33 - Anya Holloway

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Me impulso poniéndome de puntillas decidida a besarlo, pero interpone una mano entre nuestros labios.

—Para, Anya —me ordena.

Su voz disgustada no me gusta. Yo debería ser la disgustada, me acaba de rechazar.

—¿Por qué?

—Estás borracha.

Sí, debo de estar borracha para que la idea de probar el sabor a tabaco en sus labios no me desagrade.

—Solo un poco —contesto.

—Pues para. —Tuerce los labios y me aparta con suavidad para mirarme de frente—. Te gusta alguien, mi hermano, ¿no es cierto?

No quiero responder a eso. No quiero recordar ni pensar. Tampoco que mi faceta romántica recobre la vida que ha perdido hace horas. Solo quiero huir de los sentimientos que me ahogan, de la idea de que este verano será muy distinto al que había imaginado en mi cabeza. Toda la culpa la tengo yo. Siento cómo las lágrimas se deslizan por mis mejillas antes de saber que estoy llorando.

—Cuéntame por qué lloras... —me murmura con una expresión triste mientras me rodea el rostro con sus manos y me limpia las lágrimas con los pulgares.

Porque siento algo roto dentro de mí. El contacto con su piel me tranquiliza.

—Ayúdame —le pido con la voz temblorosa—. Ayúdame, por favor...

Él pestañea.

—¿A qué, Anya?

—A olvidar.

Me mira perplejo porque sabe a lo que me refiero. Cierra los ojos, tensa la mandíbula y me atraviesa fijando sus pupilas dilatadas en mi boca. Luego, en mí.

—Eres una cría.

—Te demostraré que no soy ninguna cría —declaro extendiéndome con rabia las lágrimas de los mofletes.

—¿Y luego?

—Luego nos olvidaremos de esto.

Me gusta el parecido que tiene con Asher, aunque es más varonil, más adulto. De hecho, me gusta sin más. Es demasiado atractivo para un simple baile con alcohol en la sangre. Su olor a cítricos me tranquiliza a pesar de que me sigue temblando el cuerpo. Entonces, vuelve en sí y me conduce a la esquina del reservado, tras los biombos, donde nadie puede vernos. Su altura sombría me intimida un poco, pero me ahorro reacciones que puedan delatarme, excepto suspirar cuando me sujeta el mentón con delicadeza. Me restriega la humedad de las mejillas y me arremolina el cabello entre sus dedos para atravesarme con unos ojos profundos, llenos de cosas que desconozco, y aproxima mi boca a la suya.

—Me sorprende —comienza a decir y noto su respiración agitada en mis labios— la trampa a la que me has arrastrado, Anya Holloway.

Sus dedos sujetando mi cabello me acercan con fuerza para que nuestras bocas se fundan en un beso que me gusta más de lo que había pensado. En nuestras lenguas se mezcla el sabor del tabaco y del licor dulce, y me asombro al descubrir que, aunque al principio me resulta desagradable, tiene un toque adictivo. O quizá son sus labios carnosos los que me terminan embaucando. Me aparto un segundo para mirarlo a los ojos y morderle el labio inferior sin importarme la fuerza que empleo. Él se queja y yo río antes de volver a besarlo. Enredo mis dedos en su melena despeinada mientras Kai me empuja contra la pared del reservado. Tengo el corazón a mil.

Olvidar, olvidar, olvidar.

Se nos está yendo de las manos, pero me siento viva.

Me gusta cómo recorre cada parte de mi boca con su lengua y juguetea con mis labios sin soltarme y controlando cada parte de este momento. Haciéndome olvidar cosas que ni siquiera recuerdo porque sus manos bajando de mi cabeza a mis caderas acaparan toda mi atención. Se aparta para recobrar el aliento, vuelve a cerciorarse de que estoy de acuerdo con lo que está ocurriendo y no puedo evitar que un pequeño gemido me escale la garganta cuando empieza a besarme el cuello.

No sé si lo hace demasiado bien o es que nunca he rebasado ciertos límites con nadie, pero los latidos se me aceleran tanto que debo esforzarme por mantener la boca cerrada y no hacer sonidos vergonzosos porque, a pesar de que aquí no nos ven, temo que nos escuchen. Una de sus manos regresa a mi barbilla a la vez que lo hacen sus labios a los míos. Abro la boca, su lengua entra y siento que me estoy derritiendo.

Cuando su mano libre me levanta la falda del vestido y se desliza suave por encima de mi ropa interior hasta llegar a mis partes íntimas, gimo de placer y sorpresa al mismo tiempo. Se retira un instante sin apartar los ojos de los míos, obligándome a contemplar cómo se introduce dos dedos en la boca para humedecérselos, y vuelve a bajar la mano hasta mis partes, esta vez por debajo de las braguitas de encaje que había escogido para una ocasión muy distinta a esta. Siento sus dedos frotándome, resbalando porque ya estaba lo suficiente húmeda antes de su saliva. Kai resopla sofocado en mis labios. Me cuesta concentrarme en el beso, en nada, porque el movimiento de sus dedos me está volviendo loca.

Siento cómo los introduce con cuidado y luego aumenta el ritmo hasta que pierdo el control de los gemidos que me escalan la garganta. Le rodeo el cuello, estoy perdiendo fuerzas, notando cómo sus labios se pasean húmedos por mi cuello y sus dedos agitan mi interior. Dejo de pensar cuando una bomba de sensaciones estalla en mi mente, en mi cuerpo de pies a cabeza. Kai me cubre los labios porque he perdido el control y estoy haciendo demasiado ruido. Entonces, me doy cuenta de que este ha sido el primer orgasmo de mi vida.

¿Qué acabo de hacer?

El miedo me devuelve a la realidad como una jarra de agua fría. Ni siquiera sé cómo debería reaccionar, Kai no sabe que soy virgen y es obvio, desde luego, que él no lo es. El pecho me duele mucho, como si el corazón llorase mientras yo me divierto para aliviar las penas. Me aparto rápida, jadeando, y él se detiene.

—¿Te he hecho daño? —me pregunta con el ceño fruncido, confuso.

—No, lo siento, yo... —titubeo.

Kai se aleja, eso me tranquiliza. Reúno gran parte de la falda por delante de mí para ocultar la parte a la que le he permitido acceder por primera vez a un chico. Jamás habría imaginado que sería así, aunque no hayamos llegado a tener sexo. Estoy tan confundida que bajo mi vista al suelo avergonzada, no sé qué decirle.

—Te llevaré a casa —apunta serio.

Asiento. Tras recoger nuestras cosas del sofá, abandonamos la terraza y montamos en el coche en completo silencio. Tampoco lo miro a la cara porque me da demasiada vergüenza. Quizá debí parar cuando Kai me lo advirtió, he querido desquitarme del dolor haciendo cosas impropias en mí y ahora me pesa. Aunque en el fondo, una parte de mí sabe que no dudaría en repetir esto que acaba de ocurrir.

No, Anya. ¿¡Te has vuelto loca!? Me esfuerzo por olvidar esto, tal y como le dije a Kai que haríamos. Porque siento que he fallado, que no tengo derecho a culpar a Asher por algo que yo también he hecho. Mis labios ya no recuerdan el sabor a bombón de menta, sino el del tabaco con naranja dulce.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant