Capítulo XVI

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«Solo faltan pocos minutos para que sean las 9 de la noche, obviamente el Salón Creativo ya habrá cerrado pero, lo intentaré de igual modo. Aunque muera de pena por ir a estas horas...»

Busqué en mi teléfono el número de la señora Ana y pensándolo un poco, me decidí a escribirle y le pregunté si aún se podía ir a la mini biblioteca por algunos cuentos para Elva.

No tardó en responderme, su mensaje era igual a ella, su entusiasmo traspasaba la pantalla. Me causaba gracia el hecho, así que me cambié de inmediato y tomé mi pequeña mochila donde metí los dos cuentos que había dejado Elva.

Mientras iba en el autobús pensé que era muy inapropiado de mi parte aparecer así como si nada, de noche y ¿solo por unos cuentos? Sería extraño y podría también malinterpretarse.

«Ay no, mi otra Hedel me dice que he hecho un error al venir. Ya Hedel, contrólate que si te viniste solo debes terminar el asunto y ya»

Me bajé del autobús y seguí caminando viendo que no había mucha gente y que estoy loca en venir de noche solo por unos cuentos... definitivamente no estoy bien de la cabeza, yo misma lo admito.

En mi travesía por ir a ver a Lisandro y buscar los cuentos de Elva, aceleré el paso porque sentía que alguien me seguía. Me di cuenta que, un auto sospechoso estaba detrás de unos árboles del camino, casi que corría y sí, en realidad empecé a correr hasta que una mano tomó mi brazo un poco mas abajo del hombro y mi reacción instintiva fue girarme de frente y golpearlo en la entre pierna.

El grito de queja y angustia fue tan fuerte que hasta a mí me dolió.

—¿¡Paul!? ¡Qué haces aquí?

Paul trabaja en la empresa Tier1, solo que en un departamento diferente al mío por lo que nos vemos muy poco, sin embargo, cuando hablamos es para morirse de la risa los dos, sobretodo por lo desquiciado que está él.

Lo conocí el segundo día de trabajo cuando buscaba como loca el área de limpieza porque la muy torpe de "yo" derramó el café en su escritorio y todo se manchó, afortunadamente a los equipos no les llego.

—Yo solo... iba en el coche y te reconocí —articulaba cada palabra con expresiones de dolor y quejas— pensé en hacerte una broma... ¡Joder, Hedel! Creo que me dejaste sin generación.

Solté unas risitas y luego me enserié.

—Tú tienes la culpa por aparecerte así como un malandro en medio de la noche a una pobre chica indefensa y sola como yo.

—¿Indefensa? Ji home...

Luego de un rato donde el caminaba y se retorcía, se calmó un poco y le dije que debía irme porque me estaban esperando, aunque se ofreció a acompañarme no quise que lo hiciera porque seria un poco incómodo, a parte que ya Ana me vio con Antonio, y ahora con Paul... ¡Nah! Paso.

—Ya me acompañaste hasta aquí, ahora vete Paul. Ah, y no vuelvas a hacer esas bromas, te lo recomiendo si quieres mantenerte sano.

—Ya. De indefensa no tienes nada, querida. Cuídate.

Sacó su mano por la ventana y me saludó con ella. Está totalmente loco, pero esa patada en sus partes se lo merecía por querer dársela de bromista.

Resoplo y toco el timbre. La puerta se abrió inmediatamente como si estuviesen esperándome sentados al frente de ella.

Quien me abrió fue la señora Ana, Ana.

—¡Mi querida, Hedel! Te estaba esperando, pensé que no vendrías... pasa, pasa.

Entré sonriendo, ella era muy amable y su ternura te podía abrazar el alma, ahora entiendo porqué Lisandro con su condición, vive tan relajadamente y despreocupado, con una madre que te llena de afecto y te hace sentir tan bien vas comprendiendo mejor lo que es realmente importante en la vida y quienes lo son.

—En serio perdóneme la hora, mi hermanita no puede dormir si no lee algo y se pone extremadamente intensa. Mañana trabajo desde temprano y no tendré tiempo... es todo un protocolo.

Ella soltó unas carcajadas. —Tú si quieres vente a las 2 de la madruga' y te recibiremos siempre, que no eres molestia, miarma. Ahora espérame aquí, iré por la llave del Salón.

Me senté en el sofá mientras detallaba la casa, mis ojos se posaron en una foto que estaba en la mesita, era la señora Ana con el que supongo era su esposo, Lisandro y su estúpido hermano Alejandro.

—Entonces el pinocho escandaloso está aquí.

—Y dale con los apoditos molestos... ¿Podrías solo decirme Hedel?

—Claro... escandalosa.

Giré mis ojos por lo intenso de este ser. Me voltee a verlo porque estaba a espaldas de él y lo vi acercarse, no llevaba su bastón y su pijama lo hacia ver más joven.

Pantalones de cuadros negro con un gris pálido, y una camisa de algodón mangas largas del mismo color gris.

Lo miré de arriba abajo, incluso con los lentes parecía que todo lo podría quedar súper bien. «Qué envidia... pero que agradable a mi vista» Sonreí ligeramente y me acomodé en el asiento.

—¿Por qué tan callada? —Me pregunta rompiendo mi meditación y observación.

—Ah, estoy esperando a tu mamá, fue a buscar las llaves de la tienda.

Dicho eso apareció ella con las llaves en sus dedos haciéndolas sonar.

—Aquí estoy, bueno vamos a buscar esos... —ella sacó su teléfono y comenzó a hablar, recibió una llamada— Eh, Lisandro, bombón, hazme el favor y lleva a Hedel al Salón a buscar los cuentos. Toma.

Le entregó en sus manos la llave y yo solo me quedé de pie sin decir nada.

—Bien... espérame aquí un momento.

Camino de aquí para allá, la señora Ana se fue hablando por teléfono y me dejó en manos de su hijo.

Que pena molestarlo cuando ya estaba en pijama.

Él venía con su bastón, pero... —Pensé que te irías a cambiar la pijama.

—¿Cambiarme para ir al lado? Solo fui a por mi bastón.

—Y disculpa la molestia a estas horas, en serio.

—¡Que chominá, que no molestas, niña! Y ya vamos.

Él se dirigió a la puerta y yo me adelanté para hacerle el favor de abrirla y él se sonreía como si pudiese ver mis acciones.

—¿A qué hora te duermes normalmente, Hedel? —Su pregunta me hizo pensar que fui imprudente en venir tan de noche para solo buscar unos cuentos infantiles.

No sabía que decir, porque quería venir pero... ni yo me entiendo.

—Eso depende, a veces temprano y otras de madrugada leyendo, viendo alguna serie o película. —Mi tono fue suave, supongo que soné algo tímida y reservada.

—Yo usualmente me duermo a las 11 de la noche, me gusta escuchar audiolibros, me relajan y aprendo muchísimo. Deberías escuchar algunos.

—Me gustaría. —Contesté y el abrió la puerta del Salón.

Las luces estaban apagadas y el me dijo que las encendiera, me guió diciéndome donde estaba el interruptor, al lado del mural decorativo.

Me acerqué a la mini biblioteca a dejar los que ya Elva había leído y busqué los que más interesantes se veían.

—¿Entonces a donde deberíamos ir mañana? —Preguntó repentino.

—Ah, no lo sé, que sea un lugar agradable y bonito.

—Ya, bueno, mañana veremos a donde nos lleva Pablo.

Al pasar unos segundos silenciosos, sin pensarlo le dije a Lisandro...

—¿Qué te gustaría hacer de magnífico en tu vida?

Él inmediatamente soltó un soplido, no se esperaba mi pregunta.

—Nadie me ha hecho esta pregunta antes, y a mis treinta y un años tengo un montón de sueños acumulados en proceso de hacer realidad. 

Los ojos del corazónWhere stories live. Discover now