Capítulo 5

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Nadie echó de menos su presencia.

Como buena previsora que fue, nadie le pidió un baile, aunque fuera por piedad. Hubiera sido más humillante si hubiera sucedido esto último.

Podía haberse quedado con las damas mayores que parecían pavos reales con esas plumas en sus peinados, competiendo por ser la primera que alcanzaba antes el techo, y el vaivén de sus abanicos. Era lo que podía esperarse de ella, de su papel en la fiesta. Sentarse y esperar el mínimo error para carcajearse. Dejó su silla libre por si alguien se encontrara en su misma situación salvo que, por lo que había visto, ninguno de los presentes tuvo esa suerte. Estaban pletóricos como si no les dieran la importancia al hecho de que la temporada hubiera finalizado y parecían a punto de florecer.

Aunque la belleza de una flor era efímera.

Ella tan optimista como siempre.

Era mejor haber rehusado la invitación ante el tono que iban sus pensamientos. El final se lo sabía, ¿qué podía esperar a cambio de esa noche?, se preguntó cuando vio que la antesala al salón del baile estaba desierta. La estancia estaba mal iluminada porque solo podía guiarse de las miles velas que iluminaban el salón y daba luz a la estancia. Era perfecto para mantenerse aislada de los demás. Al menos podía escuchar la música desde allí y suspirar un poco. Pero no suspiró, sino que tomó asiento en el sofá sin el permiso de los anfitriones y dejó la cabeza reposar en el respaldo, desbaratando el moño trenzado que le había hecho Jules.

No había servido de mucho.

¿De verdad que su vida en adelante sería ella misma regocijarse en su pena?

Si estuviera en el campo, no tendría ese problema, pensó con un puño en la mandíbula. ¿Quién fue el que inventó los bailes? ¿El cortejo? ¿Quién fue que no tuvo consideración para los menos agraciados que preferían quedarse rezagados y ser meros espectadores de la función?

Recorrió con la mirada la estancia y pudo ver una alacena que podría tener escondidas algunas bebidas. Si antes no había tomado un poco de vino, ¿no lo podía hacer ahora? Echando una mirada atrás y asegurándose que no había mereodores, fue hacia a la alacena. Se enorgulleció de no haber tenido la torpeza de no derramar una gota de lo que creyó que sería jerez cuando echó el líquido en un vaso de cristal. Se lo llevó a los labios y lo saboreó. Un calorcillo le atravesó el esófago y las entrañas. Con su copa se fue a su sitio, tomando ligeros sorbos para no acabárselo tan rápido, aunque si fuera a por una segunda copa los anfitriones o sus hijos no lo descubrirían.

¿No?

Poco a poco notó la ligereza del alcohol navegando por sus venas, mas no fue lo suficiente para enturbiar sus sentidos. Bien, lo suficiente para estar ebria sin parecerlo. Ensimismada que estaba cuando escuchó un ruido, tuvo que esconder el vaso vacío debajo del sofá y mirar (con tiento) por encima del respaldo quién se había atrevido a interrumpir su solaz de paz.

- Disculpadme, no sabía que estaba ocupado.

Entrecerró más la mirada sobre el caballero que había entrado atreviéndose a importunarla. El pobre no sabía de dicho detalle. Ni siquiera había puesto un cartel de prohibir el paso. La luz del salón le daba a contraluz y no pudo verle exactamente la cara.

- No se preocupe yo... no iba a quedarme – se levantó de súbito y no calculó bien el repentino mareo que le sobrevino que su trasero fue a para de nuevo al sofá -. O eso creo.

Pareció que detectó sus dificultades al ponerse de pie porque le oyó decir:

- ¿Necesita ayuda?

- No, gracias – resopló sin mucho cuidado de aparentar ser una paloma delicada -. Es el vestido que pesa demasiado.

¿Por qué había dicho aquello?, se lamentó para sus adentros.

Un hombre menos decente habría salido con un chascarrillo de lo más verde.

Quién fue a su rescate se comportó como un caballero.

Decente.

- Déjeme ayudarla.

Sintió las mejillas ruborizadas y no previó, tampoco, que se hubiera acercado y le tendía una mano que aceptó a regañadientes, agarrándose a su mano e impulsándose se levantó. Un vuelco sufrió su corazón al reconocerlo pese a la penumbra de la habitación.

¡Lord Blake!, se apartó nerviosa y lo miró con irritación.

- No crea por un momento que le debo un favor – fingió no haberlo reconocido.

- ¿Por qué se lo tendría que pensar?

- Porque si lo ven conmigo, estará en el peligro de ser un candidato para pasar al altar y no querrá unirse a Erin, "la ermitaña" - abrió los brazos dando más énfasis a sus palabras como si fuera una obviedad y no lo entendiera -. Sería demasiado vergonzoso para usted.

- ¿Por eso se escondía para evitar que cual necio pudiera caer en la trampa?

¿Hubo sarcasmo en su tono?

- Exacto – hasta en sus oídos había sonado un tanto absurda-. Así es, por esa razón, le dejaré y haremos como que no nos hemos visto.

- ¿Dicha razón explicaría que finges no conocerme, Erin Racliffe?

La había cazado, lo miró con los ojos como platos y él cabeceó. Parecía divertido, para nada ofendido. Aprovechó su mutismo repentino para acercarse a ella y tenerle de frente.

- Yo...

Era la pimera vez que se quedó sin habla.

- ¿Ninguna palabra de bienvenida, Erin?

Un matrimonio inesperado (borrador)Where stories live. Discover now