CAPÍTULO CUADRAGESIMOSÉPTIMO

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El rugido del grandullón puso en pie a los espectadores, que comenzaron a aplaudir y a gritar a su campeón.

El gigante de un solo brazo golpeó con la maza las altas paredes cubiertas de acero, haciendo temblar las gradas. Al parecer, al público eso le encantaba. No obstante, el círculo sobre ellos se iluminó más aún por las flechas impregnadas en fuego del centenar de soldados que velaban por la seguridad de aquella panda de sádicos.

Tisherisha miraba al grandullón, anonadada. Estaba viejo. Su cresta, que antes lucía rubia como el oro, ahora era un dibujo gris en su cabezota. Sus músculos, aún poderosos, cubiertos de piel arrugada, marchita. Y aquel ojo violeta que aún tenía abierto, hablaba de años y años de tristeza y soledad.

—¡Yakull! —alzó la voz sin demasiado éxito bajo una muchedumbre pletórica—. ¡Yakull, soy yo!

Un espadón silbó en el aire y se clavó en la enorme maza del gigante, que demostrando que aún conservaba aquella inexplicable velocidad, lo detuvo con maestría.

Tiserisha miró hacia atrás, pudo ver a Blade con ojos desorbitados.

—¿Qué estás haciendo, desgraciado?

—¡No te reconoce! ¿Es que no lo ves? Hace un siglo de...

No terminó la frase cuando el grandullón apareció tras Tiserisha y la golpeó haciendo crujir sus huesos, lanzándola al otro extremo de la arena. La niña cayó rodando, las telarañas se enredaron por todo su cuerpo.

Yakull, bramó una vez más, y el público pareció enloquecer.

—Maldito monstruo —masculló Blade que, esquivando las pegajosas telas blanquecinas, alcanzó las hachas junto al cuerpo inerte del joven minotauro—. ¡Tú debías de estar muerto, joder!

El capitán, emocionado en su palco, hacía crujir sus nudillos a la espera de ver caer al otro maldito chupasangre. Cosa de la que nunca se cansaba cada vez que uno de aquellos rastreadores le traían uno con vida para los Juegos. Y es que aquellos monstruos dos vidas le debían, como siempre se repetía. La de su mujer, y la de su hija.

El vampiro lanzó una de las hachas obligando a Yakull a cubrirse de nuevo. El sonido del metal al clavarse en la madera del mazo provocó un aullido en el público, que observaba expectante.

Cuando el gigante bajó el arma frente a su rostro, aquel vampiro ya no estaba. Gruñó furibundo, y la quemazón de una hoja embotada le llegó desde la espalda. Trató de alcanzar lo que fuera que le habían clavado, y Blade saltó para tomar distancia. Al darse Yakull media vuelta descubrió al vampiro traicionero, mirándolo con ojos desesperados.

—No pienso dejarme morir aquí —dijo entre dientes—. Si esa zorra no piensa poner de su parte, ¡tendré que matarte yo mismo!

Yakull miró con el rabillo del ojo a la vampiresa, que al parecer, aún se movía tirada en el suelo.

Bramó, Blade también gritó, como si estuviera en pena guerra, y sin que siquiera alguien tan veloz como un vampiro lo pudiera ver, la maza del gigante voló rauda hasta estamparse contra su hombro, haciendo trizas la mitad de su torso.

Blade salió despedido contra el metal de la pared. El sonido del golpe fue escalofriante. Cuando cayó al suelo, medio destrozado, rugió de puro pavor:

—¡No...! —tembló el vampiro, buscando más armas entre las pegajosas telas. Halló los dos cuchillos con que fallara antes—. ¡No pienso morir aquí!

El gigante se dirigió hacia la Primera, atravesando el mar de telarañas como si de una nube de polvo se tratase. Levantó el puño cerrado sobre su cabeza para asestar el último golpe.

—Yakull —dijo la niña, allí enredada en un ovillo, mirándolo con aquellos ojos verde esmeralda—. Soy yo, Tish...

El puño se detuvo a mitad de camino. El ojo violeta del gigante titiló buscando en sus recuerdos qué diablos significaba ese nombre para él. Por qué al escucharlo le había dado un vuelco el corazón. Y entonces, aquel ojo se acristaló.

—Tish... —exhaló el grandullón en un hilo de voz.

—Sí... —le tembló la voz a ella.

De pronto, Yakull bramó de dolor y cayó clavando ambas rodillas. Dos cuchillos clavados en ambos talones, cortando los tendones, dejando al gigante sin el sustento de sus piernas. Blade, tras él, sin poder dejar de mostrar su temor bajo los tatuajes de su rostro.

—¡Nooo! —gritó la niña, temblando, con la furia y el llanto discutiéndose el primer puesto por salir de su cuerpo, contemplando el dolor en aquel viejo rostro al que tanto había aprendido a querer.

Y chilló. Chilló tan fuerte que todos se llevaron las manos a los oídos. Tan fuerte que el público cambió los vítores por aullidos de dolor. Los arqueros no fueron menos, cometiendo algunos el fallo de soltar antes la flecha que el arco, lanzando estelas de fuego al interior de la arena. La tela de la aracne, al contacto con aquellas llamas, comenzó a arder, convirtiendo el terreno de batallas en un desastre ardiente.

El basilisco cacareó, o gruñó, o lo que fuese que pretendiera hacer, y echó a correr de nuevo, metiéndose esta vez por una de aquellas puertas de metal abiertas, para no volver a aparecer nunca más. Y Yakull sintió un temblor dentro de sí. Pero no uno lo suficientemente fuerte. No uno como aquellos que lo hacían grande y fuerte, que lo hacían sanar casi de cualquier cosa.

Miró a Tish a los ojos y una lágrima se derramó del suyo, una que lució tan violeta como su iris.

El fuego se extendió en dirección a ellos, y el grandullón, al verlo, la cubrió en un fuerte abrazo y gruñó de dolor al sentir las llamas quemarle la piel del brazo y la espalda. Tiserisha, bajo el cuerpo de aquel que nunca la había abandonado, comenzó a llorar.

«Nuestro vínculo...» —se lamentó, deseando estar junto a él lejos de allí, en otro lugar, en verdes prados donde poder olvidarlo todo y vivir sin más.

Vivir...

Las fuertes manos de la chica rompieron la telaraña y, sin poder refrenar su llanto, lo abrazó con fuerza. Yakull sintió aquella calidez, haciéndolo estremecer, logrando que ni el mismo fuego que lo envolvía consiguiera hacerle ya ni el más mínimo daño.

—Tienes que vivir —sonó la profunda voz del gigante—. Vive por mí, Tish.

—¿Qué? ¡No! Ven conmigo. Saldremos de esta, como siempre lo hicimos en el pasado. Yakull, soy yo. Concéntrate en mí. Puedo curarte y...

—Yo estar ya cansado —dijo aquel grandullón con la mayor de las dulzuras—. Pero tú aún poder vivir cosas que merecen la pena.

—No, Yakull. No te puedo perder una segunda vez. ¡No pienso dejarte...!

—Olvida, y vive, Tish. Yo... te quiero...

Tiserisha abrió mucho los ojos, inundados en lágrimas, y Yakull la agarró en su mano y se alzó de rodillas bramando entre las llamas como la mayor de las bestias.

—No... —exhaló la niña.

—¡Vive! —y con aquel grito desgarrador, Yakull la lanzó con todas sus fuerzas al cielo.

La chica, bajo la presión del aire, comenzó a coger altura, como si de una piedra lanzada a un estanque se tratase. El capitán, al ver lo que estaba sucediendo, frunció el gesto de rabia y gritó a sus hombres:

—¡Abrid fuego! ¡Matadlos a todos!

Y las flechas volaron, surcaron el aire sin dar en el blanco. Y Tish, a medida que volaba por encima de las gradas de aquel terrorífico lugar, pudo ver cómo otras puntas impregnadas en fuego alcanzaban a Blade y a Yakull, convirtiéndolos en masas de carne ardiente, doliente, con ahogados bramidos de un dolor que recordaría el resto de su vida. Si es que pretendía vivir.

—¡Yakull! —gritó con todas sus fuerza viendo al que fue su gran protector caer en la arena, junto al cuerpo ardiendo de Blade, abandonando, esta vez sí, este mundo para siempre.  


***


NOTA: Lo lamento. A veces, la vida no es justa con quienes son buenos.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Where stories live. Discover now