64 - Anya Holloway

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Podría ser buena idea detener esto, apartar la cara y contemplar la luna que se mece sobre nosotros en un cielo negro, sin apenas estrellas que puedan centellear por el caos de la capital. Sin embargo, no puedo alejarme de Kai por más que quiera, no puedo romper el contacto entre nuestra piel desnuda. Él no retira la mano de mi mentón, sino que lo sujeta con suavidad y se acerca a mi mejilla encogiéndome el corazón cuando me besa una de las tantas pecas que tengo esparcidas por el rostro. Desliza los dedos por mi cuello hasta enredarlos en mi melena empapada y apoyo el peso de mi nuca en su mano. Presiona sus labios contra la peca que tengo entre la barbilla y la comisura derecha. Inevitablemente se me escapa un suspiro al rodearle las caderas con las piernas y sentir su erección. Dejo caer mis brazos en sus hombros para enterrar los dedos en su cabellera despeinada.

—Me encanta la constelación de pecas que tienes en tu cara —me confiesa.

Nos miramos con los párpados entrecerrados, los labios entreabiertos, y sé que ambos estamos luchando en algún recóndito lugar de nuestra mente por mantener la compostura como si este instante no debiese ocurrir. Como si estuviese mal desearnos. Porque ahora lo sé, que lo que siento es deseo. Que yo también estoy excitada y no me importaría resolver este calor que me incendia por dentro con él. Kai baja las manos a mis caderas y engancha los dedos al borde de mis bragas, pero se detiene a sí mismo apretando las yemas contra mi piel. Pegamos nuestras frentes mientras mis manos se pierden en su cabello y mi mirada en el brillo anhelante de sus ojos. Al afianzar las piernas en torno a él, suelta un gruñido sofocado que me enloquece.

Ni siquiera sé cómo hemos llegado a esto, pero no quiero que se termine. Tengo que morderme los labios para reprimir los sonidos de placer que me ascienden por la garganta. El pecho me va a explotar, no puedo aguantarlo más. La Anya de hace unos meses jamás se habría imaginado tomando las riendas de una situación así, en un lugar como este, con una persona como él. La timidez y la inseguridad no me lo habrían permitido. Sin embargo, a su lado mis miedos pierden el sentido.

Separo nuestras frentes y le planto un beso lento en el moflete, luego bajo hasta la línea de su mandíbula marcada, le beso el mentón y sigo bajando hasta su cuello disfrutando de los gemidos que se le escapan y de notar cómo intenta contener el movimiento de su pelvis. Sus manos me suben hasta la cintura, se deslizan a mi espalda y me atrae hacia sí con fuerza mientras me recreo en lo bien que sabe besar su piel, en lo bien que le huele el cuello y el cabello. Hago el mismo recorrido, pero en dirección a su boca y, cuando estoy a punto de besarle, se aparta unos centímetros soltando aire por la nariz, alterado.

—Anya —me llama con la respiración entrecortada—, podemos parar antes de que se convierta en otro «esto no ha pasado nunca».

Una sonrisa escapa de mis labios. Es cierto que quise olvidar lo que ocurrió en aquella terraza y no pude hacerlo. Él frunce el ceño, confuso por mi reacción.

—Para mí no existe ningún «esto no ha pasado nunca» —musito sin vergüenza—, porque yo sí lo recuerdo todo.

—Pues yo no lo recuerdo —niega con las comisuras elevadas en una mueca desafiante y los hoyuelos presentes.

—Te explicaré lo que sucedió.

Antes de que pueda contestar, presiono mis labios contra esos hoyuelos que me están volviendo loca. Le beso uno y después el otro atrayéndolo con mis dedos enredados en su pelo. Nuestras miradas se encuentran, está guapísimo cuando me pide con los ojos que no me detenga. Porque soy yo quien tiene el control esta vez y quien une nuestros labios primero en un beso superficial para luego entreabrir la boca y recorrer su labio inferior con mi lengua. No obstante, Kai me arrebata el control enseguida. Utiliza los incisivos para morderme el labio y tirar hacia atrás cuidadosamente hasta que me arranca un quejido. Luego, me abre la boca con el pulgar e introduce su lengua exigente recorriendo cada rincón y adueñándose de cada aliento que exhalo sofocada.

Ahora mismo todo mi cuerpo lo desea. Le deslizo mis manos por la espalda, ansiosas por sentirlo más y más. Él hace lo mismo hasta que se topa con la banda del sujetador y, en lugar de desabrochármelo, se contiene bajando los dedos a mis costados para aferrarse a mí con fuerza.

—No te detengas, quítamelo —demando.

—Anya, me estás volviendo jodidamente loco —susurra en mi boca—, y no quiero asustarte haciendo algo que te incomode como la otra vez.

Podría decirle que la otra vez estaba rota, que necesitaba olvidarme de lo que había vivido horas atrás, nunca que me incomodó. Podría enumerarle la cantidad de veces que sus brazos y sus clínex me han salvado hasta traerme a este momento. No obstante, en lugar de pronunciar una sola palabra, decido desabrocharme el sujetador y besarlo lento. Enredo mi lengua con la suya saboreándolo poco a poco, intentando transmitirle cómo me siento, cómo me hace sentir él. Kai me corresponde con la misma intensidad controlada, suave y sentimental mientras recorre con los dedos mis pechos y me acaricia los pezones.

Sin embargo, la calma e intimidad del momento se disipan de golpe cuando los focos de la piscina se apagan. Ambos nos sobresaltamos y nos apartamos por acto reflejo. Tras la puerta que da al pasillo se oyen voces, un haz de luz se cuela por la diminuta línea entre la puerta y el suelo. Busco la expresión de Kai, que está igual de perplejo que yo, y enseguida sabemos que no pinta nada bien. Que, como nos pillen aquí, lo mínimo que harán será denunciarnos y eso nos afectará a nuestro expediente académico en la universidad. Al mío, sobre todo, que el ingreso está todavía en proceso de aceptación.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora