CAPÍTULO DECIMOCTAVO

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Habían pasado los años, y con ellos, mis esperanzas de encontrar a mi creador con vida. No me rendí nunca, os lo aseguro. Recorrí Erindorn de cabo a rabo, de costa a costa, y nada. Ese maldito bastardo olvidó el detalle de decirme cuál era su procedencia en el tiempo que pasamos una junto al otro. Para mí, la isla de Nordin, donde él y sus hermanos dioses nos convirtieran en monstruos a mí y a mi hermana, fue siempre el lugar donde yo creía que estaba su hogar, pues nunca me habló de él. Tan solo viajábamos, de un rincón del mundo al otro, con aquella obsesión que le embargaba de ir levantando en cada lugar aquellos menhires con runas rojizas grabadas en ellos. Recuerdo aquella forma que les daba a aquellos conjuntos de grabados; se asimilaban tanto a un ojo que parecía estar mirándote constantemente... Aun así, como os digo, cuando me crucé con aquellas brujas me quedó bastante claro que no lo encontraría en aquella maldita isla, pues si ellas no lo habían matado ya, era porque, evidentemente, no se encontraba allí.

Fue entonces cuando, cansada de no obtener ni tan siquiera una maldita pista de su paso por los reinos de Erindorn, me decidí a cruzar el gran río del Quebranto y proseguir mi búsqueda en aquel reino que tanto rechazaban los de poniente. El grandioso y libertino reino de Corinta.

Ya había pisado aquellas tierras muy de pasada, sentada sobre los hombros de mi padr... De ese cabrón. Pero en aquel entonces yo no era más que una cachorra. Medio siglo junto a él dieron para muchas millas recorridas, casi todas por los reinos de Erindorn como Alturion, Toverosa, o Findalia, y aun así, para pocas palabras por su parte más que sus mudas disculpas por haberme hecho como soy. Nunca me aclaró su procedencia, o el motivo de aquellos viajes, o si realmente me quería o no. Solo cuidaba de mí, a su manera... Y cada vez que me escapaba a beber juventud... Parecía que se odiara a sí mismo por mis actos.

Que le jodan. Que le jodan pero bien. Yo era su responsabilidad y terminó abandonándome como quien tira una puta piedra a un río. ¡Que le jodan!


***


La alta empalizada desprendía tras de sí los delgados hilos humeantes de las hogueras, que, en aquel invierno que ya tocaba su fin, calentaba a los piquetes de guardia que controlaban la frontera. La reina y el rey de Corinta no eran personas conflictivas, pero sus vecinos de Erindorn no eran de los que guardaban respeto por las zonas limítrofes. Así pues, toda precaución era poca.

De los dos soldados que tuvieron la mala suerte de montar guardia aquella precisa noche, uno cabeceó llevado por el sueño.

—A ve si ahorita te vas a dormí, Cabeza.

Con un respingo, el llamado Cabeza se aferró con fuerza a su lanza e intentó erguir la espalda con una maldición titilando en sus labios.

—Hay que joerse, tocarnos a nosotros el puto turno de noche tras la fiesta de hoy.

El interpelado soltó una grotesca carcajada, se rascó la pelada nuca bajo la capelina y expulsó por su trasero un sonoro pedo que no desentonaba con los que llevaba emitiendo toda la noche.

—Si es que eso te pasa por bebé tanto, Cabeza. En vez de follarte a esas putas que trajo el Mayor del otro lado del puente, vas y te enfurruñas a bebé y bebé.

—Que te jodan —gruñó, y arrugó el hocico, olisqueando algo en el ambiente—. Cabrón, apestas como un cochino mal parío.

Y de nuevo otra carcajada del apestoso guardia. 

El sonido del implacable río del Quebranto rugía bajo el Gran Puente Ucretano frente a ellos. Un sonido que ante la empalizada se hacía casi insoportable. El desafortunado Cabeza siempre se preguntaba, desde el día en que lo destinaron allí, cómo era posible que la mano del hombre fuese capaz de levantar semejante obra de piedra, sobre semejante legua de agua.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Där berättelser lever. Upptäck nu