Breve

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Para muchas personas que fueron escépticas con el compromiso del marqués de Sutherland y la señorita Racliffe, era de lógica su forma de pensar que fuera una broma del destino, y por más que tuvieran la invitación en las manos, habían creído que dicho enlace no llegaría a buen puerto. No estaban suficientes aburridos con sus vidas que estaban dispuestos a lanzar los dados en un tapete y aventurarse a apostar por una vida que no era la propia de ellos. Porque se equivocaron y la boda se celebró ante los presentes, invitados a la ceremonia, incŕedulos ante este hecho que aparentemente insólito como si celebrar una boda no ocurriera todos los días y en otras partes del mundo. No hubo ningún retraso, no hubo novia a la fuga ni cualquier otro tipo de interrupción que hiciera peligrar la boda y se convirtiera en un posible chisme de los salones de baile. Se celebró aunque algunos desearon lo contrario. Pero los protagonistas callaron bocas, sin dudar de lo que estaban a punto de hacer.

La novia estaba espléndida con el vestido hecho a medida, de escote cerrado y con mangas cortas, acompañadas por unos guantes de color marfil. Un velo traslúcido sin llegar a cubrir su rostro completaba el vestido de novia. No parecía como una flor marchita, sino una recién floreciente, despierta flor y bañada por los rayos de sol. Y el novio no se quedó atrás, pendiente de su prometida que de sí mismo. Más de una suspiró para sus adentros y envidió a la que pocos minutos se iba a convertir en lady Blake, la marquesa de Sutherland. Esta no les dio la carnaza que querían para lanzarse sin misericordia sobre ella, manteniéndose firme en su postura y en su decisión aunque por dentro temblaba como una hoja al son del viento.

Tembló más cuando el sacerdote les dio su bendición y el permiso de celebrarlo con un beso. El hombre casado levantó el velo sin que hubiera más impedimento para hacerlo. El beso no se tradujo en uno en la mejilla, sino en un roce sutil, pero con el efecto incendiario que hizo que lo sintiera durante un tiempo sin que pudiera borrarlo de su piel y de sus sentidos. Una señal, una señal sobre que su vida no iba a ser a la que planificó en su cabeza. Ya el tiempo de retractarse había acabado.

Así se lo reafirmó su mirada masculina sobre ella.

Era su esposa.

No lo sería únicamente en unos votos dichos, en un papel firmado y ante Dios. 

Un matrimonio inesperado (borrador)Where stories live. Discover now