Un trozo

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Lo había dicho tan confiado y seguro de sí mismo que podía darle la razón, que iba a ser la mujer que habría en su vida cuando se unieran en el altar.

Esbozó una mueca que rompió la magia del momento, de no darle ese voto de confianza, ni de agarrarse a lo que podía ser un vestigio de esperanza antes de ser apagado por el miedo.

- Se nos está haciendo tarde. Podemos regresar a casa - intentando aparentar normalidad que había dejado de sentir -. Mi doncella nos estará buscando.

Sin embargo, él no se dio por vencido previendo cuál iba a ser su reacción. No se movió, sino que colocó perezosamente las manos a lado de su cabeza convirtiéndose sus brazos en barrotes de una jaula.

¿Qué pretendía hacer?, se preguntó un tanto inquieta.

Sabía cómo tratar a un gato manso, no a una fiera a punto de atraparla. Erin tragó con dificultad, notándose cómo le afectaba que actuara de esa forma.

Como si realmente estuviera interesado en ella.

No te dejes engañar...

Una brisa juguetona se levantó de repente y le provocó un temblor que apenas pudo reprimir. Entre eso y la caricia de sus dedos al acariciar y posarse en su mejilla.

- Tan suave...

- No creo que sea tan suave como otras pieles que has tocado.

- Siempre tienes que contradecirme - chasqueó la lengua contrariado.

- Alguien tendría que hacerlo - se encogió de hombros como una disculpa -. Por otra parte, no he dicho una mentira. ¿O sí?

En vez de dejarse arrendar, se acercó más y el sutil contacto de sus dedos fue más directo a su piel.

- No, es verdad - un poco se hundió Erin al oírle que lo reconocía mas ella no tuvo nunca potestad en sus relaciones pasadas, ni siquiera si estuviera con la última amante aunque le había dicho de serle leal -. Mas quiero tocar solo una: la tuya.

Si fuera cada palabra una llama que prendía el fuego, estaría quemada a sus pies. Mas siguió erguida y temblorosa. Siendo consciente de su tacto y proximidad. Siendo consciente de cada latido de su corazón, aporreando con fuerza y gritándole que no era inmune como quería aparentar.

Se le encogió el estómago cuando lo vio acercarse más con la intención expresa de terminar con las distancias entre ellos. Solo un soplo lo separaba de sus labios y....

-¡Señorita!

La voz de su doncella estalló como un latigazo.

Los dos tórtolos se apartaron y el marqués retomó el papel del caballero.

- ¿Por qué os habéis ido tan lejos? - les preguntó como buena chaperona que era -. He tenido que buscaros hasta debajo de las piedras.

- Jules, estamos bien.

Aun así, le dio una larga observación por si se había tropezado con alguna rama o caído del suelo.

- No ha pasado nada que lamentar - hizo un gran esfuerzo por no sonrojarse.

Le costó bastante no hacerlo.

-Pero tan lejos... - recalcó otra vez -. Estaba preocupada, menos mal que os he encontrado y podemos irnos a casa.

Se la veía orgullosa por tal hazaña. Mientras que el marqués... Lo intentó mirar de soslayo pero fracasando en el intento.

- Os acompañaré de vuelta - inquirió el caballero -. No pretendía causarle ningún susto. Era para hablar con mi prometida a solas.

Jules lo miró contrita sin achantarse.

- La próxima vez no será tanto tiempo, milord - sí cumplía bien con su papel -. No estáis casados y no está bien visto que estéis en un sitio apartado los dos solos. Su padre se enfadará conmigo si lo supiera.

- No se enfadará, Jules - no era una cría -. Vamos a casa.

Ese trayecto de vuelta a casa fue bastante silencioso. Ni la doncella se imaginó lo que podría haber pasado si no hubiera interrumpido, o directamente no se lo quiso imaginar.

La ignorancia era a veces una bendición.

Un matrimonio inesperado (borrador)Where stories live. Discover now