CAPÍTULO VIGESIMOPRIMERO

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Caminamos durante noches, durante semanas, atravesando bosques, lagunas, praderas y ríos. El más importante; el llamado Kalo, cuyo cauce a la contra fue la dirección que todos decían que había que tomar. Desde allí hasta el poblado de Fhall, y a partir de ahí, dirección noreste.

Tratamos de evitar los asentamientos humanos. Los bosques eran nuestro refugio, y los comerciantes a los que asaltábamos en los caminos, nuestros involuntarios confidentes. Noticias escalofriantes traían muchos de ellos, tales como guerras de oscura magia, de pueblos fantasma tras ser arrasados por un poderoso mal. Me supuse que sería ese Baalseboth al que se refería Samantha. Pero la que más me preocupaba de todas aquellas noticias era sin duda que los asedios estaban volviendo a producirse donde la capital. Donde aquel dios de Luz tenía montado su templo; al parecer una torre impenetrable.

Cuando preguntaba por el Mago, todos hablaban maravillas de él. Como si de un salvador divino se tratase, pero pronto me llegaría una sabida decepción, pues de Akiyama ya había oído que entre sus hermanos de deidad destacaba uno por su cobardía. Pero lo peor, y lo que nadie me dijo, era la locura en la que ese bastardo se veía sumido. Pues fue aquella maldita locura suya la que casi me costó la vida.


***


El desconsolado llanto de la niña resonaba ante aquel portal oscuro por el que la habían escupido, lanzándola al olvido. Los mocos formaban lianas colgando de su nariz, pegados a sus labios temblorosos. Sus pequeños y alargados colmillos lucían blancos como la leche en aquella boca abierta que emanaba penas y lamentos. Su sed de juventud la había llevado demasiado lejos esta vez, convirtiéndola en una niña de nueve años, con todas sus consecuencias. Y es que no solo su físico retrocedió hasta aquella edad tras el festín de sangre, sino, como siempre sucedía, su mentalidad y madurez retrocedían de igual forma mediante esta práctica que caracterizaba a los suyos; los vampiros.

Tiserisha vio cerrarse el portal ante sus ojos, con un latigazo que la molestó en los oídos. Akiyama, quien la había cuidado durante todos aquellos años, no dudó esta vez en dejarla sola, desamparada y a su suerte, perdida en el lugar más recóndito que pudo encontrar Okuro para ella.

Y al alzar de nuevo aquel llanto, la rabia comenzó a rebullir bajo su pecho, entre los sollozos y los mocos, fluyendo como un fuego incontrolable que comenzó a devorarla desde las entrañas. Una ira que le susurró con voz encandiladora que aquello no debía quedar así. Que ella no tenía la culpa de ser lo que era. Que su padre, su creador, era el único responsable de todo aquello. Y, entonces, escuchó una dulce voz a su espalda.

Tiserisha se dio media vuelta, viendo a la mujer vestida de doncella tras ella.

—Pero, pequeña —dijo asombrada—. ¿Cómo has logrado entrar en el castillo de nuestro señor?

Tish miró bajo el mar de lágrimas que eran sus ojos a su alrededor, dándose cuenta de que se encontraba en el patio interior de lo que creyó que era un castillo. Le temblaban las manos, el fuego latiendo en su interior.

—Anda, ven —dijo la buena mujer—. Si los soldados te descubren aquí, te darán de azotes hasta la misma puerta de salida.

La doncella extendió sus brazos hacia la asustadiza niña, y cuando estuvo frente a ella, Tish soltó un grito iracundo y se lanzó contra su rostro, clavando sus dedos en sus ojos, mordiendo su garganta hasta arrancarle sus adentros. La sangre manó en un forzado silencio para la doncella, restallando contra los adoquines del suelo, contra las plantas que adornaban el patio. Su cuerpo cayó como un muñeco de paja y, agachada como un animal furioso sobre el cadáver, Tish escupió un pedazo de traquea mostrando unos ojos desorbitados por la furia. Volvió a gritar, escuchó el sonido de pasos acelerados en el interior del castillo y se lanzó como una bestia a su encuentro.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora