4 - Anya Holloway

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¡La he visto!

¡La he visto en persona!

Verona me aprieta la mano para que haga caso omiso a lo que acaba de ocurrir, para que me centre en mi objetivo. Sin embargo, una punzada se me ha instalado en el estómago desde que nos hemos cruzado con Rose Fletcher en las escaleras del edificio. Ha mirado a Jeff y parecía que fuese a saludarlo hasta que nos ha visto a nosotras tras él. Entonces, nos ha dedicado un gesto de odio y ha acelerado el paso. Tenía los ojos rojos, me he dado cuenta. Por un momento, me siento mal porque sé que me estoy aprovechando de la situación.

—Anya Holloway —me murmura Vero—. Sal de ahí y dinos dónde vive Harper.

—¿Cómo voy a saberlo?

—Eres su vecina.

—Vive en el ático izquierdo —interviene Jeff.

—Maldito ascensor —gruñe ella entre jadeos—, se tenía que estropear justo hoy.

—Habló la atleta.

Me clava un dedo en el costado y me río. Vero es la persona más gruñona y peleona que he conocido jamás, menos mal que es mi mejor amiga. No sé cómo sobrellevaría tenerla de enemiga; fatal, supongo. Me devuelve una sonrisilla por bajini y respira hondo. Yo también lo hago, aunque es más por nervios que por cansancio. Podría subir veinte pisos a pie y seguiría teniendo la energía desbordada por saber que estoy a punto de entrar en la casa de Asher.

Por fin alcanzamos el ático, nos detenemos en la puerta y Jeff toca el interruptor blanco. La emoción me va a matar. Cuando la puerta se abre, siento un vértigo fruto de la timidez que me abruma. Tiene el pelo húmedo como si se acabase de duchar, unas bermudas marrones y una camiseta de mangas cortas de un grupo de música muy famoso. Siempre me ha vuelto loca todo de él: su altura, su cuerpo bien formado por el ejercicio, su cara... De pronto, cruzamos miradas y desvío la mía a la bolsa con patatas que he traído. Se me ha olvidado hablar, mirar, respirar. Le da un abrazo a Jeff y dos besos a Verona, que pasan adentro. Luego, Asher me mira con el ceño fruncido y se inclina para darme dos besos.

—Soy... —balbuceo con ganas de desaparecer a donde sea que no esté él.

—Eres la chica de la araña —dice sorprendido.

—Anya.

—Yo, Asher.

Esboza una diminuta sonrisa y nos presentamos con dos besos que ni me entero de cómo ocurren. Noto el calor en mi cabeza, las mejillas rojas y las manos frías. Lo seguimos hasta el salón. No puede ser que me recuerde por la araña en lugar de por las decenas de veces que nos hemos cruzado por esta urbanización. O en el tren hacia el instituto, porque salgo antes solo para coincidir con él en el andén.

Dios, estoy enferma.

Dicen que el amor vuelve estúpidos a los humanos, que es casi como una enfermedad, y no podría estar más de acuerdo. Visto desde fuera cualquiera diría que parezco una acosadora. Me empiezo a reír por la conversación que estoy manteniendo con mi cabeza y Vero me pega un pellizco en el culo.

—Deja de reírte sola como una lunática —dice en bajito.

Aunque procuro disimular que se me ha escapado un quejido por el pellizco, los chicos nos observan unos segundos mientras nos sirven los refrescos que trajimos de la tienda de abajo. Luego, vuelven a sus conversaciones sobre estudios y deportes mientras nosotras servimos las patatas en platos de plástico. Nos hemos sentado en el suelo alrededor de la mesa central del salón, con música pop en los altavoces que hay bajo la tele y una baraja de póker que Jeff se dispone a repartir entre todos. A diferencia de mi casa, esta apenas tiene un ambiente familiar; con un par de cactus y distintos trofeos en las estanterías, sin fotos ni recuerdos que me den alguna pista de la vida de Asher. Los muebles están casi vacíos y el sofá impoluto como si se utilizase lo mínimo o nada.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Where stories live. Discover now