38 - Anya Holloway

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Con la toalla envolviéndome el cuerpo, las chanclas de fresitas y el pelo recogido en una trenza bajo las escaleras a toda prisa rumbo a la piscina, como una niña a la que le acaban de dar permiso para ir al parque a jugar con sus amigos, aunque sin ellos.

Me surgió la duda de si invitar a Sammy para darnos un buen chapuzón y cotillear sobre sus últimos amoríos, pero me apetece tanto tirarme en bomba a la profundidad del agua que la descarté de inmediato. Ya lo invitaré otro día.

Hoy es mi día, me repito aliviada.

Descarto también el plan de evitar a Asher porque no creo que deba enfocar el asunto como lo estaba haciendo, sino aterrizando a la realidad. A decir verdad, desconozco a ese chico por completo. Y fijarme en sus defectos podría ser un buen inicio.

Se nota que es verano en los gritos de emoción de los niños que han pasado de preocuparse por los deberes a corretear de un lado a otro jugando al escondite y al pilla pilla; en el aire espeso del exterior, en el olor a flores y en las sonrisas relajadas de los vecinos que me cruzo al atravesar la puerta que conecta los jardines con un pasillo estrecho, que tiene varias puertas más, la del cuarto de la basura y la de la piscina. Un genio el arquitecto de esto, por cierto. Nada mejor que bañarse después de haber cruzado un caminito con olor a mierda y comida podrida.

Entro en la enorme sala de paredes empedradas y tonos azulados por el reflejo del agua de la piscina. Por encima de la música comercial que emiten varios altavoces en las esquinas de este lugar se oye el alboroto de la gente del residencial charlando y riendo. A cada lado de la piscina hay tumbonas blancas de plástico y pequeñas mesitas también de plástico para dejar las pertenencias. Encuentro una libre al fondo de la sala, me deshago de la toalla para quedarme en bikini y de las chanclas, e inspiro fuerte.

Huele a verano y a desinfectante.

Doy varias zancadas y me lanzo al agua, justo al centro de la piscina, donde la profundidad es de más de dos metros. Extiendo los brazos disfrutando de la placentera sensación de sentirme flotando en la nada, y me impulso hacia arriba. Es la mejor zona, porque los niños están casi en la otra punta, donde el agua no les cubre por completo, y la mayoría de los adultos está con ellos vigilándolos. Solo un par de parejas jóvenes y varios grupillos me hacen compañía aquí, aunque tampoco es que me detenga demasiado en observar a mis vecinos porque prefiero centrarme en nadar de un borde de la piscina a otro bocarriba, contemplando los destellos en el techo de un gris liso. Uno de mis sueños siempre ha sido poder nadar de noche, sin vecinos ni sonidos más que el del agua topándose con mis brazos o mis pies chapoteando.

Me detengo al llegar al borde frente a la tumbona de la que me he apropiado. Apoyo los brazos y descanso la cabeza sobre ellos con los ojos cerrados. Por un momento, estoy tan relajada que me olvido del mundo entero.

—He aquí los planes de Anya.

Abro los ojos de sopetón y levanto la cabeza como si me acabasen de dar un susto de muerte. De hecho, creo que tengo a un fantasma ante mí.

—Los mismos por los que ha rechazado un parque de atracciones y un helado —apunta Asher con el pelo empapado hacia atrás.

¿Qué hace aquí? No, no quiero pensarlo. Quiero preguntárselo directamente.

—¿Qué haces aquí?

Le echa un vistazo a la sala extrañado y aterriza en mí.

—¿No puedo estar aquí? —pregunta desconcertado y sus ojos claros brillan por un instante—. ¿O es que no quieres que esté aquí?

—Más bien no te esperaba aquí —contesto bajando la voz. Y la mirada. Porque sí, analizo de forma muy disimulada su medio torso fuera del agua.

Tiene la piel tersa, los pectorales algo torneados y varios lunares formando un triángulo en la parte superior de su axila izquierda. Me pego más al borde de la piscina al recordar que yo también estoy expuesta.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora