Capítulo 23

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El haber dado un paso hacia adelante no significaba haber llegado a la meta. La confianza en un instante a otro podía pender de un hilo y más cuando los miedos, como monstruos de la noche, podían surgir, ansiosos por derribar un cimiento de esperanza, apagar la pequeña y débil llama en medio de una tormenta.

Erin aquella mañana había aceptado que no había tenido amigas verdaderas. Podía haber sido fácil echar la culpa a otros. Más bien, una mínima posibilidad había de que podría haber participado en ese desgaste.

¿No se decía que las plantas morían si no se las atendían?

- No, no le des más vueltas al tema- oyó a Roderick, atrapando su atención. Se había abstraído en sus pensamientos cuando habían salido fuera de la casa, caminando por el jardín -. No merece que malgastes en un segundo más sobre ella. ¿Crees que haría lo mismo si estuviera en tu lugar?

Negó con la cabeza y sintió el aire acariciar sus mejillas desnudas. Se había levantado viento y el sol se había ocultado tras el velo de las nubes.

- No es fácil de olvidar y menos de preguntarme si podría haber hecho... Algo, para que no se hubiera resentido mi amistad con ella.

Caminaron no sin lejos de sentir la presencia del uno al otro. Erin deslizó su mirada hacia su perfil, admirando cada rasgo suyo. No únicamente su físico que le cortaba el aliento, sino también su templanza. Su firmeza frente a lo que les rodeaba.

- Una vez más me demuestras que ella no haría lo mismo que tú. Preguntarnos sobre qué podríamos haber hecho mal, demuestra el haber querido hacer bien las cosas cuando quizás las hemos hecho bien y, aun así, no son perfectas. ¿Acaso lo somos? Mientras tanto la otra persona no había luchado la cuarta parte de lo que hemos intentado por hacer.

- ¿Lo crees así? - no supo el por qué pero su corazón se detuvo al esperar su respuesta.

- Sí, lo pienso y repito: no somos perfectos. No me considero así, tengo mis propios miedos aunque no los he expresado abiertamente.

Detrás de esa apariencia segura, serena y calmada, podía esconder un chico inseguro. Como ella. No lo había visto hasta ese momento. No fue consciente de que sus pasos se detuvieron.

- Erin, créeme cuando te digo que la vida no se reduce a un solo color, blanco o negro - lo miró chocando sus miradas -, hay una tonalidad de matices, desde muy notorias, brillantes, o desapercibidas, casi invisibles, mas están ahí. Si la gente no lo sabe ver, es ciega.

Notó sus dedos perfilando su mejilla que, inesperadamente, estaba húmeda.

- Depositamos nuestra confianza en personas que creemos que nos pueden hacer felices y nos dan más que una ilusión para que estemos satisfechos. Es terrible cuando esa ilusión se rompe y vemos la verdad.

- Duele - liberando por fin el dolor que sentía por la decepción.

- Lo sé.

Intentó recordar si él había sufrido alguna decepción y por parte de quién.

- El amor duele en todas sus versiones.

¿El amor?

Jadeó y, no pudo razonar, cuando sus labios rozaron los suyos en un intento de transmitirle calor porque estaba empezando hacer frío.

- Me lo podría haber imaginado; estás helada.

¿Lo estaba?

El día soleado había acabado en un abrir y cerrar de ojos, aunque por dentro había encendido una llama que podría ser un gran fuego, si hubiera seguido besándola...

- ¿Volvemos a casa? Parece que el tiempo no está de nuestra parte.

Asintió, dándole la razón.

- Sí, por favor.

Sí, dolía.

Cuando estaban regresando a casa, meditó sobre ello. Claro que dolía el amor, era como saltar al vacío sin ninguna salvación alguna. Confiar en que no doliera, era un error de principiante.

Cada pedazo que uno entregaba, cada latido que latía por esa persona, cada sueño que tenía hacia su destinatario, no era un sencillo juego de mesa del cual se disponían las piezas para ganar o perder.

Era rendirse a lo inevitable.

- ¿Erin?

Pestañeó, otra vez se había distraído para volver al presente con el corazón latiéndole con fuerza.

Lo quería.

Lo quería mucho.

Asustado porque no decía una palabra, se le acercó. Quizás, el paseo no le había ayudado y le había sentado mal. O había hablado demasiado.

- ¿Estás bien?

Se obligó reaccionar, pero estaba quieta.

Lo amaba.

Antes de que pudiera oír otra palabra de sus labios, se impulsó sobre la punta de sus pies para callarlo. Cubrió su mandíbula, casi rasposa por su barba incipiente, con sus manos. Lo instó a bajar y lo besó. No supo si lo sorprendió o no, pero no la dejó escapar con sus brazos de acero.

- ¿Qué necesitas?

El clamor de sus entrañas se agudizó cuando le susurró cerca de su oído.

No lo dudó.

- A ti.

Por supuesto, el amor dolía. También quemaba de dicha. Quería ser devorada por él.


Un matrimonio inesperado (borrador)Where stories live. Discover now