Un trocito

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Lo evaluó con la mirada como nunca antes lo había hecho, permitiéndose un poco más el mirarle dado que realmente no lo había reconocido. Se sintió avergonzada. Primero, por no haberlo recordado; segundo, por haberlo recorrido con la mirada más de la cuenta como si fuera un dulce que estaba solo en el expositor. El único dulce que valía la pena.

- No había fingido - le corrigió con un sonrojo en las mejillas -. No sabía quién eras tú hasta que oí tu nombre en la fiesta.

¿Qué podía decirle más?

No era completamente su culpa si no lo había llegado a recodar del todo. Cierto que seguía siendo alto, no tan desgarbado como antes. Aunque habían pasado los años, tenía un toque juvenil en sus facciones. Sus ojos pardos brillaban, y el pelo bien peinado parecía querer infringir las leyes del universo porque era rebelde y abundante y no merecía tal castigo de estar tirante y sujeto por productos que solo usaban los caballeros. Sí, parecía que animara a cualquier en querer alborotarle el pelo.

Detuvo el pensamiento en cuanto le vino.

- Es una buena respuesta teniendo en cuenta lo unidas que están nuestras familias y la cantidad de veces que hemos compartido una comida familiar.

- Lo siento, no sé cuántas veces he de disculparme, aunque lo he hecho últimamente - bajó la voz para que no la oyera -. Has cambiado mucho.

- Tú, no tanto.

No supo cómo interpretarlo.

Su sonrisa en los labios parecía querer restar importancia a su lapsus de memoria. Pero sus ojos eran indescifrables. Agradables pero indescriptibles como si la invitaran a ahondar en ellos.

Para el carro, amiga.

Intentó asentarse en el presente y recordar lo que le había dicho.

- Sí, sigo siendo la misma - no evitó hacer una mueca y recuperar la compostura al ser consciente de la situación -. No quiero entretenerte hablando de mí. Es mejor que uno de los dos se vaya antes que alguien nos encuentre y piense mal de nosotros salvo que quieras como adorno un lazo en tu bonito cuello.

¿De verdad, lo había dicho?

¿Por qué no paraba de decir tonterías?

- Erin, no tienes que irte así - dijo notando su apuro.

- Por favor, olvida lo que he dicho referente a un lazo y... a tu cuello.

Se fue antes de volver a decir una nueva lindeza que tuviera que añadir a su lista de repertorio de genialidades dichas por Erin Racliffe. Ya por esa noche había sobrepasado cualquier límite de decir cosas absurdas.

Estaba avergonzada y mortificada.

¿Qué le estaba pasando?

Un matrimonio inesperado (borrador)Where stories live. Discover now