20 - Kai Harper

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Salgo del supermercado y, aunque sé que mi vecina pasó por caja mucho antes que yo, conservo la esperanza de encontrarla con su melena alborotada y viva entre el gentío de las calles. Me río al pensar lo mal que se le da hacerse la simpática y juro que ahora mismo la volvería a llamar «borde» solo por ver cómo aprieta los labios de la rabia. Sin embargo, ella no está por ningún lado. En su lugar, me topo con mi Jeep rojo aparcado en doble fila y mi colega Simon apoyado en la puerta de copiloto fumándose un cigarrillo que me habrá robado de la guantera.

—¿No se supone que estabas de baja por dolor de garganta y por eso tuve que cubrirte la noche? —gruño mientras guardo las bolsas en los asientos traseros.

—Amigdalitis, sí —expone en tono burlón, espera a que me asome por la ventanilla de la puerta para que vea cómo le da una profunda calada y sonríe enseñando sus colmillos al soltar el humo—, pero no hay amigdalitis que me prohíba fumar.

Por un momento, con una mano metida en la bolsa de bombones que estoy abriendo, se me ocurre tirarle uno a esa cabeza hueca para ver si espabila, pero termino comiéndomelo de un bocado. Saco dos latas frías de cerveza, cierro la puerta con un resoplido y entro al coche.

—La vida te pesa, tío —comenta y sus ojos vuelan a las cervezas—. ¡Ah! ¡Coronitas!

—Me pesas tú y tus bajas.

Le cedo ambos botellines y arranco el motor con un cigarrillo encendido en los labios mientras él les quita las tapas y las tira en el cenicero que hay bajo la radio. Me ofrece una, brindamos y bebemos un buen trago. La carretera está despejada, así que disfrutamos del camino y del buen tiempo en nuestro día libre con canciones que nos sabemos desde el instituto, como In One Ear o Back Against the Wall de Cage the Elephant. Simon siempre tuvo un don: saberse de memoria las mil millones de canciones que le gustan. Es una lástima que no tuviese el mismo don para los estudios y los dejase después de sufrir los dos últimos años de bachillerato. Aunque nunca se planteó ir a la universidad, hemos seguido compartiendo cigarrillos y cervezas e incluso ahora compartimos el mismo lugar de trabajo. Le da un último trago a la Coronita y saca el brazo por la ventanilla sintiéndose lo libre que le gustaría ser. El viento le revolotea el cabello rubio que se está dejando crecer para, según él, ligar con chicas en verano a costa de su nuevo look surfero.

Llegamos al Mirador de Paracuellos de Madrid, estaciono mi Jeep y caminamos hasta los bancos frente a las vistas con las bolsas repletas de patatas fritas de distintos tipos, cervezas y tabaco. Cojo una bocanada de aire contemplando las enormes torres de la capital y exhalo despacio sacándome del bolsillo el mechero para encenderme otro cigarro y ofrecerle uno a Simon.

—¿Le has contado a tus viejos lo del contrato que te han propuesto? —me pregunta devolviéndome el mechero.

Lo regreso al bolsillo y cojo una cerveza fría de la bolsa. Él abre un paquete de patatas que se ha colocado entre las piernas.

—No veo por qué debería contárselo.

—Porque te vas de Madrid después de verano, por ejemplo —dice con la boca llena—. O porque vives con tu hermano y él tendrá que volver a casa.

—Seguirá sus estudios en Alemania —intento zanjar el asunto.

Abre los ojos, sorprendido, y se le cae una patata de la boca.

—Así que tu hermanito ya tomado la decisión.

—Aprende a comer —protesto observándolo de soslayo.

—Pero...

—Pero nada —lo interrumpo, pero no parece darse por vencido.

—Creo que deberían saber que te vas.

—¿Crees que les importo lo suficiente?

—A tu madre sí —espeta con mirada acusadora.

Aparto la vista, contemplo el horizonte bañado por nubes de contaminación y me restriego los ojos, harto del asunto y de que Simon me dé la tabarra con lo mismo, aunque sé que tiene razón. A mi padre le importan mis temas profesionales lo que viene siendo absolutamente nada, pero mi madre se llevará un disgusto al saber que sus dos hijos se van de la ciudad después de verano.

—Se lo contaré a ella —digo al fin—. Eso sí, cuando a mí me apetezca.

—Bien, bien. —Me da varias palmaditas en la espalda, se echa hacia atrás el cabello con una sonrisa de satisfacción y se abre un botellín para él—. ¿Y tu hermano lo sabe?

—Deja de tocarme las narices, Simon.

—Está bien, asunto zanjado —expone con las manos en alto porque sabe que voy a apagarle el cigarrillo en su cabeza como siga con lo mismo.

Y, a pesar de haber dejado el tema de lado, mi mente empieza a hacer cálculos sobre cómo voy a contarles a mis padres, o solo a mi madre, que me iré de Madrid si termino aceptando el contrato que me han propuesto como conservador de un museo en Barcelona.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Where stories live. Discover now