48 - Anya Holloway

1.4K 162 7
                                    

El suelo me está helando el trasero, la tela del vestido color melocotón que me he puesto para pasear por casa es elástica y cómoda, aunque también fina. Estiro las piernas, con la cabeza apoyada en la cama y el carrito de la compra vacío en mi móvil porque no he encontrado ningún libro sobre técnicas de pintura que me convenza. He leído miles de consejos y visto cientos de tutoriales en Internet desde que empezó el verano, pero sigo temblando cada vez que me siento frente a un lienzo en blanco por miedo a estropearlo. A que no sea lo suficiente bueno. A pintar algo que me guste y se quede a medias porque un despiadado trazo me lo arruine.

Al echar la cabeza hacia atrás, la ventana de mi dormitorio me muestra un cielo azul cian, algunas nubes difuminadas y pajarillos revoloteando por los aires sin rumbo fijo. Podría comenzar pintando paisajes sencillos como el que estoy contemplando ahora si fuese más valiente.

Mis manos prefieren el carboncillo y el cuaderno de bocetos que abro frente a mí para repasar los últimos dibujos que fui capaz de plasmar: el momento en la estación, cuando Asher me esperó porque me había torcido el pie; su perfil perfecto, ese que memoricé para poder trazarlo al llegar a casa; una bolsita con bombones de chocolate y menta; nuestro primer beso y... Cierro el cuaderno, porque la inspiración me abandonó el día del baile y de eso hace ya más de un mes. El amor puede ser la mejor fuente de inspiración para cualquier artista y también su perdición. El bloqueo que detiene el flujo del arte. Y eso es una mierda.

Mis altavoces conectados al móvil hacen sonar Empty Eyes de Munn.

You didn't say a single word or show that you cared —canto en bajito—. I let my guard down so you could see...

Han pasado muchos días y no sé por qué continúa sorprendiéndome que Asher ni siquiera se haya dignado a mandarme un mísero mensaje para poder guardar yo el suyo. La brisa que entra por la ventana ondea la camisa blanca de Kai que está colgada en el pomo de mi armario. Sé que debía devolvérsela cuanto antes porque es parte de su uniforme, pero estos días me parecía una idea espantosa que Asher me abriese la puerta de su piso para yo entregarle en una bolsita la camisa de su hermano mayor. Y me sigue pareciendo igual de espantosa.

Sin embargo, me armo de valor, o resentimiento, para doblarla con cuidado de que se arrugue lo menos posible, la guardo en una bolsa del supermercado y cojo las llaves de casa sin llevar nada más encima. Los vestidos son bonitos hasta que recuerdas que necesitas bolsillos si no quieres cargar con un bolso.

Al situarme frente a la puerta de su piso, necesito hacer respiraciones profundas para mostrarme firme y tan segura de mí misma como para plantarme aquí después de que haya desaparecido desde la supuesta «cita» del helado y los silencios incómodos. Cierro los ojos, aprieto los puños y oigo un hilo de música clásica procedente del interior de la casa. Por extraño que parezca, me relajo al escucharla y sonrío. No sabía que tuviese ese gusto por la música. En realidad, apenas sé cosas de Asher.

Abro los ojos y toco el timbre.

Muevo el pie, inquieta. No abre nadie.

Repito la acción y la música cesa.

El sonido de las pisadas aproximándose a la puerta me acelera el pulso. Cruzo una pierna por delante de la otra con las manos detrás de mi trasero cuando la puerta se abre y nuestros ojos, ambos atónitos, se clavan en los del otro durante un instante. Trago saliva, un cosquilleo me sube por el ombligo y me precipita los latidos al ver a Kai con la media melena suelta, desordenada como lo parecen sus pensamientos en este momento, y una camiseta de lino blanca holgada sobre unos tejanos desgastados. Porta un delantal verde doblado en el brazo y un cigarrillo sin encender en la oreja.

—Anya —dice relajado, con las cejas arqueadas en una mueca de sorpresa.

Me aferro a la bolsa tras de mí pretendiendo dársela. No, quiero ver a Asher antes.

—¿Puedo pasar?

Sus cejas se arquean con más fuerza. Noto que me hace un repaso rápido de arriba abajo y se hace a un lado cediéndome el paso. Al entrar, una ola de distintos olores mezclados que reconozco a la perfección me abofetea: pintura y disolvente. La música clásica suena, pero en un volumen muy bajo, como si estuviese al otro lado de alguna habitación apartada del resto del mundo.

—Si fueras un vampiro, estaría muerto —bromea mientras cuelga el delantal en el perchero de la entrada y, al girarme, lo pillo mirándome el trasero.

—Y si yo tuviera spray de pimienta, estarías ciego.

Alza las manos en señal de inocencia.

—Estaba comprobando que no lleves una bomba en esa bolsa, señorita. —Pasa por mi lado robándome un gruñido al empujarme con un hombro—. Mal pensada.

Vale, también me roba una media sonrisa que disimulo enseguida.

—Dijo el que piensa que les llevo bombas a mis vecinos.

—Las ironías de la vida —contesta adentrándose en el salón.

Aquí compartí mis primeras frases coherentes con Asher. Y digo «coherentes» porque la presentación en la entrada no cuenta. Kai coge un mechero de la mesita junto al sofá y se enciende el cigarrillo con la cabeza ladeada y sus ojos intensos analizándome sin compasión.

—¿Venías buscando a Asher?

—Algo así.

Pero no hay rastro de él en este piso. Bajo la mirada a mis pies en sandalias. Me pregunto por qué siento que, aunque queden meses para que se marche a Alemania, ya se ha marchado de algún modo. Me pregunto tanto y sé tan poco que me apetece tomarme unas largas vacaciones de mi cabeza.

—¿Quieres té? —me ofrece mientras abre las ventanas—. Y me preguntas lo que necesites saber sobre mi hermano.

Agradezco que sepa leerme, o quizá sea que mi cara de circunstancia es un libro abierto. Asiento en silencio y él se adelanta en dirección a la cocina. Pronto la corriente disipa el olor a tabaco. Estar en este piso me produce una sensación desoladora difícil de explicar. Las paredes y los muebles, como aquella vez que vine, están vacíos de fotografías o recuerdos familiares en común. Nada que me ayude a imaginar el día a día de ninguno de los dos.

Nerviosa, comienzo a dar pasos por el salón hasta que decido guiarme por el olor que la brisa esparce por el piso. Ese característico olor que reconocí en la entrada, a disolvente y pintura húmeda, y que se acrecienta a medida que sigo el hilo de música clásica. Detecto que tanto el olor como el sonido provienen de una habitación con la puerta entreabierta. Cuando me atrevo a asomarme al interior, descubro cartones repartidos por el suelo, lienzos sin terminar apoyados en los muebles y un caballete al fondo, junto a la música de unos altavoces de pie, con un lienzo húmedo a medio pintar que me agita la respiración.

Es un cielo azul cian con nubes difuminadas. Pajarillos sobrevolando el cielo.

Es ese cielo, el que contemplaba desde mi ventana deseando poder hacer lo que Kai ha hecho aquí con sus manos.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Where stories live. Discover now