Capítulo XXXVII

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¿Fisioterapeuta personal?

Me quedé unos segundos muy seria, en silencio, asimilando lo que acababa de decir.

—¿Mi qué? O sea... —me reí— no te entiendo, Lisandro.

—Esta es la cita de la que te hablé —sonrió con perspicacia, esa perspicacia tan propia de él, que le define por completo—. Bien, me avisas cuando te hayas quitado la ropa, yo iré preparando la camilla.

—Pero... —dejé escapar unas carcajadas llenas de confusión— A ver, Lisandro ¿qué broma es esta? Me sacas de mi depa para traerme ¿a qué?

Él caminó hasta la esquina donde había un mueble de madera pulida, de allí sacó una toalla blanca y una funda azul marino para colocar en la camilla la cual empezó a preparar de lo muy relajado. Yo estaba perpleja.

—Pero si en ningún momento pedí una cita, —alegué viéndolo preparar todo, se veía muy profesional, un doctor bastante atractivo y seguro de lo que hacía— te confundiste de paciente. Ya te estás volviendo más loco de lo que pensé. —Me mofé de él.

Lisandro siempre me hace reír con cada cosa que se le ocurre, y hace que sea inevitable no verle con ojos de contemplación.

—Vale, muje' ¿qué no entiendes? Que lo necesitas, llevas días soportando dolor en tu espalda y necesitas tratar eso antes que se vuelva algo más grave.

—¿Y quien te dijo que yo estoy soportando dolor de espalda?

—Hedel, Hedel... Sólo, quítate la ropa.

—Pervertido.

Respondí de inmediato, frunciendo el ceño, viéndolo como se reía descaradamente.

—Necesito hacer los masajes y aplicarte el tratamiento —agregó con tono cansón—. Aquí la pervertida eres tú.

Él dió una palmadas a la camilla invitándome nuevamente a que me preparara para la terapia que haría.

—Okay, okay. Ya luego hablaremos bien de cómo te enteraste. Déjame cambiarme... —solté bajando la voz. De golpe levanté la mirada en dirección a él— ¿No te vas a salir? Tengo que cambiarme.

Él soltó una risa mostrando sus dientes tan parejos... Lindos.

—Hedel ¿lo dices en serio? ¡Que soy ciego, illa!

—Mira no sé, tú presencia mientras me desvisto me incómoda, solo... ¡Al menos volteate!

—Jah —se volteó y susurró entre dientes— ni que fuera la primera vez.

—¿¡AH!?

Carcajadas siguieron por parte de él, así que tomé una de las almohadillas y se la lancé a la cabeza con una puntería perfecta.

—Ya, vale, vale —levantó una mano en rendición— era broma. Te dejo tranquila, nena.

Él estaba de espaldas, de brazos cruzados, con su camisa de mangas cortas, que llevaba su nombre y título grabado. Y es gracioso, el hecho de que sea invidente y aún así logre ponerme tan nerviosa, me hace sentir como si pudiera verme.

Sin más me despojé de todo lo que llevaba arriba, incluyendo mi brasier.

—Recuerda que debes acostarte boca abajo. Y colocar tu pecho en la zona marcada.

—¿Tambien el jean?

—Correcto. Solo no vayas a desnudarte por completo que...

—Ya cállate, Lisandro. Loco pervertido.

Los ojos del corazónWhere stories live. Discover now