Capítulo XXXIII

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Llegué finalmente a mi piso, bueno, el departamentito donde vivo, es que decirle "piso" se me hace un poco extraño. Mis padres estaban sentados en el sofá, cada uno manipulando sus teléfonos, y Elva veía caricaturas la tv. Entre deseando y rogando al cielo para que ellos ya se hayan decidido en dejar el temita de Lisandro, porque me parece una completa tontería la de quererse meter en mis asuntos siendo yo una adulta.

—Hola, ya llegué. —Entré como si nada, de manera neutral.

—Bien, ya nosotros nos vamos, —agregó mamá sin mirarme a la cara— te estábamos esperando.

—Si. Elva cariño, nos vamos. —Le dijo papá a mi hermanita quien estaba sumergida en la tv viendo a Bob Esponja.

Elva arrugó la cara y se levantó viniendo a mí, subió su carita para verme con ojos que imploraban piedad. —Hedel, ¿me puedo quedar contigo hoy?

—No, señora —inmediatamente contestó mamá tomándola de la mano—. Hedel tiene que trabajar, y no podrá atenderte.

Ella quería quedarse y que le leyera cuentos, así que le prometí que el domingo en la tarde estaríamos todo el rato juntas y la verdad que falta me hacía. Me despedí de ellos, aunque mamá aún seguía algo seria, es muy orgullosa esa señora. Pero, estaba agradecida que no hubiesen tocado el tema otra vez o que hayan tenido que reclamarme exigiendo respuestas a preguntas absurdas.

Pasé por la cocina y noté que mamá me había dejado la masa para domplinas lista (arepas de trigo), cosa que me hizo sonreír porque a mí esa masa me queda muy dura, mientras que ella como si tuviese manos divinas, le quedan esponjosas y suave.

«Gracias, mamá.»

Los siguientes dos días fueron bastantes silenciosos, casi no interactué con nadie, excepto con los clientes y respondía lo necesario a la señora Ana, quien trataba siempre de sacarme una sonrisa, ella sabía que había luto en mi corazón y cada segundo que pasaba extrañaba a Romina, más cuando pensaba en el futuro.

¿Ahora, quién va a cotorrear conmigo cuando sea vieja? ¿a quién le contaré sobre lo que siento o me pasa?

¿A quién le preguntaré con qué blusa combinaría mejor mi jean?

¿Con quién hablaré todas las cosas que una amiga necesita contar?

Cuando venían a mis pensamientos esas preguntas, una tras otra... realmente comenzaba a sentirme como si cayera en un vacío oscuro, sin fondo, infinito. Y el miedo se apoderaba de mí.

Sábado.

Me encuentro en el Salón Creativo, tengo el delantal negro con el logo del negocio puesto. Estoy limpiando las mesas y recogiendo lo que han dejado los clientes, con quienes estoy muy agradecida ya que me han dejado muy buenas propinas. En cuanto a Lisandro, el no estaba. Escuché decir a la señora Ana que estaba en su consultorio; en los últimos dos días no hemos podido hablar, apenas lo veo y me saluda muy cariñosamente y hasta ahí. Lo único que ha hecho es enviarme mensajes en la noche, y no son mensajes de "Hola, ¿Cómo estás? ¿Qué haces?" sino que, el jueves como a las 9:30 pm envió repentinamente:

"Hedel, si estás despierta escucha esta canción, espero que te guste. La letra es simplemente arte, y me ha parecido compartirla contigo [link de la canción], y que descanses. Buenas noches".

No lo respondí en ese momento, pero en el Salón me ha preguntado si me gustó, y sí, la amé, me hizo, incluso, sentir refugiada. La escuché varias veces esa noche hasta quedarme dormida. Obviamente no le dije todo lo que de verdad me pareció la canción, solo le hice saber que era hermosa y la melodía acompañaba perfectamente la letra, y le agradecí.

Los ojos del corazónWhere stories live. Discover now