61 - Kai Harper

1.3K 173 20
                                    

El humo que tengo en los pulmones me sale disparado por la boca y me veo obligado a toser reiteradas veces hasta que consigo aclararme la garganta.

Esta chica me va a matar de un infarto cualquier día. Al verme ahogado en mi propia impresión por lo que me ha dicho, primero se tapa la boca para reprimir la risa, pero enseguida le trepan por la garganta varias carcajadas. Levanta el rostro para reírse con ganas y no se imagina cuánto me apetece callarla con un beso.

—Así que te alegras de que coincidiésemos en mi terraza —menciono para recordarle aquel momento que tanto la incomodó con la esperanza de que se ponga a la defensiva y así cambiar el blanco de burla.

Sin embargo, sus ojos achinados por la risa se dirigen al techo, hace un mohín de duda y me enfrenta con un centelleo de ilusión en la mirada.

—Podría decirse que sí, te perdono por espiarme aquel día.

—La única intrusa siempre has sido tú —replico—. Mi piso, mi terraza, mi dormitorio.

Me imita en tono gruñón y está tan bonita haciendo cualquier tipo de expresión, incluso mofándose de mí, que tengo que distraerme de ella porque de lo contrario terminaré haciendo cosas que luego se resumirán en un «esto no ha pasado nunca». Lanzo un vistazo al caballete que tengo a mi lado, me quito la camisa vaquera colgándola en una silla. Me hago con uno de los taburetes de la sala, selecciono un lienzo en blanco de la estantería y lo coloco sobre el caballete. Le señalo el asiento, ella enarca las cejas.

—No pienso...

—No tienes que pensar nada —la interrumpo, sus hombros desnudos se tensan—. Siéntate, voy a por un taburete para mí.

Aunque creo que va a quejarse, cierra los labios entreabiertos que estaban a punto de soltar alguna de sus ocurrencias impertinentes y se atusa la falda del vestido que le llega a las rodillas para no arrugársela al tomar asiento. Arrastro un taburete hasta el hueco a su derecha y le tiendo un delantal mientras exprimo en una paleta de madera los restos de pinturas acrílicas de distintos colores. Sus delicados dedos empuñan casi con miedo el pincel que le he dejado en el caballete. Me siento a su lado, que huele a perfume dulce y cereza por el viento que le mece el vestido y la melena cobriza.

Vacila un instante sin saber qué hacer con el pincel o por dónde empezar y noto que da un pequeño respingo cuando le sujeto los dedos con mi mano.

—¿Qué ves en tu cabeza al mirar el lienzo?

—Veo un cielo a través de la ventana, pero no es eso lo que quiero pintar.

—¿Entonces?

—Me gustaría... —titubea, temerosa de su propia inspiración—. Me gustaría pintar este instante.

—¿Por qué este instante?

—Porque estás conmigo —expone en bajito, sin apartar la vista del pincel, de nuestras manos—. Y tú me inspiras a querer teñir de colores un lienzo en blanco.

He perdido la cuenta de las veces que me ha sorprendido de esta manera desde que la conozco y dudo que sepa lo rápido que me late el corazón en las ocasiones que lo hace. Como ahora, que el lienzo pasa inevitablemente a un segundo plano teniéndola a ella tan cerca. Le arrebato la gorra ante su mueca desconcertada y la cuelgo del caballete con la intención de romper el contacto físico de manos. Me froto los muslos de los tejanos y ella elige el azul marino.

Contemplo cómo tiñe más de medio lienzo de ese color, luego pinta la parte inferior de marrón, varias líneas negras que parecen una barandilla y salpica pequeñas motas blancas encima del azul. Voy a preguntarle de qué se trata, pero se adelanta:

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Where stories live. Discover now