CAPÍTULO TRIGESIMOSEXTO

23 10 6
                                    




TERCER SIGLO


Los días fueron pasando. Y con ellos, los ciclos semanales. Y los mensuales. Y también llegaron los anuales. No os lo voy a negar, cada día maldije mi condición de vampiro, pues de ella sacaba la resistencia necesaria para que las infecciones o los maltratos no acabaran con mi vida. Una vida que deseé mil veces que se acabara pronto. Una en la que, cada día que pasaba, aquellos putos perros encontraban una forma nueva de vejación, otra manera más de hacerme sangrar, chillar, vomitar... Aun así, lo que nunca les concedí fue una puta lágrima. Aquel chico se llevó las últimas que me quedaban y, con ellas, ya había terminado de perderlo todo, así que no pensaba darles ese gusto a mis captores.

Y es que ya nada tenía sentido. Mi posibilidad de venganza se había esfumado con la muerte de Yakull. El único gigante que existía en este mundo. Y el único, con mi ayuda, claro, capaz de plantar cara al maldito gólem de piedra al que nunca paré de buscar.

El único en esta vida que había logrado que dejase de sentir esa dichosa soledad.

Así que, como decía, ya nada tenía sentido. Hasta tal punto que mi cuerpo comenzó a marchitarse con la espera. Blade venía por orden de su padre cada seis ciclos mensuales. O, al menos, eso es de lo que se quejaba el niñato cada vez que venía a escupirme sus mierdas a la cara, pues allí colgada, mi percepción del tiempo se había atrofiado un poco, como comprenderéis.

Yo no podía ver mi aspecto. Tan solo llegaba a ver cómo mi cuerpo se arrugaba con el paso de los años. Cómo las heridas, los arañazos, las quemaduras y todo cuanto me hacían aquellas bestias iba formando parte de mi anatomía ya decrépita. ¿Sesenta? ¿Ochenta? Nunca supe cuánto tiempo permanecí allí, con el cuerpo ya deforme de permanecer crucificada. Con el cuello alargado de colgar día sí y día también como un jodido péndulo.

Os juro que, si hubiera tenido ocasión, me abría arrancado el corazón yo misma para poner fin a aquella barbarie, pues los días se sucedían como gotas que caen en el torrente de una cascada; perdidos, iguales, fríos y fáciles de olvidar. Hasta el día en que no solo vino a comprobar mi estado el cabrón de Blade. De aquel día, sí que se podría haber dicho que fue diferente. De hecho, recuerdo con espeluznante claridad que fue aquel el último en que me atosigaron las pesadillas de cuando perpetré la matanza en Minosa que me llevó a ser conocida como Drácula la Sanguinaria.

¿Una señal de que por fin todo se acabaría aquella noche? Quizá. Y no sabéis cuánto me alegré de que fuese así...   


***


La oscuridad, manchada de regueros escarlata, se adentraba por el largo pasillo, reinando en todo, cruzando la enorme puerta de dos hojas entreabierta. Las vísceras estampadas en cada una de ellas, las marcas de dedos ensangrentados de quien irrumpió en la sala real. Todo ello decorando el ominoso silencio que devoraba ahora todo el castillo en su totalidad. Y allí, dentro, arropada por aquellas sombras, se pudo percibir el único sonido que existía. Una respiración agitada. La de una pequeña figura arrodillada junto a un destrozado cuerpo anciano y coronado. Una respiración que emanaba un odio que lucharía por perdurar en sus entrañas. Un odio que ella misma mantendría a flote hasta el día de hallar venganza por su abandono. Un odio que resonó en aquellas paredes impregnadas en restallado rojo con la promesa de que nunca olvidaría.


***


Tiserisha despertó con un sobresalto, como solía sucederle al revivir aquella pesadilla recurrente que la transportaba una y otra vez a aquel castillo donde fue abandonada, donde acabó con la vida de todos en aquella tenebrosa noche. Donde el rey del castillo Minosa suplicó por su vida, recibiendo como respuesta a sus plegarias un golpe que le arrancó la tráquea delante de su aterrado piquete de guardia.

Un odio demasiado latente. Demasiado visceral como para ser olvidado. 

—Maldita seas, ¿cuándo te piensas rendir?

Aquella voz la hizo tratar le levantar la cabeza, pero las fuerzas ya no eran las mismas que hacía unos años. Ya no era tan fácil, y tampoco es que le importara demasiado quién estuviera allí, frente a su cuerpo marchito.

La joven que se asomó bajo su cabeza colgante para mirarle el rostro no era otra que...

—Sandra... —murmuró Tiserisha con la voz de una anciana.

La hermosa joven de rubios tirabuzones desapareció de su ángulo de vista y habló con quien la acompañaba.

—Esto no puede seguir así —exigió—. Su vida tiene que tocar a su fin. ¿Acaso no os habéis divertido ya lo suficiente? Los míos no hacen más que esperar y esperar.

—¿Acaso eso es un problema para unos seres inmortales? —habló con sorna la voz de la líder de los licántropos, ahora más adulta, más profunda.

—No me jodas más, Agkana. Hasta tú te haces ya mayor, y si esta zorra aguanta más de lo que esperas, igual te pierdes su muerte. No alargues esto más de lo necesario.

—¡Cuida ese tono conmigo, murciélago! —tronó la voz en las lejanías de la cueva—. Ella morirá a mi manera, como ya lo hablamos en el pasado. Punto.

—Maldita testarudez la de los tuyos —gruñó Sandra.

—¿De verdad que no hay otra cosa que podamos ofreceros para acabar con esto de una vez?

A Tish no le costó reconocer aquella segunda voz, pues, aunque sonaba más madura con cada visita, seguía guardando aquel timbre prepotente del cabronazo de Blade.

—Paciencia —respondió la licántropo—. Eso es lo único que podéis ofrecernos.

Y la mujer-lobo se fue, dejando tras de sí no solo el sonido de sus patas pisando la piedra, sino a los dos vampiros que permanecieron junto a la cruz, observados incesantemente por las mujeres y hombres lobo que habitaban aquel frío lugar.

—Ya te lo dije, tía —dijo Blade con un suspiro—. No hacía falta que vinieras. No vas a lograr nada que no haya podido yo en todos estos años.

—Y una mierda, Blade. Esto debe acabarse ya —miró a los licántropos que aparecían y desaparecían por las grutas, a la anciana de cabello cano colgada y desnuda—. La espera se hace eterna, y encima ese Baalseboth y las brujas están reclamando nuestra presencia para la guerra que se está fraguando allá en los antiguos Imperios Milenarios del Este. La mierda nos llega hasta el cuello, y para colmo no hemos podido cambiar nada y nos vamos a ver inmiscuidos en una guerra que no va con nosotros.

«¿Guerra? —pensó Tiserisha, tambaleando la cabeza—. Las brujas solo buscan a los dioses. ¿Quiere decir eso que han encontrado a...?».

—Eso ya lo solucionaremos, tía. Ahora lo importante es que esta zorra caiga, y que al fin podamos reorganizarnos bajo el mandato de mi padre.

—Bueno —suspiró la chica vampiro—. Por eso no has de preocuparte. —Miró a la vieja allí colgada, moribunda, cuyo cabello blanquecino había crecido hasta perderse empapado en la mierda a sus propios pies—. Pues el motivo de haber venido esta vez contigo es uno que no solo solucionará ese pequeño problema, sino que también romperá nuestro pacto con esos indeseables y esas brujas de una puta vez.

Blade la miró con aquel rostro que había dejado madurar hasta los treinta y pocos, y cuyos rasgos se veían más hermosos aún si cabe bajo aquellos enmarañados tatuajes.

—No puede ser... —exhaló, casi excitado—. ¿Me estás diciendo que has venido para...?

Sandra rizó la comisura de sus labios. La maldad se reflejó en sus bonitos y largos colmillos.

—Si ellos no piensan acabar con su vida, no nos queda otra opción.


***


NOTA: Muchas gracias por vuestros comentarios.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Where stories live. Discover now