CAPÍTULO TRIGÉSIMO

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Os preguntaréis qué es lo que pasó después.

Bien, pues dejamos atrás aquella infesta tierra anegada de monstruos, o diablos, como los llamó Blade. Los rugidos de la batalla, los estruendos y gemidos, la muerte en su mayor esplendor. Se dijo con el tiempo que ahora no solo las brujas trataban de asediar la Torre ellas mismas. Que eran esos malditos seres salidos de no se sabe dónde (aunque yo sí que lo sabía, de labios de aquella bruja llamada Samantha), los que también venían exigiendo la vida del Mago. La humanidad comenzó a extender la idea de que los infiernos habían abierto sus puertas para acabar con un reino tan libertino, pero yo sabía que nada de aquello era tan religioso. Como bien me dijo Samantha, la llamada Madre Bruja había hecho bien su trabajo, si es que la destrucción del mundo era su objetivo. Tendríais que haber visto a aquellas bestias en acción. Eran, simplemente... aterradoras.

De ahí que decidiéramos dejar la capital atrás, no sin antes recuperarnos de nuestras heridas. Hizo falta mucha sangre de los vuestros, os lo aseguro, pero por el ínfimo precio de rejuvenecer hasta los diecisiete años, el joven que nubló mi juicio con su belleza recuperó el brazo y la confianza que había perdido delante de aquel dios loco. Insistió en acompañarme. Me dijo que dejó en buenas manos a los suyos y que una vez me hubiera ayudado en mi justa, regresaría con ellos con la cabeza alta, por haber servido a quien, según él, era su ejemplo en la vida. Yo. Que lástima que en Minosa ninguno de los míos rozase siquiera la forma de pensar que teníamos en común aquel cabronazo y yo. 

¿Que por qué lo llamo así, cabronazo? Porque fue aquella fría noche, al amparo de las estrellas que adornaban el firmamento, cuando ese cabronazo de Blade encaminó mis pasos hacia mi muerte con su maldita propuesta.


***


El manto de estrellas que se cernía sobre ellos iluminaba el cielo como si de un camino empedrado de diamantes y perlas se tratara. 

Ya hacía tiempo que habían dejado atrás la capital, y a cada paso de daban, la cautela era algo importante que blandir. El reino de Corinta ya no era un lugar seguro. Las lenguas hablaban, por cada rincón. Los diablos estaban devorándolo todo desde el norte. Ya no cabía duda alguna. Lo que antes se metía en un saco de rumores y supersticiones, comenzaba a ser una realidad que asustaba a niños y adultos, que invitaba a encerrarse en casa y a no jugársela por los caminos.

Y era por eso que el comercio se fue al garete de la capital hacia arriba, al norte, donde ni un alma se aventuraba ya a montar en su carro y atizar a las mulas de tiro. Donde, precisamente aquellas tres figuras, de entre las que destacaba una por su tamaño, eran las únicas con el valor (o la falta de conciencia) para caminar solos en dirección a lo que muchos ya denominaban como el mismo infierno.

—¿Cuándo pensabas decirme que eras la Primera?

La pregunta de Blade la sacó de su ensimismamiento, haciéndola consciente de que caminaban bajo un hermoso pinar. Las pisadas de Yakull tras ellos dos.

—¿Has tenido esa pregunta revolviendo tu estómago todo este tiempo? —sonrió la chica vampiro.

Blade subió los hombros, cambió de comisura la aguja de pino y continuó con aquel semblante joven y de falsa indiferencia.

—No tenías por qué decírmelo. Total, me importa más bien poco. Pero habría estado bien ser sinceros desde el principio. Solo eso.

Tiserisha rizó el labio. Aquel chico seguía manteniendo aquel encanto a pesar de que ahora era como tres años más joven que cuando lo conoció.

—Si de verdad no te importa, ¿qué más da?

—¡Pero eres todo lo que los almas libres queremos que sea nuestra estirpe!

TISERISHA "Tres siglos de odio"Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum