Capítulo XXXI

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—¡Que alegría de verte, Hedel! —pronunció Pablo el chofer con ese tono tan característico de los sevillanos emocionados. Levantando sus cejas esperando mi respuesta.

—Que lindo Pablo… —iba a preguntarles cómo estaban y qué hacían de no ser por Pablo que me interrumpió. 

—¿Lindo? Si me alegro ‘e verte, pero porque así te dejo a Lisandro un rato mientra’ voy a buscar un pedi’o que seguro que ya me cierran la agencia. ¿Sí? Se portan bien, a’ra via i.

Su hablar me hizo sacar una risa, es que su velocidad más esa “r” que agregan para sustituir la “l” y que acortan las palabras… pues, me recuerdan un poco a los maracuchos (los oriundos de Maracaibo, Venezuela), solo que aquí le dan un gozo a todo su hablar que… hasta a mí a veces se me contagia el tono.

Sin más el hombre se fue en el auto dejándome definitivamente con Lisandro, quien ladeó la cabeza y afirmó su bastón al frente.

—Había olvidado lo directos que son aquí, je, je. —Comente parándome frente a Lisandro. Ya la señora de antes se había ido a no sé dónde.

—Es cuestión que pases cinco minutos fuera de tu piso y ya te acostumbras —me dijo el hombre frente a mí, a quien veía con unas ganas inmensas de querer abrazarle—. Y dime, ¿qué haces por estos lados? ¿Cómo te has sentido?

—Sali precisamente por eso, —me detuve antes de seguir contestándole, y pensé que sería mejor sentarnos frente a la panadería para hablar más cómodamente— ¿y si mejor nos sentamos allí al frente?

El asintió con una sonrisa genuina, mostrándome su brazo para que me tomara de él y cruzar juntos la calle. —Enga, que así hablamos mejor.

Algo indecisa estaba si ir del brazo juntos o no, hasta que entrelazamos nuestros brazos. Mis nervios eran una cosa seria, porque ni siquiera con el simple hecho de haber compartido varias veces no lograba verlo aunque sea como un simple amigo, porque este hombre tan… tan, ¿cómo decirlo? o sea, tan simpático y encantador me hacía poner de los nervios, y eso que ni puede ver, porque si pudiese hacerlo… ni hablar, seria: Hedel el hazmerreír.

—Cualquiera pensaría que somos una pareja de verdad —chisteó él. Mientras que yo tragaba grueso.

Rei disimuladamente de manera forzada, sonando como una completa estúpida, así que me detuve. —Por cierto… tengo que ir a ver a tu mamá, apenas le respondí un mensaje porque ni ánimos tenia de nada, pero, mañana al salir de Tier1 iré al Salón.

Terminamos de cruzar la calle y llegamos a la otra acera donde estaban las mesitas de la panadería. Allí saque la silla para que Lisandro tomara asiento, y rodee la mesa para quedar frente a él. Sonreí feliz cuando me dijo “gracias, chiquilla” con voz suave, pero, aunque fuese tan grandote me gustaba la idea de que fuese yo quien le sacara la silla, y no al contrario. Creo que puedo decir que estar atenta a él para ayudarle en todo lo que pueda… me gustaba.

Mientras que una parejita, al frente de nuestra mesa, se encargaba de mostrarnos lo típico de lo “establecido”; el chico le saco la silla a la muchacha como todo un caballero, y eso está bien, y no me afecta tampoco, de eso estoy segura, porque viéndole frente a mí, mis sentidos (todos) estaban solo enfocados en quien tenía al frente de mis ojos. El.

—Ma quiere verte, está preocupada por ti, pero ha esta’o tan ocupada en el Salón que incluso ha tenido que cerrar un poco antes porque tiene mucho trabajo y queda reventa’.

Recordé con cierta pena la propuesta que me había hecho la señora Ana para trabajar con ella en el Salón Creativo. Se que no debe ser fácil estar sola atendiendo un negocio que requiere de cocinar, atender, limpiar, y asistir y verificar, por lo tanto me gustaría ayudarla y así ganaría algo extra a la empresa. Y seguido, como conspiración de la vida, también llego a mi mente que antes quería trabajar el triple para reunir una gran cantidad de dinero y lograr que mi amiga Romina viniera conmigo a Sevilla.

Los ojos del corazónWhere stories live. Discover now