Capítulo XXX

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Las emociones y sentimientos que se van desencadenando por la pérdida de un ser tan querido y allegado pueden ser tan fuerte para unos, y menos para otros. Eso era algo que no podía comprender del todo, me tocó ver el rostro de personas que decían amar a Romina derramar dos lágrimas y luego reírse como si nada fuera de la casa, mientras veía a los que ella llegó a odiar por tantos problemas que le causaban... estar llorando como si les hubiesen quitado a sus madres; la misma familia, compañeros de la Universidad, del trabajo, vecinos y gente extra. ¿Hipocresia? ¿Qué es todo esto? Me dejaban en shock, solo podía observarlos en mi propio silencio sin entender cómo es que las personas pueden llegar a ser tan... Tan despiadadas.

Lisandro y yo nos quedamos en casa de la señora Luz por cuatro días. Cuatro días llenos de silencio; un vacío existencial y la habitación de mi querida Romina vacía... De la cual aún quedaba impregnada de su aroma como si ella estuviese aquí. Sus productos de cosmética, su peine con algunos cabellos, sus joyas, algunas de sus ropas, sus libros, sus libretas y toda esa pila de huellas que dejá sin poderse llevar.

Otra cosa que después caí en cuenta fue Lisandro. Me sentí algo mal por él, quien me acompañó desde su comodidad a quedarse en casa de desconocidos que ahora andan con el espíritu afligido al igual que yo. Todos estábamos callados y casi nadie quería comer, Lisandro era el que estaba al pendiente de mi y de la señora Luz, era quien encargaba comida aunque no tenía nada de apetito, y se me hacía difícil tragar cuando el nudo en la garganta no se quería quitar.

—Vamo' Hedel, que tienes que comer aunque sea un poquito, nena.

El estába sentado a mi lado con una bandeja con comida. Mi mirada estaba perdida en el vacío, hasta que despacio gire a verlo, una lágrima término por deslizarse en mi piel cuando le vi sosteniendo el tenedor en el aire ofreciendome un bocado, incluso sin poder ver, nada le impedía mostrar lo bondadoso que es... Mi corazón se conmovió.

—Gracias —agradecí, intenté tomar el tenedor para comerlo por mi misma, pero él no me dejó.

—No, no —lo impidió—. Que necesito saber que estás comiendo, así que me comes de aquí.

Su mano insistía en que yo comiera directamente de él, sin ánimos de nada (ni siquiera de oponerme) tomé la mano que sujetaba el tenedor y la atraje un poco hacia mi, abrí ligeramente la boca y comí.

—Que me ha pasa'o un lío bastante cómico al pedir la comida, Hedel. La muchacha encarga'a no me entendía cuando le estaba...

—Lisandro.

Le interrumpí cambiando el tema.

—¿Ah? Si, dime.

—¿Qué haces aquí? —pregunté sin entender— ¿Por qué has dejado todo para venirte conmigo? Dejando tus trabajos, a tu madre y hermano preocupados, y a... —recordé a esa mujer, y lo que me había dicho su hermano sobre todo ello— a todos los que te estiman.

Lisandro sonrió levemente.

—Estoy aquí porque quería conocer el acento caraqueño de los ancianos.

—¿Qué?

—Es broma, que estoy aquí por ti, Hedel. —Hizo una breve pausa y siguió— estoy aquí por ti.

De pronto el silencio nos inundó, yo que estaba tan sensible hasta más no poder y Lisandro que sale con estas cosas que dice que me hacen imaginarme cosas que me preocupan. Paso los dedos de mi mano debajo de los ojos para limpiarme y le pregunto:

—Lisandro, perdóname por hacerte venir hasta acá así como si nada, siendote de carga...

—Hey, Hedel, Heldel, —me hizo parar de hablar, cuando realmente me sentía apenada— para nada que me es una carga. He sido yo quien decidió acompañarte en este momento tan infortunio. Y escucha, no es tu culpa, cariño, ni de nadie. Es parte del existir, y es terrible, pero ten en cuenta una cosa... —el colocó la bandeja en sus piernas y acercó su mano a mi hombro— no seré como Romina, pero una cosa es segura, que puedes contar conmigo para lo que sea y estaré a tu lado siempre que me necesites y si no tampoco, que igual me quedaré a tu lado.

Los ojos del corazónWhere stories live. Discover now