente, sabía que me esperaría —su voz entrecortada y temblorosa me arrugaba el corazón.

—Ahora a ella le tocará esperar. Pero, mientras tanto aquí debes de seguir luchando y ser fuerte, chiquilla.

Hedel seguía llorando sobre mí, y yo estaba deshecho por no poder hacer algo para que ella dejara de estar tan triste, sin embargo, lo mejor sería no dejarla sola.

—Lisandro ¿qué está pasando?

Aquella voz me sobresaltó un poco, y pude notar que a Hedel también, quien inmediatamente se separó de mí. La que había llegado era mi cuñada, Amaia, la esposa de Alejandro.

—Eh... Hola, Lisandro solo me estaba ayudando, pero no pasa nada, seguiré trabajando. -Hedel se hizo la fuerte más rápido de lo que pensé. La escuché salir, aunque en cuestión de segundos se devolvió- Y gracias, Lisandro.

—No tienes que agradecer, Hedel. —Salí del baño quedando fuera, junto a Amaia.

—¿Qué le pasa? —me susurró, evidentemente curiosa.

—Ha teni'o una crisis, recientemente su mejor amiga falleció y bueno... Afortunadamente llegué a tiempo para ayudarla.

—Ay, pobrecilla, cuñado. Bien... Yo solo pasaba para pedirle algo a tú mamá, pero como no está, pasaré más tarde.

Amaia se despidió de mí y salió sin vacilar tanto.

Yo aún seguía preocupado por Hedel. «¿Cómo es que puede trabajar así?» Realmente ella me sorprende.

Los ojos del corazónOnde histórias criam vida. Descubra agora