75 - Kai Harper

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Hoy me he dado cuenta.

La chica que me está volviendo loco es guapa, a su manera. Tiene el rostro perfilado por rasgos dulces, una piel clara y algunas pecas esparcidas de forma aleatoria como si prefiriesen crear su propia constelación antes de limitarse a las mejillas. Sus ojos... sus ojos hacen que mi corazón lata de forma irregular cuando me miran fijos, con un aro color miel rodeando sus enormes pupilas al atravesarme. No dejan de ser dulces, aunque a su vez son demasiado atrevidos para su edad. Demasiado desafiantes, tanto que me muero de ganas por verlos pasando nuevos límites. Y su boca prefiero no mirarla. Porque sus muecas de enfado me parecen demasiado tiernas y sus sonrisas esbozadas demasiado bonitas.

Y no he podido. Juro que no he podido contenerme después de escucharla decir eso. Porque esta chica es mi puta debilidad desde que la conocí, desde que la vi perdida en los jardines, colmada de colores a pesar de que ella creía ser un lienzo en blanco y negro.

Un mechón cobrizo le cae sobre el ojo y la mejilla izquierda, se lo recojo tras la oreja sin apartar la vista y, cuando le acaricio la piel con los pulgares como había estado deseando toda la tarde, su espalda comienza a temblar. El brillo en sus ojos me revela que está luchando por no romperse a llorar en mis brazos una vez más. Sin embargo, en esta ocasión el culpable soy yo.

—Solo dime que no me detestas —me ruega pellizcándome la camiseta del pijama con los dedos.

—Eres una llorica, una maleducada que se suena los mocos a todo volumen y una gruñona a la que le encanta discutirme todo —enumero mientras le limpio una lagrimilla que al final ha escapado a su control—, pero detestarte sería lo último que podría hacer ahora mismo, idiota.

—Idiota serás tú —masculla abrazándome de pronto.

Entonces, se alza sobre mí y me sujeta la cara con ambas manos para acercarse rápida a mi rostro, pero la freno en cuanto descubro su intención de besarme. Ella hace un mohín de enfado porque cree que no quiero y se me dibuja una estúpida sonrisa en los labios. Es adorable, no se imagina que me muero por comérmela a besos.

—Te voy a contagiar la fiebre, Anya —le explico.

Niega con la cabeza. Una expresión de picardía y diversión le cruza el rostro, tenuemente iluminado por la lamparita que tengo sobre la mesita de noche. Toda ella parece cobrar vida cuando me mira y se muerde el labio inferior.

—Contágiame y me encerraré aquí contigo hasta que nos curemos los dos.

—No voy a...

—Kai —me nombra sellándome la boca con un dedo—, olvídate del resfriado y bésame. Es una orden.

Mis comisuras se amplían. Nada me gustaría más que cumplir sus órdenes, así que enredo las manos en su melena cobriza y la atraigo deshaciéndome de los centímetros que nos separan. Atrapo su labio inferior entre mis dientes y, cuando emite un dulce quejido, me la empiezo a comer a besos como quería. No obstante, se aleja enderezándose y debo de haber puesto una expresión de asombro tan patética al ver cómo se quita la camiseta en mis narices que comienza a reírse sin disimular.

—¿Nunca has visto a una chica desnudarse? —inquiere atrevida.

Se desabrocha el sujetador, lo lanza junto a la camiseta al suelo y me coge las manos para colocármelas sobre sus pechos suaves. Esta vez el que se muerde el labio soy yo. La temperatura corporal me está aumentando y no es a causa de la fiebre.

—Anya, pórtate bien.

—Sí. —Por la entonación de su voz sé que va a hacer lo contrario—. Me voy a portar muy bien, así que relájate.

Permito que me desnude el torso y la respiración se me descontrola al sentir sus labios húmedos en mi oreja, paseándose a su antojo por mi cuello, por la clavícula y luego por los pectorales hasta que baja al vientre y tengo que hacer un esfuerzo descomunal por soportar las cosquillas, que no duran mucho porque enseguida desciende al pubis. Sus dedos juguetean con la cintura del pantalón y no tardan en deslizármelo hacia abajo para rodearme el miembro; primero suave, luego de forma enérgica. Los gemidos me trepan por la garganta sin control alguno.

Cuando creo que se va a limitar a masturbarme, noto el tacto húmedo de su lengua sobre la punta y suelto un gemido que la hace sonreír de satisfacción. Mientras se lo introduce en la boca, me busca con la mirada, intrépida, haciéndome sentir que el inexperto aquí podría ser yo y obligándome a aferrar mis manos a su cabello porque el placer que me produce toda su boca al bajar y subir se vuelve de repente insoportable. La veo deleitándose de mi sufrimiento, de mi voz ahogada y de dominarme cuando se resiste al control de mi manos.

Y eso me excita al punto de gemir sofocado y correrme antes de tiempo.

Sí, definitivamente me está volviendo loco.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Where stories live. Discover now