Capítulo XXXV

72 7 2
                                    

***Narra Hedel***

¿Cuándo dejaré de sentir este dolor? Este vacío que llevo dentro que me hace sentir tan perdida, tan gris y desmotivada de todo.

Luego de haber derramado el llanto que llevaba acumulado en la garganta, en el momento que apareció Lisandro, fue como si un ángel llegó en el momento exacto para levantarme. Me siento tan agradecida con él, y significa tanto para mi que esté apoyándome en estos momentos donde siento que no puedo más.

La única cosa que él no sabe es que me gusta, entonces aparece para ayudarme, preocupándose por mi.

"Estoy enfrente de ti" Le dije cuando se acercó tanto a mi, incluso en ese momento en que estaba tan perdida hizo acelerar un poco mi corazón, aunque esto no debería de ser.

Odio que sea tan atento conmigo, pero a la vez me gusta más y más... Y Romina, cómo desearía que estuviese para poderle decir todo lo que me pasa y que me haga entrar en razón.

Al faltar unos pocos minutos para las 8 tomé mis cosas y dejé la cocina preparada para que continuara la señora Ana. Ya debía irme a la oficina.

Estaba saliendo del Salón cuando Lisandro plantado afuera apoyado del auto con una sonrisa me indicó que entrara. Sin voluntad de nada acepté ir con él. En toda la mañana desde que apenas hablamos, no tenía ánimos de nada, y solo respondía lo necesario.

¿Cómo podría explicar lo que me pasa sin llorar? Me estaba forzando a mí misma a ser fuerte y enfocarme en el trabajo para no hacerle caso a mí corazón que se siente desorientado, tanto que solo puede sentirse un poco más tranquilo cuando estoy cerca de él, de Lisandro.

Al menos él es el único en quien siento refugio, y quizá este mal, porque aferrarse a alguien cuando se está muy vulnerable no es algo que se deba hacer, sin embargo, él seguía apareciendo frente a mí, tomando mi mano, sonriendo, y dejándome desahogar en su pecho.

Luego de despedirme cuando me dejaron en la empresa, tomé aire y me erguí para seguir a mi responsabilidad.

—¡Ánimo, escandalosa bonita! —Exclamó Lisandro asomando un poco la cabeza por la ventana.

Eso me hizo sacar una sonrisa. «Que loco está».

—Gracias, Lisandro.

—Ya sabes, cualquier cosa llámame de inmediato. ¿A qué hora sales?

No quería seguir molestando a Lisandro, sin embargo el seguía siendo atento y amable conmigo... ¿Como no fijarme en él? Es un ser tan lindo, pero a la vez esto que siento me preocupa y no sé qué hacer. Me siento como si estuviese en medio de una encrucijada, en medio de varios caminos sin saber cuál elegir.

Cuando me terminé de despedir me voltee para seguir mi camino y Antonio estaba en la entrada, no tardó en mirarme y hablarme.

—Hola, hola, Hedel.

—Hola, Antonio.

—¿Como va todo? ¿Son muy cercanos, no?

Quedé confundida. —¿Eh? —arrugué mi entrecejo mientras sabíamos las escaleras para entrar.

—Te ví bajarte del auto junto a tu amiguito el ciego.

—Te refieres a Lisandro —sonreí dichosa—. Somos buenos amigos.

—Si... Muy buenos se ve... En fin, hoy tenemos mucho por hacer, ah... Aún esta chica me sigue molestando —dijo al ver su teléfono y se alejó sin despedirse.

Dejándome extrañada. «¿Y a este qué le picó?».

Saludé en tono neutral a los vigilantes, luego a la recepcionista y los demás trabajadores que se fijaron de mi llagada.

Los ojos del corazónWhere stories live. Discover now