Capítulo 8

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Si pudiera haber una ley divina que explicara lo que vino después, lo habría comprendido. Mas no se entendió, ni dio un paso atrás a lo que iba a ser un choque en su vida. Podía haber echado la responsabilidad a que había estado aburrida a lo largo de la semana, podía haberlo achacado a que su amiga prácticamente la había ignorado por completo centrada únicamente en complacer a su prometido. Podía ser, en fin, mil motivos que le explicaran lo que había hecho. Mas su boca actuó de una forma diferente a su comportamiento habitual.

Si no le hubiera dado un ramalazo de prepotencia, creyéndose que podía hacerlo y conseguir el triunfo que acabaría con la compasión de la gente; se habría quedado quieta.

Mas no lo hizo, no se quedó quieta.

¿De qué manera? De la peor que podía haber en la historia del mundo.

No se desnudó, ni maquinó una trampa para que la presa cayera en ella. No era tan cruel. Ni iba a ser tan arpía. Tampoco fue por una apuesta. Ojalá hubiera sido porque estaba ebria, le había echado la culpa a la bebida. Así no tendría remordimiento de conciencia.

Sencillamente porque se le declaró. Así sin más.

Erin no era persona de arrepentirse, ni de lamentarse. ¿En qué cabeza se le ocurrió que sería grandioso hacerlo? ¿Y por qué aceptó?

Se llevó las manos a la cara al rememorar cada palabra, segundo e instante vivido en la fiesta de los duques. Porque hubo fiesta y fue espléndida al igual que las anteriores. Ellos, los Racliffe, estuvieron invitados. Los duques de Sutherland habían invitado casi todo Londres. Era normal que fuera apoteósico y que hubiera un ambiente ameno y divertido.

No pudo negarse, aunque ello implicara tener que estar cerca del jolgorio y de la gente. Tuvo la esperanza de que Georgina le hiciera un poco de caso y no estar aburrida, pero en todo caso la saludó a lo lejos y dejó de prestarla atención, volcándola en su nuevo grupo de amigos donde estaba incluido lord Pearson. Intentó que no le doliera, pero le dolió. Había confiado que al prometerse no iba a cambiar su relación; la realidad le demostró que había sido demasiado ingenua.

Deambuló sin que nadie la sacara a bailar. Tuvo la mala fortuna de toparse con lord Yale que ya iba muy contento.

- ¿Pero mira quién tenemos por aquí? Si es la hija solterona de lord Racliffe. Espero que no tuviera alguna dificultad en llegar a casa el otro día que nos vimos. ¡Qué mala fortuna que lloviera!

Compuso su expresión glacial porque es lo que se merecía ese inhumano de Yale.

- Se ha equivocado de camino, el excusado está por el otro lado.

El hombre no evitó en hacer una mueca que la acompañó de una mirada larga.

Intentó no temblar ante su escrutinio.

- Le aconsejaría que fuera menos agria, a los hombres no les gustan las damas ariscas.

- ¿Le he preguntado por su opinión?

El cuerpo del caballero, que no lo era, se envaró de repente cuando una mano grande y masculina se colocó en su hombro, sin hacer el amago de apretárselo. Erin deslizó sus ojos a la persona. Su corazón le dio un vuelco que intentó ignorar al verlo.

Hacía días que no lo había visto.

- Yale, lo está llamando.

- No he oído mi nombre, excelencia.

- Ya creo que requieren de su presencia. Además, espero que no esté molestando a la señorita Racliffe, no querrá que mi familia y la de ella pudiéramos tener un disgusto.

La piel del susodicho empalideció.

- Le puede decir la señorita mismo que no la estaba molestando, ¿verdad?

- No lo quiero volver a ver cerca de ella, ¿me he explicado?

- Sí, señor. Perdón, excelencia.

Erin alzó la barbilla y le espetó cuando se fue.

- No necesitaba de su salvación. Me las estaba apañando sola.

Le hizo caso omiso.

- ¿Te estaba importunando?

Iba a responderle cuando un grito femenino explotó en sus oídos o eso le pareció cuando la señorita Diggins se abalanzó hacia la figura masculina y lo atrapara con sus zarpas.

- ¿Por qué te has ido? Estábamos hablando de un tema interesante. Ven, que queremos saber de tu opinión.

Su "salvador" se disculpó con la mirada mientras que la de la otra fue de gran soberbia cuando se lo llevó a su terreno.

- ¿Quién decía que en la fiesta una no se aburría?

Hasta le dolía la cabeza. Estaba siendo un desastre y ni siquiera hubo hueco para sentarse. Así que, imaginándose que su presencia era prescindible, se fue hacia las terrazas donde daban paso a los jardines. Se podía sentar en uno de los escalones de mármol. Sin embargo, no se fue hacia las terrazas. Sino, que lo buscó con la mirada y lo encontró en un grupo mixto. Las chicas se reían sin que ninguno de los hombres hubieran abierto las bocas.

La señorita Diggins no le quitó la mano del brazo de Blake aunque este compuso una sonrisa educada que estaba lejos de invitarla a seguir.

Y si...

¿Lo salvara como lo había hecho con ella hacían unos minutos? Sin pensarlo mucho, y decidida, se encaminó hacia el grupo ganándose unas miradas asesinas de las jóvenes y la sorprendida de Blake al verla aparecer.

- Milord, mi padre lo busca.

-¿Tiene que ser ahora? - saltó la acaparadora.

- Discúlpenos, señorita Diggins.

- ¿Es importante, señorita Racliffe?

Asintió para mantener la mentira.

- Volveremos en un momento.

A más de una no le gustó ese plural, y que la incluyera. Tampoco, se lo llevara lejos de ellas.

- Sus amigas me odian.

- No son mis amigas, y no te odian.

Aunque podía ser sincero, Erin estuvo escéptica a creerle.

- Y bien, ¿dónde está tu padre?

Se apartaron hasta acabar en el umbral de una puerta. Dejó de mover las manos y lo miró.

- Le he mentido. No era mi padre el que quería hablar con usted.

- Vaya, ahora sí que me siento intrigado - se cruzó de brazos y se apoyó en la pared -. Déjame de tratarme de usted. Nos conocemos de toda la vida.

¿Si? Porque hacía unos días ella no se había acordado de él. De pronto, el plan le resultó descabellado

- Quería hablar... Hablarte de algo.

- Soy todo oídos.

Muy descabellado.

- Creo que he cambiado de opinión.

- No, no. No te irás hasta que me lo cuentes.

- Te vas a reír. Es una locura. Es la mayor ridiculez que se me ha pasado por la cabeza.

- Cuéntamelo y determinaremos si es una ridiculez o no.

Erin debería haberse vuelto loca, porque sino, no podía haber entendido lo que soltaría después por su boca.

- Quería hablarte de...

Él la animó con la mirada a que siguiera.

Lo soltó sin anestesia.

- De una propuesta de matrimonio.

Un matrimonio inesperado (borrador)Where stories live. Discover now