19 - Anya Holloway

1.8K 212 2
                                    

Cuando bajo del tren, me dirijo al supermercado local que queda a unos minutos de mi urbanización. Es mediano y reponen los productos con menos frecuencia, pero suele tener de todo. Mamá me mandó a comprar verduras y una bandeja de pollo, así que no me entretengo en pasear por los pasillos abarrotados de gente del barrio. Echo lo que me pidió a la cesta y, antes de pasar por caja, me detengo en la sección de los dulces. Estos días, de los nervios, me he zampado la bolsa de bombones de menta yo solita. ¿Debería comprar otra? Resoplo mirando al suelo, a mis zapatos lilas con cordones de colores. Siendo sincera conmigo misma, me siento patética. Aun así, quiero hacerlo. Quiero seguir esforzándome hasta que salga bien o me rompa el corazón, aunque eso signifique que de vez en cuando me sienta patética. De fondo suena Bellyache de Billie Eilish.

Where's my mind? Where's my mind? —canto en bajito.

Eso me pregunto yo, dónde está mi mente. La piel se me eriza al recrear en mi cabeza los besos que nos dimos. Entro al pasillo decidida, sé que a la izquierda están los bombones de sabores y repaso los estantes buscando los de menta. Los de la bolsa negra y verde. Alcanzo una, me giro rápido y una bofetada de olor a tabaco me intercepta de pronto. Joder, qué asco.

Siento que mi nariz se aplasta al chocar con alguien que estaba al lado. Él se disculpa varias veces, pero yo solo puedo pensar en llegar viva a la graduación. Que tenga un pie en proceso de recuperación tiene sus desventajas; por ejemplo, perder el equilibrio con facilidad cuando intento retroceder y tropiezo con la cesta de la compra. Por suerte, el culpable me salva de la caída sujetándome el brazo a tiempo y, entonces, lo veo. Como diría Vero:

Wow.

Es un tío alto, bastante alto. Se repeina el cabello medianamente largo hacia atrás, pero varias hebras de un castaño oscuro se rebelan y vuelven a caerle junto a sus ojos avellanados, que se posan en mí con estupefacción. En su nariz, un piercing con forma de aro me lanza diminutos aunque molestos destellos al moverse. Tiene el contorno de la mandíbula bastante marcado, barba de un par de días y desprende un odioso olor a tabaco que se entremezcla con su perfume a cítricos. Muy atractivo, sin duda el tipo de Verona si estuviese soltera.

—¿Estás bien? —pregunta con voz grave. De repente, se fija en la bolsa de bombones entre mis brazos y ríe negando con la cabeza—. Eres...

No había reconocido su cara; caigo en la cuenta de quién es al recordar su voz, que fue lo único que conocí de él. Cómo olvidarlo. No puede ser. Tierra, trágame. Frunzo el ceño enfadada como si me siguiese molestando que aquella noche escuchase lo que dije en su terraza hasta que recuerdo que gracias a él me he besado con su hermano menor.

—El tío de los pañuelitos —rechisto y él se parte a carcajadas.

—Eres muy maleducada, ¿lo sabes? —Se sacude la coronilla con una sonrisa perfecta y una mirada afilada que no retira de la mía.

Abro los ojos perpleja por ese ataque repentino. Aunque en realidad tiene razón, con él fui una maleducada y no quiero que le cuente a Asher cómo me sonaba los mocos para fastidiarlo.

—¿No te enseñaron a dar las gracias? —sigue, esta vez en tono malicioso.

¿Y a ti, señor pestes a tabaco? ¿No te enseñaron a no espiar a los demás? Carraspeo furiosa, intento calmarme. No es propio de mí reaccionar así, pero siento que me recorre por dentro un calor desmesurado. Respiro hondo mientras cuento hasta cinco, suelto lento otros cinco segundos. Él espera. Cruzamos miradas. Que alguien me explique por qué me observa con los brazos en jarra y una atractiva pero absurda expresión de condescendencia.

—Está bien. Estoy bien y gracias —digo concisa y me aseguro de que vea cómo me restriego la piel de la zona del brazo donde él me ha agarrado con las manos de haber fumado.

Hace un gesto de negación ladeando el rostro y gira la cara revisando los estantes medio vacíos. Por mi parte, doy la conversación por zanjada, me aferro al mango de la cesta y me dispongo a marcharme.

—¿Estás mejor? —pregunta a mi espalda.

—He dicho que estoy bien —respondo apretando el mango con fuerza.

—Vaya, qué borde eres con el hermano del chico que te gusta —se burla—. Hacéis buena pareja.

¿Borde? Jamás, en mi vida, me han dicho eso. Este ser cumple todas las papeletas para que quiera estrellarle los bombones en la cara. O el pollo. O las verduras. Me repito que debería irme de aquí antes de que sea borde de verdad y arruine la relación con mi posible futuro cuñado. Lo observo de soslayo y le dedico una de las sonrisas más falsas que haya gesticulado en los diecisiete años que llevo viva.

—¿Vienes a comprar los bombones de Asher? —inquiero pretendiendo ser agradable para que se retracte en cuanto a lo de borde.

—Vengo a por los míos —contesta tajante—. Los de naranja.

—Pues te deseo buena compra —recito en alto.

Doy un paso al frente y me empiezo a distanciar de él y de su irritante olor a tabaco cuando a lo lejos lo oigo decirme entre risas:

—¡Borde!

Pienso que me cae fatal, que es imposible que sea el hermano de Asher y que, si supiera su nombre, lo maldeciría en tres mil lenguas.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Where stories live. Discover now