51 - Asher Harper

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Hace cerca de una hora que me bajé del tren en mi andén para volver al piso y, de pronto, sentí que los pies me pesaban como si mis zapatos de montaña portasen plomo. ¿Cuántas veces habré dejado pasar el tiempo sentado en estos bancos para cruzarme lo menos posible a Kai en casa? Hoy recibí un mensaje de que al final iría a la fiesta de Rose, la misma a la que me negué a ir porque lo mío con ella se ha terminado. Ni siquiera la he felicitado no porque después del baile borrase su número, porque podría habérselo pedido a su hermano, sino porque prefiero mantener las distancias.

Me reacomodo en el respaldar del banco, con la mochila a un lado y saco el móvil del bolsillo delantero para observar el nombre del último número de contacto que guardé: «la chica de la araña». Me río al recordar aquel momento y otros en los que demostró ser tan torpe como ingenua. Cuando se torció el pie y se sonrojó de una manera exagerada a la vez que divertida al yo hacerle un lazo con las vendas. He pensado mucho en todo durante estos días en el campamento. También pensaba en las ganas que tenía de volver a hablar con ella, aunque fuese a través de mensajes de texto, pero los monitores nos impidieron cualquier contacto con la realidad para que nos centrásemos en las actividades.

Creo que Anya Holloway me gusta y dudo muchísimo que sea bueno creer esto.

Me lo confirma una punzada en el pecho cuando alzo la vista a las vías del tren y distingo su silueta femenina en el andén del frente. Lleva un vestido celeste, ajustado al cuerpo y a la altura de sus rodillas, con el cabello liso a ambos lados del rostro y una sonrisa tímida pero dulce mientras levanta la mano para saludarme desde los más de cinco metros que nos separan. El viento de la noche le mece la melena; está tan guapa que me molesta la distancia que hay entre nosotros. Me elevo, apresurado, dando varios pasos al frente hasta que llego al borde del andén.

—¡Anya! —la llamo, inquieto, deseando detener esta sensación que me remueve el pecho. Ella abre los ojos, impresionada. La gente del andén que ha escuchado mi voz también parece hacerlo.

Estoy a punto de decirle que quiero hablar con ella, que quiero que vayamos a por otro helado porque es la única excusa que se me ocurre para poder verla de cerca sin sentirme estúpido y porque quiero decirle que he reflexionado acerca de la confesión que me hizo. Quizá conocernos no esté tan mal después de todo, aunque me vaya a Alemania en unos meses, aunque consiga venir solo algunos fines de semana. La voz se me ahoga al percatarme de que su tren está a punto de llegar. Anya ladea la cabeza esperando mi respuesta.

Y me limito a zarandear mi móvil en el aire.

—¡Estamos en contacto! —vocifero con la pesada sensación de haber hecho el ridículo.

Ella sonríe, desvía la mirada al tren que se aproxima y, a pesar de que mis pies se siguen sintiendo pesados por el barullo de pensamientos que me atormenta, me cuelgo la mochila y corro decidido a llegar hasta su posición antes de que se marche.

Rose me ha dicho miles de veces que carezco de sentimientos, que soy una persona fría e inflexible, pero me acabo de dar cuenta de que Anya siempre me hace sentir vivo de una manera u otra. De que me está trayendo una tormenta de dudas a la cabeza, pero también nuevas sensaciones que nunca creí que podría conocer.

Mis piernas cansadas se han vuelto ligeras al bajar las escaleras hasta el pasadizo que cruza de andén y subir al suyo. Sin embargo, cuando alcanzo el último escalón, veo cómo las puertas de los vagones se cierran.

El tren se va en mis narices.

Y me pregunto, si hubiese notado la presencia de Anya unos instantes antes... ¿la habría alcanzado? Me llevo los dedos al puente de la nariz y niego en silencio.

Qué cojones me está pasando.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Where stories live. Discover now