Capítulo 21

1.3K 333 13
                                    

Unas semanas después...

El matrimonio podía considerarse una bendición como el infortunio de haber cometido el mayor de los errores. Para otros seres mortales, un negocio del cual lo más principal era mantener un papel dentro de la sociedad.

El matrimonio... No sabía Erin cómo definirlo después de llevar unas semanas casada con Roderick. Aún era pronto para darle un nombre, confundida por sus sentimientos y como su gentil marido era paciente con ella sin dejar de ser apasionado por las noches, llevándola al infinito éxtasis.

Arrugó el ceño cuando observó que afuera seguía siendo el cielo plomizo. Había detenido su lectura y su mente volvía a él, en lo que podía estar haciendo, si continuaba en su despacho, si había acabado del papeleo y estaba en los establos o... si la echaba de menos cuando no hacía pocas horas que se habían visto tras almorzar juntos en el comedor en un ambiente ameno.

Tenía ese efecto en ella. No lo podía evitar.

El instalarse en Hampshire, una de las propiedades que el caballero había heredado de su abuelo, había sido una buena idea. No era la casa de campo donde había crecido, pero la finca era un lugar tranquilo donde uno podía pasear por los pastos verdes hasta echarse la hora encima y no se cansaba de ello. Le agradó nada más pisar un pie allí. El personal, que mantenía Hampshire en su esplendor, no la trató como a una desconocida que debiera recelar.

Había estado muy nerviosa por ejercer ese nuevo papel, el de señora de su propio hogar y marquesa. Mas Roderick lo había hecho más fácil su adaptación. Estaba en su carácter y se preguntó si algún día podía estar a su altura. No era que le disgustaba ser marquesa, pero prefiría como en ese momento leer y pasar la tarde en la biblioteca o en el jardín.

También, le gustaba estar con él.

Escondió el rostro en el libro embargada por la timidez y el pudor. Tenía entendido que no era muy favorecedor estar con dichos pensamientos. Sin embargo, no podía hacer otra cosa.

Le podía decir de dar un paseo. No parecía que pudiera llover. Un paseo no estaría tan mal. Quizás fuera la ocasión perfecta para abrirse y contarle alguna historia de su pasado, una anécdota graciosa aunque no tenía ninguna. Podía decirle sus aficiones, sus gustos o miedos. Hasta le podía condensar que le estaba gustando su nueva vida allí, con él.

Pero siempre que creía que el momento era idóneo, le entraba el pánico que la paralizaba y una vocecita de su interior le decía que esperase. Aún era demasiado pronto.

Se infló un poco de ánimo, diciéndose de que podía ser una buena oportunidad para que la conociera un poco más, ya que su hermetismo podía darse malinterpretarse a la falta de interés.

¿Quién se lo iba a decir?

Preguntando, se enteró que estaba en los establos. Con el ánimo subido, se dirigió allí cuando poco a poco como si el hielo se estuviera deshaciendo también lo fue su resolución. Cuadró hombros ya que volverse no fue una opción. Continuó y saludó a los mozos que se cruzaron por su camino. Sus pasos sonaron sobre las piedras que había. Hubo una que casi le hizo tropezar pero fue suficiente rápida para enderezarse y ver salir del establo a su marido, sonriendo.

Sintió el pecho explotar cuando se apagó de repente cuando se dio cuenta que la sonrisa no iba para ella.

- Erin, qué bien que te veo. Te quiero presentar a una buena amiga de la familia. También es vecina, su finca colinda con la nuestra.

Tuvo que recomponerse e ir hasta allí. Roderick, ajeno a la tensión de su esposa, presentó a la dama que había ido a visitarlos, lady Hampton, hija de los vizcondes. Hacía tiempo que no la había visto. Bien cierto era que cuando estaban vivos sus abuelos paternos y los había visitado, sus familias habían coincidido.

- Lady Blake, mis felicitaciones en nombre de mi familia por sus esponsales. ¿Está siendo agradable su nueva estancia? Roderick me ha hablado que se ha adaptado perfectamente.

Le echó una mirada ante la familiaridad con la que le estaba tratando, sin saber cómo calibrar su presencia cuando no sabía nada de ella.

- Gracias, milady- le correspondió al saludo e intentó ser amable -. A su pregunta, Hampshire me está pareciendo un buen lugar para quedarse.

- Me alegra oírlo. No todos piensan así cuando vienen. Ojalá no eche de menos los bailes. Son pocos frecuentes aquí, aunque intentamos dar unas cenas como las de la capital. Deseamos pronto vuestra asistencia. Mis padres estarán también encantados de conocerla. Bueno he de irme, ya he presentado la invitación y he conocido a tu esposa, Rod.

Enarcó una ceja y volvió a mirar a su esposo que también parecía encantado con dicha visita. Apretó los puños en su cintura que disimuló con el chal que lo retorció.

- Estaremos complacidos en devolver la visita.

- Sí, y no tardeis, por favor.

Se despidieron y Rod se volvió hacia ella con la sonrisa puesta. Parecía ser que era tan transparente como el agua, hecho que no se había enterado, porque desapareció la sonrisa y le preguntó:

- ¿Erin, estás bien?

Movió la cabeza, mientras que por dentro bullía y no sabía cómo iba acabar.

- Solo quería decirte que va a llover. Es mejor que regresemos dentro.

Oyéndose, sonó patética.

- Erin, espera.

Pero se fue del camino, alejándose de él y de los sentimientos contradictorios.

Un matrimonio inesperado (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora