CAPÍTULO VIGESIMOSEXTO

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El corazón estuvo a punto de salírsele por la boca. Tiserisha, quieta como una estatua de hielo, miraba a aquel hombre tan canoso como nervioso. Aquellos ojos amarillentos delataban su desconfianza, a pesar de tomar asiento como si nada. Los dedos, tamborileando constantemente en el metal de su extraño cetro, al igual que sus talones sobre el suelo.

—Yo...

—¡Quieta! —alzó la voz el inesperado invitado—. U os hago trizas a los dos aquí y ahora, tan rápido que os parecerá que ya lo hice ayer.

Blade la miró, con un temor que Tish nunca imaginó que vería en sus ojos. Y el chico, con la intención de clavar una rodilla de forma sumisa, realizó un ínfimo movimiento antes de sentir el fuerte impacto contra el pecho. El hombre permanecía aún sentado, tan solo el polvo se agitó entre los dos, y Blade salió disparado contra el derruido muro que se levantaba tras él. Sus huesos habrían crujido de impactar contra los ladrillos, pero justo, Yakull, con un movimiento tan inusualmente veloz como tantos otros que realizaba sin que nadie lo esperase, lo detuvo agarrándolo en su mano.

Fue entonces cuando aquel extraño tipo reparó en lo que era aquella montaña de carne y músculos, abriendo bien aquellos ojos ambarinos, casi tanto como la boca.

—No puede ser... —ya estaba en pie, fue tan rápido que Tish no distinguió el movimiento—. Eres tú, Ya'kull.

—Ni te acerques a él —gruñó Tish, aún inmóvil—, te lo advierto.

—¡Silencio!

—Padre...

Tiserisha, al oír aquella palabra de boca de Yakull, se volvió hacia él olvidando dónde se encontraba, con ojos abiertos como aros. Ella sabía que el grandullón era especial, pero que también fuese una creación de los cuatro...

«¿Padre? —miró entonces a aquel tipo vestido con aquella túnica extravagante—. No puede ser. Entonces él es... ¿Lucero? Pero un momento...».

—Yakull —masculló la chica, casi dolida por lo que decía su tono—. ¿Cómo no me lo dijiste? ¿Cómo no me dijiste que eras el Primero de los tuyos?

—Y el último —dijo aquel tipo posando ahora sus extraños ojos en ella—. Y tú...

Se acercó tan veloz que la asustó. El dios siseó mandándola no solo a callar, sino a permanecer quieta si su vida le era de algún aprecio. Y Tish, temblando ante la presencia de aquel dios desquiciado, sintió los dedos de este hurgando en su boca, separando los labios para ver qué escondían. Dedos que supieron a arena y suciedad.

—Interesante —asintió el Mago—. Tú también eres cosa nuestra. —Señaló con el mentón al chico sentado sobre el firme, hecho aún polvo por el golpe—. Veo que el linaje al que pertenecéis supo encontrar la forma de reproducirse a pesar de nuestros esfuerzos por impedirlo. 

—Sois unos monstruos —gruñó enseñando esta vez los colmillos por decisión propia.

—Shh —volvió a sisear Lucero, encogiendo los hombros—. Cosas de dioses, pequeña. No tienes por qué entenderlo.

Y Tiserisha, llevada por una repentina ira, trató de arrancarle la cabeza de un zarpazo. Pero el Mago, simplemente ya no estaba ahí. Solo polvo levantado, viento agitado.

—¿Por qué permanecéis aquí? —dijo de nuevo la voz de aquel dios, esta vez sentado en otro montón de escombros. Tamborileando con los dedos en su cetro, los talones contra el suelo.

«¿Se ha movido? —pensó Tish—. ¿O solo ha desaparecido y vuelto a aparecer? No... Esa estela de polvo... ¡Se está moviendo tan rápido que ni lo vemos! Muy rápido. El elemento luz es un arma terrible. Ahora entiendo que ni esas brujas hayan logrado acercarse a él».

TISERISHA "Tres siglos de odio"Where stories live. Discover now