Un trozo

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Aunque se le notaba la inexperiencia en besarlo y en otros menesteres como era hacer el amor, su respuesta innata, torpe y tímida  lo enardecía. Podía exagerar o no lo que iba a decir a continuación, pero no echaba de menos la sensualidad o la pasión de sus antiguas compañeras de cama. Erin las hacía palidecer, delajándolas como recuerdos borrosos y carentes de valor. Lo estaba subyugando, era curiosa y lo tocaba sin tener la consciencia de que su tacto en su piel tenía un efecto desvastador en él mientras se entretenía en conocer su boca, cada recoveco que pudiera descubrir con la lengua e incluso de tocar la suya. Porque le gustaba besar, le gustaba sobre todo hacerlo con ella.

No lo apartó, incitado a seguir y a besarla con más profundidad, haciéndola que se arqueara y sintiera cada curva de su cuerpo rozando el suyo, rodeándole la cintura con sus piernas. Acercándolo a su calidez que le puso al límite. Como si no pudiera más, siendo un pirata que necesitaba surcar las olas, se apretó más a ella y recorrió la longitud de sus piernas, subiendo hasta detenerse en sus senos, dándole cobijo y sintiendo su peso y redondez en su mano. Pellizcó el guijarro que se había convertido su pezón por encima de la satinada tela de su camisón.  Aun así, la prenda no fue impedimento para que ella lo sintiera como un latigazo a sus sentidos que hizo eco abajo, provocando que se retorciera y se tensara dulcemente.

- Admite que me deseas - le pidió en un impulso de vanidad cuando notó que su cuerpo reaccionaba a cada toque, caricia que le prodigaba.

Temblaba, se rozaba contra él.
Lo estaba volviendo loco y quería envolverla con su locura.

Se deslizó hacia abajo y acunó más su seno para después abarcarlo con su boca. La oyó gemir, pero no fue suficiente y más cuando intentó tener el dominio de sí misma. Se amamantó como si fuera un bebé sin obtener una gota de leche, salvo la necesidad de besuquearlo.

- ¿Por qué he de hacerlo? - resolló.

La acicateó más.

- ¿Quieres mentir? - no dudó en mordisquear lo duro y enhiesto de su pezón, ocasionándole un pequeño dolorido placer -. Mentir es un pecado capital e irías al... infierno.

Le dijo con la voz enroquecida y rota. No podía centrarse salvo en ella.

- ¿Qué ganaría... - jadeó y se tapó con su mano la boca para no soltar esos ruidos que le eran extraños hasta para sus propios oídos - si lo admito?

A mí, pero no respondió sino que se dedicó a torturarla más. Aunque podía decir que también lo estaba torturando a él.

Deslizó la empapada tela hacia abajo, muestra de lo que estaba haciendo había sido muy placentero. Desnudó por fin la redondez de su seno y jugueteó otra vez con él haciéndola delirar hasta que fue bajando, descubriendo el mapa de su cuerpo, cada trazo que lo llevaba a su tesoro oculto, a su feminidad. Pero aún no se adentró todavía en ella, sino que usó más de sus dedos y boca para estimularla y prepararla aunque ya lo estaba. La notó estremecerse y escuchar su súplica, mas no se detuvo ni cuando se rompió en mil esquirlas.

No gritó su nombre, no le importó. Ni después cuando la hizo estremecer nuevamente, adentrándose en su interior y convirtiéndose en uno solo ser. No le importó tampoco, porque se juró entre embestida y embestida que tarde o temprano lo iba a necesitar tanto como él respiraba con su nombre.

Una promesa que estaba más que dispuesto a cumplir.

Un matrimonio inesperado (borrador)Where stories live. Discover now