CAPÍTULO VIGESIMONOVENO

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El orbe de fuego anunció su llegada con el alba.

Tiserisha cayó al suelo, retrocedió arrastrando la espalda, se llevó las manos al cuello. No lograba respirar. El daño había sido nefasto.

Alzó la vista y pudo ver a Lucero preso del agarre de Yakull. Trató de decir algo, pero su voz no encontró la forma de surgir. Negó con un ademán de cabeza. Si Yakull plantaba cara a aquel monstruo, sería el final de todo...

«No, no, nooo —pensó temblando, las fuerzas abandonándola por la luz del sol naciente—. No puede estar sucediendo así. ¿Por qué insistí en venir a hablar con este maldito bastardo? Es un jodido dios, como los otros tres. Otro maldito egoísta, cínico y desquiciado. No, Yakull, no le plantes cara. Porque ni yo puedo... ayudarte». Y una lágrima brotó del verde esmeralda.

Clavó las uñas en la tierra, trató de coger el aire que le faltaba a sus pulmones. Pudo ver el rostro furibundo del dios, atrapado en la mano de Yakull, cuyos ojos ambarinos emitieron un leve fulgor. Y entonces vio su cuchillo tirado en el suelo. Debió de habérsele caído al dios. Pensó si sería buena idea...

El dolor llegó entonces también a sus verdes ojos, que ardieron al reflejo de aquella luz cegadora, haciéndola gritar. Escuchó el bramido de Yakull, el temblor de tierra de lo que sería un gigante tambaleándose, tratando de agarrarse a cualquier trozo de pared.

—Maldito seas, Ya'kull —se oyó la voz del Mago en la oscuridad que atenazaba a la chica—. ¿Por qué me obligas a hacer esto?

Y Tiserisha, tirada en el firme, luchando por respirar y envuelta en la oscuridad a la que sus ojos la arrastraron, comenzó a escuchar los golpes, el siseo de un fantasma desplazándose a la velocidad de la luz. Al grandullón gimiendo por cada golpe que lo alcanzaba. Al vómito que soltó exhausto de tanto recibir.

Tish trató de levantarse. Las manos le temblaban, las rodillas no le respondían. Tan solo podía escuchar a Yakull sufriendo, a ese jodido dios maltratándolo. La voz de Lucero volvió a sonar, esta vez distorsionada, extraña, quizá por la velocidad de sus movimientos.

—¿Por qué... tratas... de resistirte? Ríndete... y ven conmigo... maldito idiota.

Los golpes se sucedían a velocidad de vértigo, casi como si fueran uno mismo que se alargaba hasta la eternidad. Los gemidos del gigante acompañaban al crujir de sus huesos, de sus costillas. Tiserisha pudo sentir cómo clavaba la rodilla al fin, derrotado, al borde de la muerte. Y entonces...

—¡Basta! —quemó en su garganta—. Por favor... Para esta locura, maldito dios.

El siseo se detuvo, Tiserisha pudo al fin coger algo de aire. Sus manos temblonas se apoyaron en la tierra y la ayudaron a ponerse de rodillas. Su rostro, un mar de lágrimas.

—Por favor —sonó su voz tan débil como una mariposa—. No sigas castigándolo. Él solo pretendía protegerme.

Negó con un derrotado ademán de cabeza. No lograba oír nada en aquella cerrazón. Su cuerpo, bañado por los rayos de sol, comenzaba a perder las pocas fuerzas que le quedaban. Y entonces escuchó el cuerpo de Yakull caer junto a ella.

—No...

Palpando la tierra, y al borde del desmayo, buscó al grandullón hasta hallarlo.

—No...

Palpó su rostro, notó los bultos, la sangre, los destrozos.

—No...

Lo abrazó como quien abraza a un cachorro herido.

—No te me mueras...

Una ráfaga de viento, y alguien se acuclilló junto a ella. Se escuchó el tamborilear de unos dedos contra el suelo.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Where stories live. Discover now