CAPÍTULO DECIMOSÉPTIMO

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SEGUNDO SIGLO


Maldito seas hermano. Casi un siglo. Casi un puto siglo llevo aquí esperando a que muera ese viejo testarudo de Trock. Como esto no funcione... Como su heredera nos guarde el mismo rencor que ese puto perro, ya me puedo ir despidiendo de esta vida. Y todo por no haberme dejado matar a Madre yo misma. Si no hubieras sido tan gilipollas de haber impedido que la envenenase... no tendría por qué estar aquí, jugándome el cuello por ti. Por nosotros. Maldito seas. Maldito sea el amor que te tengo. Espero que todo esto salga como lo planeaste, y que tengas en cuenta que soy yo quien se juega la vida. Que soy yo quien ha permanecido todos estos años alejada del hogar por un futuro mejor para los nuestros. Espero... que lo tengas en cuenta, amor mío.

                                                                                               Sandra, Misiva al hogar


***


El frío y la nieve nunca abandonaban los llamados Montes del Norte. Eso era bien sabido por todos, y de ahí que fuera una muralla de montañas abandonada de la mano de los dioses. Ningún asentamiento humano. Ninguna intención por parte de nadie de anidar allí, de poner en pie un poblado y simplemente morir de frío.

De ahí que fuese el lugar perfecto para ellos, alejados de toda humanidad posible.

Un aullido sonó en la distancia, a pesar de la ventisca. Fue entonces cuando la enorme gruta pareció llenarse de vida, con garras arañando el suelo, con jadeos corriendo a reunirse en la gran caverna. Definitivamente, no era un lugar para humanos. La ley que imperaba allí era más propia de bestias. Bestias que se amontonaron en aquel amplio espacio a resguardo de la tormenta, bajo roca y estalactitas, impacientes también en salientes rocosos, en las sombras que les proporcionaban las cientos de grutas que desembocaban en aquel frío lugar dentro de la montaña.

La luz que proporcionaba el amanecer se colaba por la enorme grieta que daba acceso al exterior. Los gruñidos se condensaban en el ambiente, cada vez más numerosos, cada vez más exasperados. La marabunta de licántropos se hizo entonces una masa confusa y nerviosa, llenando el lugar de aquel olor nauseabundo a testosterona y mugre.

Fue cuando una misteriosa figura encapuchada puso un pie en el interior de aquel lugar, escoltada por dos hombres-lobo, que los aullidos comenzaron a resonar como una canción de guerra, con aquel sonido penetrante que solo la ira es capaz de conceder. Y es que aquella visita no era una que precisamente se considerase bienvenida allí.

Y entonces un poderoso rugido exigió silencio, siéndole concedido al instante.

El mar peludo que eran los inhumanos fue abriéndose, dejando paso al intruso, chasqueando los dientes a su paso, soltando babas de ansiedad por arrancarle aunque solo fuera un brazo. Y cuando los escoltas le obligaron a detenerse en mitad de todas aquellas fauces furibundas, de entre las sombras emergió frente a este una figura más grande que el resto, con el pelo gris cubriendo todo su cuerpo, con un hocico repleto de poderosos dientes. Y con unas garras que lo señalaron con desprecio.

—¿Qué mierdas hace una de los tuyos en nuestros dominios, si se puede saber? —sonó con voz de mujer—. ¿Acaso estás cansada de tu larga y miserable vida?

El intruso, como bien había olido la licántropo, se deshizo de la capucha y dejó ver su rostro de chica. Cabello rubio y ondulado. Un rostro alerta y temeroso.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Where stories live. Discover now