— ¿Sigues relacionándote... con ese tipo? — Supe rápidamente a quién se refería por la forma tan despectiva en la que lo preguntó.

Ese tipo se llama Samael, papá — objeté, resaltando sus palabras.

Samael — repitió, desdeñoso —. ¿Eso es lo que te dijo?

Fruncí el ceño.

— ¿Por qué? — Pregunté —. ¿Dices que no se llama Samael?

Noté cómo todo su cuerpo se tensó. Incluso se llevó una mano al cuello de la camisa para aflojarlo, como si le apretara.

¿Qué demonios?

—Ese no es el punto, Lucas.

—Pero...

—Nada en él inspira el mínimo de confianza — me interrumpió

—En ese caso, no me vendría mal que me explicaras los moti...

—No me gusta saber que mi hijo se relaciona tanto con alguien como él —de nuevo me dejó con las palabras en la boca —. Siempre haces lo que quieres, pero al menos deberías considerar tomar tu distancia.

Lo intenté, pensé, pero supe que si lo decía en voz alta me respondería con algo como «No lo intentaste lo suficiente», y ciertamente iba a tener razón, porque desde el principio estuve seguro de que no cedería a los malvados encantos de Samael así nada más. Lo rechacé muchas veces con el fin de cuidarme a mí mismo, de evitar arriesgar que solo jugara conmigo a su maldito antojo, y si soy honesto, todavía intento descubrir cómo fue que llegué a este punto en el que comienzo a disfrutar su cercanía más de lo que habría admitido cuando lo conocí.

Al no responder, mi padre tampoco dijo nada más sobre el tema, y durante el resto del camino, ocasionalmente me preguntaba sobre mi trabajo. De nuevo, no mencionó nada sobre la última vez que hablamos.

Cuando llegamos, el lugar estaba lleno y era tan cliché como un restaurante, pero se veía bastante opulento; las mesas estaban expuestas al aire libre, en una especie de jardín que lucía hermoso siendo iluminado por guirnaldas de luces amarillas.

Apenas cruzamos la puerta, nos llevaron a nuestra mesa y, casi de inmediato, mi papá me dejó solo para mezclarse rápidamente con personas que, dentro del gremio, eran muy importantes y lo conocían. A mí, por otro lado, solo me saludaron con frías palabras de cortesía y siguieron sus caminos, pero era comprensible considerando que nada en mí despertaba su interés, y ellos tampoco me parecían las personas más interesantes.

Nunca comprendí muy bien el propósito de esa clase de eventos, pero a veces llegaban familias enteras. Mi padre decía que era la oportunidad perfecta para relacionarse con aquellos que pudieran resultar beneficiosos para sus propios negocios, y a mí me llevaba con el único propósito de relacionarme y familiarizarme con el ambiente, pero nunca lo logré; sus amigos encontraban mi personalidad molesta, en ocasiones aderezada con unas gotitas de arrogancia y rebeldía, pero a veces pienso que su concepto de mí se debe a que esperaban que fuera una copia exacta de mi papá.

Por otro lado, al llegar lo único que me pareció relevante fue que Samael estaba ahí, a unos metros de mí. También llevaba puesto un traje negro de etiqueta pero, por Dios, se veía tan guapo que, con tan solo mirarlo, sentí que mis piernas temblaron.

Él de verdad tenía una manera tan única de cautivar a los demás; sus ademanes, su forma de caminar, de pararse, de sonreír con tanta mezquindad, de llevarse esa alargada copa de champagne a los labios, de pasarse una mano por el cabello ignorando por completo si lo arruinará o no, eran tan sutiles y elegantes que cualquiera que estuviera de pie a su lado podía ser fácilmente opacado por él.

Hidromiel.  ✔Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz